El gran
fantasma rojo: Adiós a mí concubina, de Chen Kaige
Chen Kaige: Adiós a
mí concubina, Beijing Film Studio, China Film Co-Production Corporation,
Maverick Picture Company, Tomson Films, China, 1993. 154 min.
Hace 48 años, un día como hoy doce de agosto,
el Comité Central del Partido Comunista Chino se reunirá en pleno para tratar
lo que, años más tarde se conocería como la Gran Revolución Cultural
Proletaria, o como se la conoce más comúnmente: La Revolución Cultural China. En
esta histórica cita se dio paso, entonces, a lo que se conocerá como una de las
campañas ideológicas más radicales en toda la historia de la humanidad, tan
sólo comparables quizás con las emprendidas por Pol Pot en Camboya. Encabezada
por el mítico líder de la revolución china, Mao Tse Tung, una maniobra
inicialmente política en contra del ala más conservadora del partido –más
conocida como la “Banda de los Cuatro”, encabezada por Deng Xiaoping– hubo de
tornarse en un descomunal movimiento liberado por amplias bases populares y,
sobre todo, juveniles; un movimiento que escapó incluso del control de los
dirigentes que la iniciaron. Así pues, lo que pretendía ser la afirmación de la
ortodoxia proletaria y campesina, se convirtió en una sangrienta cacería de
brujas que no sólo cobró víctimas entre los más grandes líderes e intelectuales
comunistas, sino –lo que es aún más doloroso- atacó, buscando anular con furia
desenfrenada, la tradición milenaria de ese gran país. Grandes turbas de los llamados
“guardias rojos”, fanáticos jóvenes del entorno de Mao asaltaron grandes
monumentos históricos, entre los que se cuentan cientos de templos budistas y
taoístas, la propia tumba de Confucio y los antiguos palacios imperiales; la
destrucción de numerosas obras de arte y antiquísimos manuscritos, a la par de
la campaña de “Culto a la Personalidad” que Mao hacía de su persona en este
período, evidencia una verdadera “edad oscura” en pleno siglo XX, completamente
análoga a las leyendas negras que, al respecto, cubren la fama de la Edad Media
europea.
Veintiocho años después en 1993, un prolífico
realizador chino: Chen Kaige, daría cuenta de parte de este infausto capítulo
en la historia de su país, y quizás del mundo. Adiós a mí concubina (1993) presentará la historia de dos pequeños
huérfanos que fueron acogidos en casa de un maestro de arte dramático chino,
lugar conocido como la “Ópera de Pekín”. Según los tradicionales cánones de
este arte –muy parecidos, por otra parte, a los occidentales- las mujeres no
podían dedicarse a la actuación lo que implicaba, de otro lado, que alguno de
los personajes masculinos debía travestirse –y en muchas ocasiones trastocar
totalmente su personalidad- para ejecutar fielmente su representación. Es en
ese escenario que surge la amistad entre Xiaolou y Dieyi, una relación que se
hará intensa producto de la férrea disciplina de la academia y el desamparo
emocional al que fueron sometidos; relación que también, muchas veces, cambiará
de tenor y se complejizará debido a la metamorfosis de Dieyi, encargado en los
roles femeninos. Esta singular obra, sin embargo, no pretende acusar las
tradiciones –en particular las artísticas– del gran país amarillo. Todo lo
contrario. A pesar de lo incomprensible que pudieran ser sus prácticas y usos, Kaige
rescata la tradición elevando al plano de lo sublime la técnica y maestría de
la Ópera China, cuyos fragmentos gozaremos en franco asombro. Muy diferente
será la consideración hecha por el film sobre la Revolución Cultural, suceso
que marcará –por mucho tiempo– la desaparición de la Ópera tradicional (y por
ende, la degradación social de todos sus cultores).
Es digna de destacar en el film, además de la
soberbia actuación de los protagonistas Leslie Cheung y Zhang Fengyi, la
espléndida puesta en escena: el decorado, el vestuario y el maquillaje son
verdaderamente exquisitos. Se filtrará pues, por la pantalla, una herencia
cultural muy rica cuyo parangón
encontraremos en las magníficas –aunque parciales- representaciones teatrales. El
ritmo y el curso de secuencias imprimirán un particular, además de preciso,
dinamismo a todo el film. Mención aparte merece la decisión política del
director al elegir la trama; un bello guión que, valientemente, atañerá una época
difícil –y aún no superada– de la historia reciente en China. Kaige resulta,
pues, portavoz de lo que se conoce en China como la “quinta generación” de
directores, núcleo cinematográfico que con mirada crítica y en consonancia con
un pueblo en constante evolución, valora y reinterpreta su pasado. Sólo como
curiosidad podemos nombrar –el acucioso lector entenderá el porqué, luego de
echar un vistazo– a la mediocre película australiana El último bailarín de Mao (2009) como la antítesis de esta producción.