viernes, 7 de diciembre de 2012

Edificantemente surrealista: Ana de los Ángeles.


Edificantemente surrealista: Ana de los Ángeles, de Miguel Barreda.
Miguel Barreda: Ana de los Ángeles, Vía Expresa. Perú.  100 min. 2012.




Por encargo del Monasterio de Santa Catalina de Arequipa se nos ofrece Ana de los Ángeles, reciente filme local que recrea la vida de la beata Sor Ana de Monteagudo, religiosa y priora del convento a mediados del S. XVII. Difícil tarea que Miguel Barreda, reconocido cineasta arequipeño, llevó a cabo con éxito no obstante de tratarse de un film de época, que como es lógico, necesita de mayores esfuerzos logísticos y estilísticos de lo habitual.

En la línea de cintas como las españolas Rosa de Lima (1961) y Fray Escoba (1961), títulos obligatorios en la videoteca de nuestros colegios católicos; y quizás a la sombra de la serie de la TVE Teresa de Jesús (1984), Ana de los Ángeles mantiene una vocación doble: tanto moralizante como ilustrativa, coloreada sin embargo con acertados –y sobrios– recursos fantásticos que Barreda ha sabido imprimir bien, tal vez siguiendo las enseñanzas de Luís Buñuel. De esta manera, se hace evidente que la tradición cinematográfica (o artística en general) de nuestro país tiene necesariamente que estar nutrida de fuentes propias o conexas –tal como el caso de la hispánica–, que la doten de la verdadera originalidad y valor universal; fuentes que, al hurgar en la tradición fantástica de nuestros pueblos, se constituyen como el verdadero retrato del inconsciente colectivo de la ciudad. Uno de los caminos, quizás el más idóneo dado nuestro genio y figura, será sin duda el catolicismo o la tradición religiosa arequipeña.

Cabe destacar de la cinta el rigor histórico con el que se ha trabajado, un traspié común en este tipo de género, más aún en el cine nacional. Salvo algunas licencias tomadas por el guionista (en tanto el libre ingreso de alarifes, médicos, pintores, devotos, y religiosos de toda laya a un convento de clausura, recinto que exigía el uso del velo en las excepcionales situaciones de comunicación con los extraños), la verosimilitud de la película es sólida. De otro lado es de reconocer el hecho –nada trivial– de haberse evitado cualquier interpretación descontextualizada del pasado, juzgando con la mirada contemporánea mentalidades y hechos remotos. Error común en las producciones de este tipo que, como en Eva del Edén (2004) y La Perricholi (2011) trastocan y distorsionan la historia con su burdo contrabando ideológico.

La adecuación estética de los ambientes al S. XVII es más que buena –muy especialmente en el vestuario–, sobre todo en un medio donde el papel lustre es la principal herramienta de vestuaristas y escenógrafos. Una correcta fotografía permitió gozar de la belleza del convento, aunque consideramos que no se le imprimió una atmósfera definida al film en su integridad, algo que le hubiera dotado de más peso. De otro lado, debemos reconocer el hecho que imprimir la tensión narrativa adecuada para atrapar al espectador en una obra de corte eminentemente biográfico como esta, es un mérito indiscutible; quizás en las producciones de época más sobresalientes de nuestro entorno –como el Bien Esquivo (2001) cualquier deficiencia podría estar suplida con una trama más compleja y pasional, algo imposible de aprovechar en esta producción.   

De las actuaciones celebramos especialmente la de Doris Guillen, quien nos tiene acostumbrados con su buen trabajo, y las de Eliana Borja y Martha Rebaza que destacaron notablemente en la cinta. Resulta gratificante de otro lado, constatar la evolución de los actores aficionados en Arequipa, en los que incluyo a Adriana Cebrián, cuyo entusiasmo deberá ser mejor canalizado con tiempo y trabajo, para que lo forzado de su interpretación se disipe a favor de una naturalidad más entrañable; sin duda semblante no les falta. Felicitaciones al equipo y en especial a Miguel Barreda. 

miércoles, 10 de octubre de 2012

Dulce balada de la inclusión social: Amigos.


Dulce balada de la inclusión social: Amigos, de Olivier Nakache.
Olivier Nakache: Intouchables, BBDA Quad Films, Chaocorp, Gaumont (France), Quad Productions, TF1 Films Productions. Francia.  112 min. 2011.



