martes, 25 de febrero de 2014

Flor de estanque: Calles Peligrosa.

Flor de estanque: Calles Peligrosas, de Martin Scorsese
Martin Scorsese: Mean streets. Taplin - Perry - Scorsese Producciones. USA. 1973. 112 min.



“La penitencia no se hace en la iglesia, se hace en la calle, en la casa. El resto es basura y usted lo sabe”. Con esta frase, citada en off por el propio Martin Scorsese, se inicia una de las mejores películas del renombrado director americano: Calles Peligrosas (1973); film con el que rememora su pasado en Little Italy, el célebre barrio italiano de Nueva York. La soberbia actuación de Harvey Keitel y de un jovencísimo Robert de Niro harán de esta película, además de una cinta imperdible para cualquier cinéfilo, uno de los más veraces y emotivos documentos realizados a propósito de la comunidad ítalo americana en la costa oeste de los  Estados Unidos.

Charlie (Keitel) es el hombre fuerte de su tío, un capo de la mafia en Nueva York, a la vez que aspira a reemplazarlo en breve tiempo. Profundamente católico, Charlie busca –sin éxito– vivir según los valores familiares y religiosos que le han transmitidos desde Italia, en pleno clima de degeneración moral de los EEUU en la década de los 70’. Extremadamente leal, Charlie forjará con Tony y Johnny Boy una amistad que será el único espectro de humanidad que iluminará el corrompido ambiente en el que se ve sumergido. Luego, y fiel a su particular estilo, Charlie tratará de aliviar esa tensión espiritual haciéndose la firme promesa de ayudar a Johnny Boy (De Niro), su irresponsable camarada, quien vive acosado por las innumerables deudas que pesan sobre él. Charlie, desafiando las órdenes de su tío –quién le prohibió ayudar a su incorregible amigo– preferirá cumplir la penitencia que se ha autoimpuesto a costa de  su propio futuro. 

Este choque entre los valores tradicionales italianos y la forma de vida norteamericana, será la idea basal que inspira la película de inicio a  fin. Un conflicto que a pesar de estar encarnado en el personaje principal, corresponderá a toda una generación de inmigrantes y descendientes de inmigrantes quienes, como Charlie, sufrían con profundo malestar existencial un severo proceso de aculturamiento. Muchos filmes han dado cuenta del mismo, pero ninguno como Mean Streets (1973) ha resaltado que los valores tradicionales del viejo continente resultarán sólidos, vigorosos y vigentes frente a un american way of life que resulta –desde sus inicios– la quintaesencia de la anemia espiritual. Ya desde sus inicios Scorsese, quizás sin saberlo, apuntaba a cantar la decadencia de una cultura por esencia decadente. Su velada crítica se hará directa en aquellas secuencias en las que se aproxima a los personajes no ítalo-americanos, en especial en lo que se refiere a las hippies y los veteranos de Vietnam. Dando la contraria a  los clichés que alimentan inconsciente colectivo estadounidense, Scorsese dejará en claro, finalmente, quiénes son los verdaderos bárbaros.

Uno de los aspectos más valiosos de esta cinta residirá en la naturalidad con que proyecta el drama, convirtiéndose así en un documento verdaderamente auténtico por la frescura que transmiten sus secuencias, y por la adecuada dosis de humor y ternura que fluye de los personajes; caracteres complejos –fielmente retratados por Keitel y De Niro– que enriquecen la trama, aportando profundidad psicológica y temática al drama. Por otro lado, este prolífico armatoste visual no habría podido alcanzar tan grande éxito de no ser por la visionaria dirección de Scorsese, quien echando mano de extraordinarias –a la vez que oportunas tomas– y de una hábil edición (en la que resalta la banda sonora), recrea al detalle las intimidades del barrio italiano en Nueva York.

Se trata pues –junto con Taxi driver (1976) y Racing Bull (1980)– de una de las mejores películas de Scorsese; cinta que, en palabras del propio muchacho de Flushing, constituye su filme más personal, y por lo tanto más sentido. Toda una obra maestra del séptimo arte.     


martes, 18 de febrero de 2014

Excelencia convencional: Escándalo Americano

Excelencia convencional: Escándalo Americano, de David O. Russell
David O. Russell: American hustle. Annapurna Pictures, Atlas Entertainment. USA. 2013. 129 min.



Como antesala del Oscar se exhibe en nuestra ciudad una favorita a llevarse el premio grande: Escándalo Americano (2013) de David O. Russell. Con gran gasto de producción y marcado acento hollywodense, este film está más que en carrera para obtener la mayor presea del cine norteamericano teniendo por único rival al El lobo de Wall Street (2013), film que comentamos anteriormente. Una producción que a nuestro juicio, y no sin cierto dejo de paradoja, resulta ser –precisamente– la otra cara de la moneda del último film de Scorsese.

