martes, 28 de mayo de 2013

La fascinación por el Oriente: Nocturno Indio.

La fascinación por el Oriente: Nocturno Indio, de Alain Corneau.
Alain Corneau: Nocturne Indien. A.F.C., Ciné 5, Sara Films. Francia. 1989. 110 min.



                         
Basada en la novela homónima de Antonio Tabucchi, Nocturne Indien nos sumerge en un delicioso viaje de  autoconocimiento y revelación por el Oriente. Rousignol (Jean-Hugues Anglade) parte desde Francia hasta la India en busca de un hombre perdido en el Oriente. En el camino vivirá increíbles experiencias de fuerte contenido místico. Sus densos y opacos coloquios –como aquel que mantuvo con Peter Schlemihl, el famoso personaje de Von Chamisso– nos llevarán forzosamente a reflexionar, casi sin querer, sobre la frágil condición  humana.

Corneau presentará ante nosotros escenas que ya son clásicas. Discurriendo ante nuestros ojos, hermosas tomas nos mostrarán la dolorosa realidad de los hacinados hospitales indios, o toda la crudeza los barrios de prostitutas en Bombay; sublimando, luego, estos asfixiantes ambientes mediante una cuidada cinematografía. Con admirable delicadeza,  y apoyado en la gran obra de Tabucchi, el gran director francés nos interna pues, en una vívida atmósfera oriental; escenario que resumirá perfectamente la fascinación que –desde Marco Polo– ejerce el Oriente en nuestra cultura.

La importancia de este film, sin embargo, no quedará sentada por, simplemente,  intentar escudriñar las entrañas de la ancestral cultura del sub-continente. Guardamos en la memoria hermosas cintas que han ganado un sitial en los anales del cine. Títulos como El río (1951) de Jean Renoir, nos aproximarán también a la India, pero desde la mirada documental  -con toda la distancia que esto conlleva- y haciendo énfasis en lo pintoresco. Otras obras, como las que componen La trilogía de Apu (1955-1959), y de la que ya hemos tratado en anteriores ocasiones, constituirán una mirada “desde adentro” en una suerte de neorrealismo hindú. La diferencia que entonces radica entre estos films y Nocturno Indio, estará en que esta cinta ha logrado con mayor acierto describir, ya no parte de las costumbres de ese rincón del mundo, sino graficar puntualmente lo que significa la India para el imaginario occidental: encontrase con la raíz misma de nuestra civilización en un estado primigenio, rebuscar en sus arcanos aquellas respuestas para aquel enigma que llamamos persona.

De otro lado, y dándole la razón a aquel dicho que dice “de tal lugar, cual costumbre”, en films de reciente data –como los insoportables Comer, rezar, amar (2010) y El maravilloso hotel Marigold (2012)– advertiremos cómo insulsos y alelados anglosajones tratarán de encontrar sus orígenes en un viaje hacia el este, para terminar viviendo una excursión de pacotilla con ínfulas místicas. Estos films, si bien están animados por el mismo espíritu de la cinta bajo comentario, pueden considerarse como las antípodas de la película de Corneau, ya sea por los contrarios efectos que logran, como por su superficialidad y mala factura de su producción.


Film memorable, de hondura pocas veces alcanzada, Nocturno Indio actualiza la eterna exploración de  Diógenes el Cínico, el legendario filósofo griego  quien, buscando a un hombre con linterna en mano y a plena luz del día, intentaba día a día encontrarse consigo mismo.

martes, 14 de mayo de 2013

La emancipación del celuloide: La aventura.


La emancipación del celuloide: La aventura, de Michelangelo Antonioni.
Michelangelo Antonioni: L’Avventura. PCE. Italia, Francia. 1960. 145 min.


                        
 “L’Avventura, de Michelangelo Antonioni [constituye] el momento memorable en el que el cine le dice a la novela: a un lado compañera, yo también puedo contar”. Así describe Cabrera Infante a una de las películas más controversiales de todos los tiempos.  Estrenada en 1960, esta co-producción ítalo-francesa despertó el interés –sea para alabarla, o para escarnecerla- en todo el mundo. Ya desde el inicio el film generó opiniones encontradas, detractores y apologistas. Debutar en Cannes entre pifias y abandonos masivos de la sala, para luego recibir el Premio Especial del Jurado días después, dan cuenta de ello. A más de medio siglo de distancia la balanza parece haberse inclinado definitivamente del lado de la admiración. De otro lado, y para sorpresa nuestra, la cinta parecerá tremendamente convencional a primera vista, a pesar de todo el polvo levantado. Allí radicará su más grande acierto; sabemos pues que las más grandes revoluciones se hacen con sordina.