“Intocables” es el apelativo con el que se conoce a los sectores más segregados de la sociedad, “Intocables” es también el título original de una hermosa película francesa que narra la historia de un inmigrante senegalés y un parapléjico. Un film pleno de buen humor y elaborada sensibilidad, basado en una historia real de adversidad y amistad entre dos marginados sociales.

Los temas de inclusión social y afines se han hecho recurrentes en Europa en las últimas décadas, como parte de un discurso dominante en ese contexto. Lo lamentable –mas previsible– es que a fuerza de repetir clichés o por un exceso de presupuesto para las agendas sociales, la calidad de estas cintas “moralizantes” es inversamente proporcional a su prolífica (re)producción. “Intocables” es la excepción. La ironía que fluye de sus escenas y diálogos, y la espontaneidad de sus caracteres y situaciones le resta cualquier proclividad a devenir en un burdo discurso de denuncia social.   

Así, lejos de cualquier exceso sentimentaloide, esta obra de calidad se destaca por un esprit de finesse de acentuada factura francesa. Sobria, sencilla y jocunda es esta película que, como las buenas cintas, nos deja –además de un muy buen sabor de boca– la suave certeza de haber entrevisto un poco más del alma humana. Se hace remarcable un consistente guión, una bella fotografía enmarcada en hermosos paisajes y, sobre todo, la soberbia actuación de los dos protagonistas (François Cluzet y Omar Sy) en quienes recae –con éxito– toda la trama; una de honda –y sutil– complejidad psicológica. Mención aparte merece el soundtrack, que incluye temas como el magnífico Feeling Good de Nina Simone. Lo que sí constituye una verdadera sorpresa es su permanencia en cartelera por más dos semanas consecutivas (todo un record) a pesar de su buena calidad: ¿problemas en la administración de los multiplex?  

martes, 18 de septiembre de 2012

Una sonrisa en Medio Oriente: El Dictador.


Una sonrisa en Medio Oriente: El Dictador, de Sasha Baron Cohen.
Larry Charles: The Dictator, Four By Two Films. USA.  83 min. 2012.



La dictadura nos puede arrancar lágrimas, muchas veces, a punta de picana; sin embargo habrá otras –muy pocas lamentablemente– en las que lo hará a carcajadas. Las situaciones de humor involuntario originadas por algo tan aberrante como es la tiranía, son a estas alturas archiconocidas gracias a –entre otras cosas– las obras maestras de la literatura como Yo, el supremo, El recurso del método, o El otoño del patriarca. De otro lado, se han hecho también célebres los exabruptos de los autócratas de todas latitudes, aquellos que orlados de una pátina de falso refinamiento, no hacen más que evidenciar –sin lugar a dudas– su absurdo, ramplonería y brutalidad. Jocoso, duramente jocoso, es en definitiva, observar en detalle la miseria humana. Es así pues que, las honestas carcajadas que nos arrancan estos dictadorzuelos, se equipararán a un lamento que se desencaja en nuestra mera entraña.

Es en esta línea que Sacha Baron Cohen, implacable alter-ego de Borat (2006) y Brüno (2009) nos presenta “The Dictator”, una –nada sutil– farsa sobre las peculiares rasgos de los líderes mundiales más importantes en la actualidad (políticos, magnates, personajes del espectáculo), quienes nos muestran su lado menos atractivo, evidenciando así una plena incoherencia que nos llevará a los límites de la hilaridad mediante el absurdo. Las tensiones de medio oriente, el “terrorismo internacional”, los mitos de la democracia, la fantasía progresista-ecológica, y los cánones sobre el racismo, la inclusión social y los conflictos religiosos se vendrán a bajo luego que, tal como trompetas en Jericó, nuestras estruendosas risas sacudan los pilares de aquellas sagradas ideas, inicio y fin de nuestras angustias globales.

En la última película de Baron Cohen, el mito de Menipo se reactualiza y así, una vez más, seremos expulsados de los infiernos gracias a nuestra insoportable risa; tan insoportable como la propia realidad

               

jueves, 13 de septiembre de 2012

¡Nunca más!: El cuervo.


¡Nunca más!: El cuervo, de James MacTeigue.
James MacTeigue: The Raven, Galavis Film, Intrepid Pictures.USA.  110 min. 2012.