Irving Rosenfeld (Christian Bale) es un empresario cincuentón que se ha abierto camino mediante la especulación y –sobre todo– la estafa. Vive una tediosa existencia con su desequilibrada esposa (Jenniffer Lawrence) y él hijo de ésta, a quien quiere como si fuera el suyo. En su camino se cruzará Sydney Prosser (Amy Adams), quien también hastiada de sí misma inicia una nueva y fraudulenta vida como amante y socia de Rosenfeld. Poco después, luego de caer en manos del FBI, se verán envueltos en una compleja trama de mentiras y corrupción para poder así salvar su libertad.  

Escándalo Americano es un film eficaz. Gracias a un buen despliegue de vestuario, escenografía y maquillaje nos presenta vívidamente un bosquejo de la sociedad norteamericana de a finales de los setenta. Un interesante guion será soportado por una pulcra dirección y una excelente edición; historia que a la vez se asentará en las soberbias actuaciones de Bale, Adams y Lawrence. Todo esto resultará en una buena película, pero que sin embargo no sale de lo convencional. Sin presentar una propuesta novedosa o desafiante, este film tiene expedito su camino a alcanzar el Premio de la Academia justamente por ajustarse al gusto y el discurso de la industria. Así pues, a diferencia del film de Scorsese, Escandalo Americano no es un film de autor; en esta película no se podrá identificar una propuesta o estilo particular, reduciéndose a un producto estándar; a una cinta que se agota en el simple hecho de relatar una trama.

En la primera escena del film vemos cómo un demacrado y barrigón Christian Bale busca cubrir su prominente calva luego de pasarse sendos minutos en un complicado tratamiento capilar. Esta será la primera pista sobre el tenor de esta obra: La mentira. En el sofisticado mundo de los EEUU de a fines de los 70’ el ciudadano promedio se verá obligado a reinventarse constantemente para sobrevivir. La excéntrica moda y el desbordado arte de aquella época serán producto de una sociedad aparentemente opulenta que impondrá sus exagerados estándares –con despiadado rigor– a sus cada vez más voraces ciudadanos. Como es lógico, todo esto terminará provocando una fatal crisis de identidad que sumirá a todos los que la sufren en un tedio insuperable. La mentira luego se convertirá en el elemento sin el cual ningún personaje –políticos, mafiosos, empresarios y policías– pueden vivir. El tema tratado por esta obra no es original, muchas otros filmes lo han tocado con mayor acierto. Sin embargo vale la pena analizar cómo es abordado y qué discurso se deriva de él.

En la película observamos cómo el personaje principal del drama logra legitimar sus –muchas veces– inmorales actos mediante su propia mentira, elevando la propia condición de deshonestidad al nivel de virtud. Se desprende de la película, que los “valores” norteamericanos, tales como el tesón, la devoción al trabajo y la capacidad de adaptación para lograr el éxito, pueden superponerse con éxito a los dilemas éticos que puedan provocar; esto se puede observar en numerosas secuencias del film. De otro lado, y como mecanismo de justificación del american way of life, la forma de vida americana será contrapuesta con los valores tradicionales de occidente, como son la familia, la patria y la ley. Estos ideales estarán personificados –de manera caricaturesca- por el personaje más odioso del film: un policía católico obsesionado por imponer la legalidad, que secretamente esconde una poderosa admiración por los individuos a quien persigue. Obviamente según lo planteado por este film, la ética del oportunismo y falsedad estarán por encima de cualquier otro código moral, ya que –según la película– además del hecho de que todos mienten y esconden algo, las relaciones humanas que son sostenidas por esta ética del engaño –aunque disfuncionales– estarán marcadas por la espontaneidad y el deseo, garantías ambas de una relación verdadera según la particular visión yankee.

Como se advierte este film planteará una visión de los EEUU que se encuentra en las antípodas de la filmografía de Scorsese, incluyendo El Lobo de Wall Street; obras que nos muestran una Norteamérica descompuesta justamente por aquellos ideales y valores que la han inspirado. Será evidente luego, que la chances de Escándalo Americano de ganar el Oscar se multiplican en relación a su rival justamente por el discurso oficial que promueve.


Más allá de lo dicho, y fuera de las personales apreciaciones que se puedan hacer sobre films que arriesgan y proponen postulados heterodoxos y aquellos que siguen fórmulas exitosas, Escandalo Americano es una película digna de verse y disfrutarse. La caracterización de Bale es simplemente sorprendente, y la belleza de sus co-protagonistas no deja de ser remarcable. Un buen pretexto para una tarde de cine este fin de semana.   

martes, 11 de febrero de 2014

Voluptosidad pura: El lobo de Wall Street

Voluptosidad pura: El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese
Martin Scorsese: The wolf of Wall Street. Appian Way, EMJAG Productions, Red Granite, Sikelia Productions. USA. 2013. 179 min.