Así pues, si sus colegas más talentosos desafiaban al de entonces, haciendo uso de los más estrambóticos medios y delirantes requiebres visuales; Antonioni asestó el golpe maestro y, con parsimoniosa y firme mano, obtuvo para el cine (que hasta entonces vivía bajo la odiosa tutela sus hermanas mayores: la novela, la música y/o el teatro)  la tan ansiada mayoría de edad.

La cinta discurre enteramente en un viaje de placer al sur de Italia. Una adinerada pareja –Sandro y Claudia– sufre los embates (silenciosos, mas incontenibles) del hartazgo y del aburrimiento, mientras ambos recorren las islas sicilianas. A una vida sin complicaciones le seguirá, luego, una existencia insoportable, el malestar propio de una pareja sin arraigo. El film, dando cuenta de una realidad desasida de cualquier obligación (que no sea para con sus satisfechos apetitos) representará a cabalidad la angustia que deviene del tedio. Monocorde, repetitiva, muchas veces tediosa; sin echar mano a diálogos o elementos externos, esta obra maestra, fundará uno de los más grandes hitos en la historia de la cinematografía. Mediante unas secuencias visuales que son -a estas alturas- ya clásicas (resaltando la profundidad y amplitud de las tomas), y gracias a un  impecable manejo del silencio y el ritmo; donde nada ocurría aparentemente -ausencia de diálogos, ningún giro en la trama-, brotará ante nuestros ojos un inquietante drama, trazado hasta en los más íntimos detalles. Toda la gravedad del silencio y la lacónica majestad del Mediterráneo, recrearán pincelada a pincelada, los recónditos paisajes del alma humana.   

miércoles, 8 de mayo de 2013

El malestar de la cultura: Ocho y medio.


El malestar de la cultura: Ocho y medio, de Federico Fellini.
Federico Fellini: Otto e mezzo, Cinerez, Italia, 1963, 135 min.
                         

Dando inicio a una pequeña serie de “las 100 mejores películas del S. XX”, presentamos en primer lugar –y sin orden de preferencia- a la obra maestra de Federico Fellini: 8 y ½.

No sin razón se dice que Fellini –junto con Antonioni y Pasolini- constituyen el punto cumbre del cine italiano de post-guerra. La senda trazada por Visconti y De Sica, que discurrirá por las amarguras de un país arruinado por la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, poco a poco toma nuevos rumbos a medida que la situación política y económica se estabiliza. Luego de los desgarrados retratos que ofrecieron Ladrón de bicicletas (1948) y Roma, ciudad abierta (1945), algunos realizadores se concentrarán en otros matices, apartándose de la propuesta inicial del primer Neorrealismo. Así pues algunos directores buscarán graficar el alma popular italiana remontándose a sus orígenes; otros ahondarán el tema político desde una visión abiertamente partidaria –Giuliano Montaldo, Elio Petri y los hermanos Taviani-; sin embargo un grupo de innovadores buscarán reflejar en sus obras un sentimiento –que si bien fue usual en Italia luego de la estabilización política y económica– es enteramente universal.

El tedio, ese particular sinsabor producto del descreimiento y del confort, que tan bien indagó  Schopenahuer y que define de pies a cabeza a una clase media consolidada monetariamente, pero a la vez padece el desencanto propio del fin de las ideologías. Así pues en los 70tas, “El existir precede al ser” pregonaban los Sartre y los Heidegger mientras que el rock resonaba pavorosamente en los oídos de una gente que no deseaba cuestionarse. Una multitud cuya filosofía entera respondía a “hacerse una vida cada día”. Es ahí que irrumpirá Federico Felinni, denunciando sutilmente –lleno de humor y fantasía- ese mundo vacuo e inconsistente (que hasta ahora sufrimos), a la vez que se denunciará a sí mismo como parte de ese gentío extraviado, enumerando sus miedos y dudas, describiendo escrupulosamente su doloroso oscilar entre el anhelo de un pasado bucólico y la chirriante sofisticación de la modernidad.

Felinni, finalmente cuestionará –cual digno hijo de un tiempo de descreimiento– su condición de artista y la propia naturaleza del arte. Ocho y medio es pues un sugerente título que responde a ese particular momento en la historia de un director en que, luego de haber filmado ocho películas y un corto, atravesaba por una total crisis creativa y existencial. Indagando en su pasado y en la relación con sus padres; cuestionando sus creencias y reelaborando su visión del mundo; confrontado su ideal estético con el amor que profesaba a su esposa, a la vez que se arrojaba a los brazos de su amante, la vida misma de Guido Anselmo –alter ego de Fellini- se tornará una obra de arte, una obra maestra de las mayores proporciones. “El gran mentiroso de Rimini”, se saldrá una vez más con la suya y –como debe hacer todo buen arte- trocará en belleza la más triste de las condiciones.