Luego de las cimas literarias alcanzadas a inicios de siglo –a partir de un vanguardismo que llevó a las últimas consecuencias el uso de la palabra– atravesamos un páramo retórico, territorio saturado de basura bien apuntalada por los postulados de las mafias editoriales. Es así que, para muchos entendidos, la literatura ha llegado a un punto de aridez tal, que la vulgarización se hace inminente, llegándose así a desarrollarse un arte sin arte dictado por las new masses. Parece que la banalización de las letras llega a  un punto culminante –un objetivo más de la odiosa conspiración por la pauperización de los espíritus– con la caricaturización de los más entrañables héroes literarios. Denigrante.

Ya asistimos a la desfiguración de los sofisticados personajes de Arthur Conan Doyle en Sherlock Holmes (2009) y su secuela Games of Shadows (2011), así como a la mutilación psicológica de Athos, Portos y Aramis en Los Tres Mosqueteros (2011). Hoy,  películas que reclaman unos efectos que de tan especiales han devenido en burdos, y que sacrifican esencia de los clásicos universales en las aras del artificio visual inverosímil; filmes de un trepidante ritmo, digno de un consumidor de heroína, se ensañan –elevando a la categoría de héroe pop- con una de las más grandes figuras de la literatura: Edgar Allan Poe.

En “The Raven” se achacan al noble literato todas las mañas y vicios que poseen los mediocres escritores –poetas específicamente- contemporáneos. Amoríos con la groupie, exceso de bebida y sustancias alucinógenas, un comportamiento egocéntrico digno del peor estalinismo, pose underground frente a sus editoriales y el medio oficial… en fin todo lo que hace de un hombre un patán, y lo que hace de un “poeta” un pésimo poeta. Sólo faltaba hacer alusión a alguna “inquietud social” o de “igualdad de género” para hacer del laureado de Boston un doble de William Burroughs. Como para decir: !Nunca Más!     

viernes, 7 de septiembre de 2012

El Exorcista, o de la crisis de la Iglesia: El Exorcista.


El Exorcista, o de la crisis de la Iglesia: El Exorcista, de William Friedkim.
William Friedkim: The Exorcist, Hoya Productions, Inc. USA. 120  min. 1973.



La balbuceante realidad de los espejos

Algunas veces una película es más que sólo eso, y se convierte en testimonio de una época. Podría citar numerosos ejemplos, de films de alta, mediana o baja calidad cinematográfica, que sin embargo, por el qué y cómo abordan su realidad inmediata, se hubieron de convertir en cintas de culto. Una de ellas, amén de ser una de las mejores películas de su género, fue también un retrato fiel de una época de contrastes e inquietudes: El exorcista.

La angustia ante lo desconocido, el desasosiego ante lo contradictorio, el temor ante lo que se fue ha revestido entre el género humano diferentes ropajes, para así canalizar el malestar inmaterial que nos desborda al punto de ahogarnos. Incluso hoy –guiados por una noción de una modernidad que como una diestra gigantesca excluye todo lo que no pueda ser “Pesado, medido o hallado culpable[1]  la ciencia médica (en específico la psicología) viene a dar cuerpo y volumen a esa falta inscrita en los pliegues más escondidos del ser humano mediante llamativos términos y descripciones patológicas. Por otra parte, muchas veces el Símbolo viene a compensar esa dolencia incomunicable, ese trauma hasta entonces absurdo, mediante el poderoso vehículo del arte. Es así que la representación, maestra del engaño para Platón[2], será la verdadera portadora de la voz de los sin voz. Siguiendo esa línea, y considerando en la actualidad al cine como uno de los artes populares por excelencia –tan sujeto a los devenires del mercado y los gustos de las masas– podemos afirmar que éste se convierte en el espejo de una serie de miedos, aprehensiones y anhelos inconclusos de una colectividad. Temores que, paradójicamente, se retroalimentan, se apuntalan y reestructuran por acción del propio cinema.  