Viene presentándose en los cines locales la última película de Martin Scorsese: El lobo de Wall Street (2013). El célebre director ítalo-norteamericano, autor de filmes de culto como Calles Peligrosas (1973), Taxi Driver (1976) y Toro Salvaje (1980)  comparte con nosotros su particular visión sobre Norteamérica en la persona de Jordan Belfort, como antes lo había hecho con el desequilibrado taxista Travis Bickle y el boxeador de peso mediano Jake La Motta. Un hombre y –en especial– un particular momento en la historia de los Estados Unidos, será expuesto con descarnada maestría por el consagrado realizador neoyorquino.

El lobo de Wall Street da cuenta de la historia de un joven corredor de bolsa que, sumergido en el delirante ambiente de Wall Street, se en inicia una vida de excesos bajo el amparo del dinero procedente de colosales maniobras de especulación; crónica de un frenético círculo de depravaciones e ilegales actividades financieras  que provocarán en Belfort, y en su pandilla, avaricia y egolatría sin límites. Fenomenal metáfora de un sistema basado única y exclusivamente en el dogma del bienestar económico, las técnicas de liderazgo y superación, y la promesa de un inminente futuro como millonario. Hablamos de la religión de nuestros tiempos: el “emprendurismo”. 

El lobo de Wall Street (2013) es un film ágil, atractivo, pero que sin embargo no alcanza los clímax líricos y cinematográficos de las grandes películas de Scorsese. Se trata de una buena película, entretenida y muy adecuada al espectador actual, pero que muchas veces raya en la linealidad temática de un panfleto. Divierte, atrapa, pero nada más. Más allá de esto, la habilidad con que el muchacho de Flushing presenta la historia es siempre admirable, sobre todo en lo que corresponderá al juego de cámaras desplegado, el ritmo que impone y las secuencias que presenta. Lo mejor de la técnica hollywoodense es puesta en práctica para producir una película efectiva, mas no profunda. Sin embargo, es justo conceder que quizás la propia superficialidad del film forme parte del discurso mismo de la cinta. De otro lado, consideramos digna de resaltar a la actuación de Di Caprio, quien aprovechando la riqueza del personaje que encarna hace que éste evolucione con éxito a lo largo del film.

Como dijimos anteriormente, las películas de Scorsese bien pueden servir como fiel testimonio de la sociedad norteamericana en sus diferentes períodos. Más allá de los logros artísticos de sus anteriores cintas, en ellas encontramos  –además de la denuncia y el duro desconsuelo que transmitían– un dejo de esperanza que iba más allá de lo explícito de la crítica que se evidenciaba en su discurso, y que, finalmente apuntalaba la imagen que Scorsese –y todos los norteamericanos– tenían de su sociedad. Sin embargo ahora –según lo apreciado en El lobo de Wall Street– podemos entrever que para el maduro director cualquier futuro se presenta desalentador. El antihéroe que otrora encontraría el sentido de la humanidad después de una serie de ascensos y caídas, ahora se limitará a chapotear en el lodazal de su cinismo  deleitándose de principio a fin en la futilidad. Su insoportable vacuidad será inundada, eso sí, de una atropellada sucesión de momentáneos éxtasis muy bien reflejados por Scorsese. La vida será pura forma, deleite, desenfreno. Estamos pues ante la expresión de la cultura de la decadencia, un Satiricón norteamericano que es el barroco preludio del fin de una hegemonía. 

Advertimos, por otra parte, que para el heterodoxo cineasta aquel mundo cruel y desenfadado que juzga a la vez que retrata, resultará más tentador de lo que él pueda aceptar. Se hace evidente, pues, la velada admiración que se trasluce detrás de la aparente crítica: lo cautivante de sus personajes más inmorales; las justificaciones a sus actos que reproducen a lo largo del film; y un complaciente final serán claras muestras de aquello. ¿No se esconderá detrás del reproche y la burla, la devoción hacia quienes hacen posible sus producciones con su dinero?

En conclusión, El lobo de Wall Street es, con justicia, una de las favoritas para llevarse el Oscar. Film que no saliendo de lo  convencional –no del todo, por lo menos– presenta un film de autor; en él se advierte, a veces más a veces menos, la mano de su laureado director. Vertiginosa, obscena, atrapante, ella se presenta como una de las mejores opciones en nuestra alicaída escena cinematográfica comercial. ¿Definirla en una frase?: Voluptuosidad pura.