miércoles, 18 de abril de 2018

Corazón Gigante y puños de acero: Banana Joe, de Steno.


Corazón Gigante y puños de acero: Banana Joe, de Steno. 
Steno: Banana Joe. Derby Cinematografica, Lisa Film GMBH, Italia, 1982. 92 min.



La tan mentada crisis política que atraviesa el país me trae a memoria la expresión «República Bananera», un apelativo que nos queda como pintado desde hace casi dos siglos. Corrupción, ineptitud en la administración pública, informalidad, burocracia kafkiana; todo esto enmarcado en un impresionante vergel de exuberantes recursos y fabulosos paisajes en los que destacan –siempre al fondo de la escena– inmensos árboles de plátano. Regiones en las que el buen humor y la «resiliencia» –insoportable palabreja de origen inglés– nunca se pierde: siempre habrá en ellas una ocasión para celebrar que el caos luciferino, en medio de un paraíso tropical, no puede ser tan malo. El sopor producido por un calor omnipresente y el infaltable aguardiente (sea cachaça, ron, pisco o mezcal) impedirán conocer la desventura en su total magnitud. Los alegres ritmos de sus tierras, a semejanza de los sonidos producidos por vistosas aves o peculiares mamíferos, renovarán el ánimo de quien ya dobla el cuello oprimido por los precariedad cotidiana; alguien que desentumeciendo sus cansados músculos en el baile –si es más exagerado, mejor– estremecerá con garbo un traje de lino blanco y un sombrero panamá ante la atenta mirada de una pizpireta dama, verdadera fruta prohibida en este redivivo Jardín del Edén. 

Existe una película que puede definir mejor este peculiar tipo de nación. Se trata de una modesta pero bien lograda película en la que el entretenimiento está asegurado. Más allá de su aparente simplicidad, pues se le podría catalogar como una «cinta menor», en cada cuidado detalle podemos encontrar un mensaje que describa coherentemente a una República Bananera. Nos referimos a Banana Joe (1982), clásico de las matinés televisivas a inicios de los 90’, y que –entre otras muchas memorables cintas del corpulento Bud Spencer– fueron la delicia de toda una generación con sus grandes dosis de humor y de porrazos. Dirigida por Steno (Stefano Vanzina), prolífico realizador italiano de comedias ligeras, rodada íntegramente en la selva colombiana, e interpretada por Carlo Pedersoli (más conocido como Bud Spencer), esta película es digna de ser calificada como una de las más memorables de un género caracterizado por la violencia ingenua y bufa, y que la dupla Bud Spencer/Terence Hill llevaría hasta su cima.

No obstante, esta cinta ofrece algo más que los típicos héroes burlescos del spaghetti western clase b, luego que este sub-género fuera reinventado por Enzo Barboni a mediados de los setenta. Ella, con un desenfado que nunca degeneraría en sátira ácida u ofensiva, bosquejaría una caricatura ingenua pero a la vez extremadamente realista de nuestras tropicales miserias latinoamericanas. Así pues, gracias a su arte ante nuestros ojos discurrirán imágenes tan comunes como dolorosamente ridículas: oficinas públicas atestadas de gentes esperando el fin de su interminable trámite; funcionarios que desconociendo los procedimientos inventarán un y mil requisitos innecesarios o derivarán el caso a una ventanilla en la que tampoco nadie sabe nada; el precio del banano será fijado por una carrera de camioneros en la que la mafia del plátano –siempre en contubernio con el gobierno– pondrá una o mil trampas; operaciones financieras y transacciones multimillonarias serán autorizadas por una jugosa coima, siempre en contra –eso sí– de los intereses de la población.

Sin embargo, por el contrario de estas pequeñas tragedias de cada día, la película exaltaría el carácter pacífico, alegre y desvergonzado de los habitantes de este caótico rincón del orbe, quizás en una suerte de alabanza a quienes viviendo de espaldas a la civilización gozaban de la inocencia primordial de nuestros primeros padres; algo parecido a lo que Rousseau llamaría el «buen salvaje». Joe, apodado Banana, será quien encarne a esta alma pura nacida en medio de la frondosa vegetación. Un corpulento comerciante de plátano que tiene por hijos a una pandilla de muchachitos abandonados.  Él, al saber incautado su bote por presión de la mafia local, se enfrentará a la odisea de convertirse en ciudadano. Así pues, luego de ser detenido por no tener permiso de navegación fluvial y de ser rechazado de la estación policial por no tener documento de identidad; de la oficina del alcalde por no tener partida de nacimiento; de la oficina de registro civil por no tener partida de bautizo; buscará ser un «alguien de papel» en la sociedad acudiendo a la Iglesia, enlistándose en el Ejército, obteniendo un trabajo ingrato mientras su familia vivía estrecheces por no tenerlo cerca.

A pesar de las iniquidades sufridas, Joe quedará finalmente saciado de justicia –y por efecto de la katarsis fílmica también todos nosotros– luego que a mamporrazo limpio se deshaga de la retahíla de parásitos gubernamentales y mafiosos de guayabera que se interpongan en su camino. Uno de los happy end más gozosos de la historia del cine, en el que por obra y gracia de la ficción quedamos vengados de las lacras del tercermundo. Todo esto mientras resuena el también ingenuo, pero excelente tema del film compuesto por Guido y Maurizio De Angelis, que narra a manera de cantar de gesta las hazañas de Joe, nuestro héroe «natural».