Un Aggiornamento doloroso

A inicios del siglo XX –a decir de muchos– una revolución azotó el corazón de la Iglesia Católica. Los llamados “sectores progresistas” de la misma hicieron sentir su voz, reclamando una mayor apertura de al mundo y sus necesidades por parte de la sagrada institución, y un mayor diálogo con los criterios –hasta ese momento anatemizados– de la modernidad. Algunos célebres teólogos[3] habían rechazado los criterios pautados por el Concilio Vaticano I, y habían tratado de conciliar la Tradición de la Iglesia con los parámetros del cientificismo y liberalismo de profunda raigambre anticlerical. Así pues comenzaron los esfuerzos de acercamiento al siglo: La experiencia de los curas-obreros en Francia y el nacimiento de una Teología de los Pobres; el estudio e interpretación histórica de las fuentes bíblicas; los movimientos de Acción Católica que –dejando de lado el viejo problema de la separación de Iglesia y Estado que había separado a los católicos de la política activa por varias décadas– iniciaron los movimientos políticos de carácter confesional; los canales de diálogo inter-eclesiástico que propugnaban el ecumenismo; y una nueva concepción de la Liturgia que, muchas veces sacrificando el rito y la solemnidad, buscaba poner énfasis en la participación activa de los fieles en el culto.

Todo esto dio lugar a un acontecimiento sin precedentes en la Iglesia Católica: el Concilio Vaticano II; evento que precisamente este año cumple medio siglo. Se trató pues de un verdadero terremoto eclesiástico, que –incluso– hubo de determinar el alejamiento  de la Iglesia de varios sectores, tanto ultra-conservadores (como fue el caso del obispo Marcel Lefebvre) como de grupos progresistas insatisfechos con los cambios.  Así pues, esta “puesta al día” de la Iglesia Católica significó (más allá –y sin cuestionar– la necesidad, la justicia o la pertinencia de los cambios instaurados) un trauma para muchos, atreviéndonos incluso a afirmar que fue un trauma para todos.

El espejo roto

El malestar producido por los cambios en la Iglesia, y la difícil adecuación por parte de muchos católicos a los nuevos ritos comenzaron a hacerse notar. Un significativo número de creyentes se alejó de los templos, para posteriormente aparecer grupos religiosos –como el grupo de Renovación Católica Carismática– radicalmente nuevos y extraños en el ámbito católico; grupos que incluían en sus celebraciones algunas prácticas muy similares a las practicadas por las Iglesias Protestantes Pentecostales que vienen siendo cuestionadas, y que exhortaban en su prédica más radical, una unificación de las Iglesias, incluso pasando por encima de las diferencias dogmáticas y doctrinales. Es así que,  ante una liturgia austera y más centrada en lo racional, es probable que se diera paso a estos movimientos “sentimentalistas” dentro de la Iglesia, que –de manera tácita– añoren y reclamen sin saberlo la eficacia ritual que procedía de la antigua tradición pre-conciliar. Y es que nuestra sed por lo inarticulado –el símbolo– es mucho más poderosa que cualquier intención racionalista. En otras palabras: “El sueño de la razón produce monstruos”.

Sabemos entonces que, además de lo ya dicho, la década de los setenta fue un período duro para la Iglesia Católica, en tanto su jerarquía, clero y fieles, en especial en Estados Unidos. Es posible establecer que en los países en que son minoría, los católicos tienden a tornearse más conservadores que en los países donde el catolicismo es la religión oficial o goza de amplia aceptación;  quizás por la necesidad de afirmar una identidad –especialmente frente a las Iglesias Protestantes–  que sostenga el culto en aquellos lugares donde se ha padecido –o se padece– segregación o persecuciones.  Para muchos católicos norteamericanos (país donde son minoría) la nueva coyuntura post-conciliar debió ser perturbadora, entre otras cosas, por igualar un modo de ser (convenciones sobre moral, asuntos litúrgicos) al de los protestantes; de esta manera se puede comprender como en los EEUU existe un buen número de  prestigiosos grupos católicos conservadores, marcándose una significativa diferencia con respecto al resto del mundo. También es interesante recordar que Los Estados unidos fue el país más golpeado por la reciente crisis moral de la Iglesia  comprobándose en esa región del planeta, la mayor cantidad de casos sobre pederastia y clero homosexual, muchas veces amparado por la jerarquía eclesial. No es pues sorprendente que en este caótico escenario de mediados de los 70’ se desarrolle The exorcist, excelente cinta de William Friedkim.

De esta cinta podemos resaltar, en la parte técnica, su pertinente y cuidada fotografía. El manejo de los tonos por parte del realizador y la compleja composición de los ambientes son insuperables, brindándosenos así un cuadro tétrico enmarcado en sobrias secuencias de profundo impacto. En el film se destacan, también, los contrastes: entre los espacios abiertos y cerrados, cálidos y fríos; y una cuidada escenografía en que la exageración –tan frecuente en las cintas de horror– no ha perturbado la puesta en escena. La musicalización –sonorización en general– es también impactante por el pertinente uso de los silencios y de la –a estas alturas ya legendaria– banda sonora compuesta por Jack Nitzsche  y John Crumb. En suma, “El exorcista”, es una magnífica película que, además de poseer una cautivante cinematografía, está elaborada bajo pautas muy simples, pero a la vez eficaces; pautas que realzan la terrible historia que narra. No por nada está considerada como una de las obras maestras del género.

Pero esta película es mucho más que una película de terror, es también un testimonio de una época. Ella nos introduce a la historia del sacerdote jesuita Damien Karras, quién además de su ministerio se desempeña como psiquiatra de la diócesis. En él se apodera el abatimiento espiritual y la crisis de fe –muy diferente a la que pudiera sufrir el párroco de Ambricourt, personaje del clásico de Bernanos llevado al cine: Diario de un cura rural (1950)– acentuada por su labor de consejero de los demás sacerdotes. Pero en él se advierte un dolor más profundo, procedente de la contradicción existente entre su vocación sacerdotal y las pautas de su oficio médico; en él pareciese que emergiere el desasosiego propio de la imposible comunicación entre ambos planos. A todo esto se suma una aguda incomprensión de su familia ante su vocación y los sacrificios que ésta exige (su tío le reclama que su madre agonice en un manicomio por no tener los medios para internarla en un hospital, pudiéndolo él hacerlo si abandonara el sacerdocio), lo que le sume en una profunda desolación y sentimiento de culpabilidad. Una elaborada metáfora sobre lo ajena que resulta la vida sacerdotal en los parámetros del sistema liberal, y cómo los valores que la inspiran resultan cada vez más incomprensibles –e insufribles– por contraposición a los dictados de la modernidad; algo que sería inimaginable en períodos históricos tales como la Edad Media o el Renacimiento.  

El culmen del desasosiego llega cuando Karras es convocado a realizar un exorcismo, práctica que le desconcierta y que –de primera instancia– le parece fuera de lugar por su condición de médico. Enfrentarse a sus miedos (sean personificados o no como el demonio) lo lleva a su vez a enfrentar, una vez por todas, su aparente adaptación a la mentalidad moderna de su fe con toda la carga “irracional” que ella contenga. De esta manera, la película en sí no trata de un exorcismo o sobre la existencia o la manifestación del demonio (eso no está en cuestión), sino cómo dos mentalidades diametralmente opuestas pueden convivir sin llegar a la angustia (metaforizada justamente en aquello que la ciencia, abanderada de la modernidad, niega).

Algunas pistas más sobre el asunto nos brinda la película en boca de personajes o escenas secundarias. La relajación de la disciplina clerical –que provino justamente de algunas directrices del concilio– tiene matices grotescos en el film, como los que corresponden a las escenas del Seminario (alusiones a los problemas de bebida de los sacerdotes)  y de la fiesta en casa de la famosa actriz Chris MacNeil, donde el P. Dyer, amigo de Damian, afirma que el paraíso es igual a Broadway.  Los viajes del P. Merrin a Irán, donde llevará a cabo excavaciones arqueológicas en sitios sagrados, en clara alusión a la vertiente historicista de la nueva teología. Finalmente la alusión a la nueva liturgia se puede encontrar en aquellas escenas en que Karras, en el extremo de su incredulidad, celebra el ritual con gestos cada vez más indolentes.

Estamos pues ante una película macabra, no por los efectos especiales o la insinuación de la posesión diabólica (muchas películas tienen la misma trama y sólo caen en el ridículo), sino por el grave contexto en el que se desarrolla, el de una atroz desesperanza. Sin embargo, la película –a pesar de los que muchos piensen– tendrá un final feliz, donde la reconciliación y la fe prevalecerán en ese clima, tan bien ambientado por Friedkim, de total desconsuelo.        

     






[1] Daniel 5: 18-28
[2] PLATÓN. La República. Libro III – Parte VII.
[3] Entre los que podemos citar a Karl Rahner, Yves Congar, Henri de Lubac y Hans Küng.

lunes, 27 de agosto de 2012

Una fría película: Un día para sobrevivir.


Una fría película: Un día para sobrevivir, de Joe Carnahan.
Joe Carnahan: The Grey, Chambara Pictures, Scott Free.USA.  117 min. 2012.




Liam Neeson es Ottway, un francotirador de origen irlandés quien es contratado por una empresa petrolera en Alaska para que elimine a los lobos que acechan en las inmediaciones de la planta. En el culmen de su frustración -soportando un inhóspito clima lejos de la mujer que ama, y en compañía de la escoria que trabaja en ese remoto paraje por suculentas sumas de dinero- decide abandonar la montaña. Sin embargo, el destino le deparará una sucia pasada y, luego de una atroz tormenta de nieve, su avión se estrellará en un gélido confín de la región. Allí la historia tomará un nuevo rumbo, y en adelante el  protagonista buscará guiar a un puñado de sobrevivientes, enfrentando a sus antiguos y feroces rivales: los lobos, esta vez en amplia desventaja.

“The Grey” es un dinámico film de Joe Carnahan, un semi-desconocido director estadounidense, quien nos presenta una cinta que, sin salir del esquema de lo convencional, e incluso cayendo en varias ocasiones en lo repetitivo y tedioso, representa el típico film de suspenso, muchas veces impregnado de inverosímiles situaciones. La caracterización de Liam Neeson, sin ser magistral, se destaca en la película, siendo su personaje –no muy bien definido por el guión- el que sostiene toda la producción. Vale rescatar el papel de Díaz (Frank Grillo), que cayendo algunas veces en lo chabacano, puede resultar interesante. Sin embargo la película se deja ver, sobre todo por sus bellos paisajes, enmarcados en una aceptable fotografía. Se puede advertir en “Un día para sobrevivir” una fuerte similitud con The Ghost and the Darkness (1996), y sobre todo con The edge (1997), ambas superiores producciones en cualquier orden, si las comparamos con la película que comentamos.

domingo, 19 de agosto de 2012

Diálogos de madurez: De Roma con amor.


Diálogos de madurez: De Roma con amor, de Woody Allen.
Woody Allen: To Rome with love, Gravier Productions, Medusa Film.USA.  112 min. 2012.



De Roma con amor es una simpática película que nos alegrará la tarde de sábado. Hilarantes situaciones, jocosos personajes –muy del estilo de Woody Allen-, y la “Ciudad Eterna” de fondo, arrancaran buenos momentos y una que otra carcajada. A pesar que no estamos –ni de lejos- frente a una de las mejores cintas de Woody allen, siempre uno de sus films es más que aceptable, aún más teniendo en cuenta la miseria de la cartelera local.

Utilizando el esquema de historias cruzadas y algunos de los recursos narrativos desplegados en Midnight in Paris (2011), Allen hilvana retazos de las venturas y desventuras de cuatro personajes –un director de orquesta en plena crisis de jubilación, un nostálgico arquitecto retirado, un recién casado buscando triunfar en la capital y un típico empleado romano de clase media- y sus parejas. La ilusión y el humor atraviesan la cinta, aunque sin el acierto de cintas precedentes, incluso de la recientemente aludida –y estrenada- “Medianoche en París”. Sin embargo, a Woddy, quien actúa en esta cinta, se le nota cansado y renuente a hacer grandes apuestas en sus últimas producciones; films que tienen como personaje principal a la Ciudad donde se desarrollan (París, Roma) y que son los característicos de esta etapa de madurez del director norteamericano. La sobriedad en su realización, caracterización, humor, y sobre todo, la simplicidad en el  guión marcan la diferencia con obras magistrales como Annie Hall (1977) o Manhattan (1979).

Algunas otras curiosidades dignas de rescatar son: que, tal y como en Medianoche… Allen buscó homenajear una época y sus personajes (Elliot, Dos Passos, Hemmingway), al parecer en esta cinta se entrevé un homenaje a aquellos grandes directores italianos y sus obras maestras, tan significativas para el neoyorquino. Así pues podemos distinguir la famosa secuencia circular de la Roma: Ciudad abierta (1945) de Rossellini al inicio de la película, ciertos coqueteos con El Jeque Blanco (1952) de Felinni en la línea argumental de una de las historias, y mucho que ver con películas de corte romántico de Scola, como Un día muy especial (1977) o  Nos habíamos amado tanto (1974).Asimismo es de destacar un corte un tanto misógino en cuanto el tratamiento de los caracteres femeninos, quienes -sin caer en la caricatura- son implacablemente fatales.        

martes, 14 de agosto de 2012

“Flama Olímpica”: Carros de Fuego.


“Flama Olímpica”: Carros de Fuego, de Hugh Hudson.
Hugh Hudson: Charriots of Fire, 20th Century Fox, Allied Stars, Enigma Productions. UK. 123.  min. 1981.
                         


En 1981 se estrenaría uno de los films deportivos más recordados de todos los tiempos, la ganadora del Oscar: “Carros de fuego”. Película que ha cobrado notable protagonismo en la reciente coyuntura olímpica. Sin embargo, ¿por qué se considera como tal a esta cinta? Trataremos de resolver esa pregunta.

Llevar un tema –el deporte- que es usualmente débil y muchas veces llevado a la superficialidad, hasta a  niveles estéticos aceptables, es una verdadera proeza. Conocemos muchos otros fallidos ejemplos en este género, en los que los malabares deportivos opacan la –a veces inexistente- línea argumental.  A excepción de la críptica Olimpia (1938), interesante muestra de la propaganda cinematográfica nazi, films como The Longest Yard (1974) y Victory (1981) dan cuenta de esto último; teniendo así que esperar hasta Charriots of Fire (1981) para que una película sobre las olimpiadas se suba al podio.

De otro lado, Hudson, echando mano a un sencillo guión, pero mediante una delicada realización, logra sumergirnos en la vida de un puñado de jóvenes universitarios británicos, que busca terciar su destino en  los Juegos Olímpicos de 1924, en el Paris de la post-guerra. Ante nuestros ojos emerge una historia sólida, emotiva, y sobre todo cautivante para el espectador. La forma en que se estructura la historia, en tanto ritmo y orden de las secuencias, le confiere un particular pulso al film, al mismo tiempo que realza los mayores aciertos de la película: el vestuario, la escenografía y la memorable música de Vangelis Papathnassiou. Estamos, en suma, ante una delicada película, que abunda en detalles exquisitos al ojo y al oído, fundiéndonos –quizás sin quererlo- en aquel caballeroso espíritu de competencia que caracterizaba –y caracteriza- a los Juegos Olímpicos.       

jueves, 2 de agosto de 2012

“Los Films Contemplativos”: La trilogía de Apu.


“Los Films Contemplativos”: La trilogía de Apu, de Satyajit Ray.

Satyajit Ray:   Pôther Pãchali, Government of West Bengal. 115.  min. 1955.
                        Aparajito, Aurora/ Epic Film. 108 min. 1958.
                        Apu sansar, Satyajit Ray Productions. 103 min. 1959.



Por: César Belan

“Cuando el neorrealismo llega a la India y se funde al budismo hindú: un film contemplativo”. Así catalogaba Guillermo Cabrera Infante –prolífico escritor y crítico de cine cubano- a “La canción del camino”, la primera entrega de la saga de Satyajit Ray; trilogía –que a estas alturas- está reconocida como una de las cúspides de la cinematografía mundial. Transcurría la primera mitad de la década de los 50’ y “Caín” (seudónimo de Cabrera Infante) incluía en su relación de sus “doce mejores películas” a la recién estrenada Pather Panchali (1955), modesta película india que sólo pudo terminarse gracias a la subvención del gobierno de Bengala.

Es así que, de primera intención, se consideró a esta obra maestra como un maravilloso film cuasi-documental; sin embargo las magníficas cualidades técnicas de la película (tal como la ambientación y la fotografía), un sencillo pero sólido guión y un maravilloso marco natural y “cultural” –resaltado como pocas veces por la música del maestro Ravi Shankar- hacen de ella la mejor película realizada hasta ahora en la India, y quizás una de las mejores de todos los tiempos.

Ray había iniciado una revolución en su modesta Bengala con su primera película, y ante el impacto causado el propio Primer Ministro Indio subvencionaría los dos siguientes films de la trilogía: “El invencible” y “El mundo de Apu”, en las que sin dejar de evidenciar la calidad técnica y dramática en manos de Ray, recorremos entusiastas e hipnotizados los progresos y reveses de Apu, el pequeño del que fuimos testigos de su nacimiento en la primera entrega.

Las tres películas son dignas de verse, por todo lo antedicho, incluso de un tirón; el tono “contemplativo” –a decir de Cabrera Infante- nos sumirá en el delicioso letargo de esta sensible –nunca sensiblera- producción, para luego introducirnos en el misticismo y la desbordante emoción de la India.