miércoles, 20 de noviembre de 2013

Lista: Las 10 mejores películas latinoamericanas de la historia.





Una lista por definición es odiosa, y si se trata de gustos y pareceres lo es doblemente. Sin embargo, con ánimo ilustrativo y motivador me atrevo a ensayar una pequeña relación de películas que, en mi particular juicio, constituyen clásicos del cine latinoamericano; filmes de los que quizás ya me he ocupado y que, a Dios gracias, ya están a la mano en nuestros informales y queridos puestos de DVD’s. Sin más allí les va la lista en orden cronológico:

1. LOS OLVIDADOS (Luis Buñuel, 1950 – México): El film con el que el cine latinoamericano aprende a hacer cine de autor y a mirar su realidad más desgarrada y deslumbrante. Todo esto de la mano de uno de los grandes del cine. (Ver Trailer)

2. MACARIO (Roberto Gavaldón, 1960 – México): La compleja vida y psicología del indígena mexicano se presenta con toda intensidad. Delirio surrealista a la vez que delicioso cuadro de ancestrales tradiciones. (Ver Película Completa

3. ÁNIMAS TRUJANO (Ismael Rodríguez, 1961 – México): Un film que permite la exégesis moral. Soberbia actuación de Toshiro Mifune que evidencia la complejidad de un extraño personaje arrastrado por su difícil entorno. Película que pregona ante el mundo lo particular de la identidad en estos confines del mundo. (Ver Fragmento)

4. DIOS Y EL DIABLO EN LA TIERRA DEL SOL (Glauber Rocha, 1964 - Brasil): Film de culto. Frenética historia donde la poesía, presente en los diálogos como en las imágenes, dará cuenta de una tierra de bandidos y santones, de aquellos que vagan por las estériles tierras del nordeste brasilero dejándonos un sabor de novísimo cantar de gesta en cada una de sus aventuras. (Ver Trailer)   

5. PEDRO PÁRAMO (Carlos Velo, 1967 – México): Basada en la obra maestra de Rulfo y con guión de Carlos Fuentes, esta película se adentra con éxito en el inconsciente mexicano y latinoamericano. Recreación dolorosa y magnífica de nuestros más profundos sueños y más sombrías pesadillas. (Ver Fragmento

6. MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO (Tomás Gutiérrez Alea, 1968 – Cuba): Para muchos, la mejor película realizada en el continente. Gutiérrez Alea reflexiona sobre la condición humana en el contexto de una recientemente conquistada Revolución Cubana. A pesar de lo denso y rico de su contenido, el film discurrirá ágil y excitante, en contrapunto con la sensual cultura cubana. (Ver Trailer)

7. PIXOTE (Héctor Babenco, 1981 – Brasil): Retrato fiel de un país violento, de un continente violento. En él se expone la odisea de un grupo de muchachos marginales que, aprendiendo a ser hombres en un contexto hostil y cruel abandonan su inocencia a un precio muy alto. Dolorosamente hermosa. (Ver Película Completa

8. LA HISTORIA OFICIAL (Luís Puenzo, 1985 – Argentina): En el contexto de las desapariciones forzadas en la Argentina de la dictadura, esta gran película ganadora del Oscar sobresale por su asombroso manejo de la tensión y de la intriga. Sobria, precisa, en ella lo estrictamente necesario nos brinda un espectáculo totalizador. (Ver Trailer)

9. HISTORIAS MÍNIMAS (Carlos Sorín, 2002 – Argentina): Lo menos es más. Fresca, amena, cercana. En historias mínimas se ensaya con acierto un nuevo modo de narrar en el continente. La épica y el desconsuelo de nuestras naciones darán paso a las historias tiernamente íntimas. (Ver Trailer

10. EL SECRETO DE SUS OJOS (Juan José Campanella, 2009 – Argentina): Oscar a la mejor película extranjera en 2009. Gran despliegue de medios para narrar una extraordinaria historia, donde lo humano palpita en cada cuadro. Cierra un ciclo en este extremo del orbe y consagra a nuestro cine como uno que ha adquirido una bien merecida mayoría de edad. (Ver Trailer)



martes, 12 de noviembre de 2013

Médico de campaña: El ángel ebrio.

Médico de campaña: El ángel ebrio, de Akira Kurosawa
Akira Kurosawa: Yoidore tenshi. Toho. Japón. 1948. 108 min.



Siempre hemos asociado neorrealismo a Italia. Y es que formalmente, ese admirable movimiento nació en tierra latina, bajo los auspicio de directores como De Sica o Rossellini. Sin embargo ningún estilo cinematográfico de envergadura tiene partida de nacimiento. Así pues, también en remotos lugares se gestaron películas que cumplían formalmente con los cánones de esta escuela: locaciones abiertas, cero decorado, actores preferentemente aficionados; aprovechando al máximo los  pocos recursos materiales que están a la mano buscando siempre resaltar la fotografía y el guión. Bajo estos cánones se filmaría Los olvidados (1950) en México y Pather Panchali (1955) en la India. Pero, en esta oportunidad, otra película nos merece especial atención: rodada –al igual que sus pares italianos– en la inmediata post-guerra, y recreando la crítica situación social que atravesaba el Japón de aquel entonces, El ángel ebrio (1948), primera película “de autor” del renombrado Akira Kurosawa, es una magnífica obra del séptimo arte, además de constituir una ácida denuncia social y un fiel testimonio de las duras condiciones que se vivían en los barrios marginas de Tokio, luego de la derrota en 1945.

“El ángel ebrio” aborda el drama del doctor Sanada, alguna vez un promisorio cirujano quien, arrastrado por un ambiente envilecido y deformado, se convierte en un sombrío médico de arrabal adicto al alcohol. Sanada, quien paradójicamente encarna la imagen del progreso y la ciencia y en un territorio oscuro, lanza una cruzada por la rehabilitación de su entorno curando la tuberculosis que arrasa con sus pacientes, a la vez que impulsa a estos a una vida más austera y moral. Luego de una reyerta llega a sus manos Matsunaga, el jefe de la mafia del lugar interpretado por un jovencísimo Toshiro Mifune. Envuelto en la alienación –representada por los cabarets y bares donde se bailan los ritmos occidentales y que Matsunaga regenta– él personificará a su vez al Japón de post- guerra, sumido en una profunda corrupción moral, crisis económica y –habiéndose abandonado cualquier tipo de patriotismo después del desastre bélico– virtualmente sometido a los paradigmas y modelos occidentales. Matsunaga y las periferias de la capital nipona surcadas por el hambre la enfermedad y la suciedad, devendrán en objeto de las preocupaciones de Sanada, quien luchando contra sus propios vicios procurará el restablecimiento de la condición humana (sin distinción entre lo biológico y lo moral) de sus habitantes. Insuperables resultan las imágenes suscitadas por Kurosawa, al presentar este bajo mundo circundando una inmunda laguna, colector de todos los desagües y depósito de basura, y que a la vez constituye el centro del drama y donde se sumergen todas las esperanzas e ilusiones de los personajes.   

La temática del “drama médico” en Kurosawa está siempre presente. Años más tarde, en 1965, su film Barba Roja nos introducirá a la vida de un médico rural a inicios del S. XIX, que comprometido con el bienestar integral su comunidad desafiará a los estamentos de poder y a la conciencia de los que lo rodean. Al igual que en “El ángel ebrio”, Kurosawa postulará la idea de la salud como un problema social, que hunde sus más profundas raíces en la moral. Estamos pues ante una noción confuciana que, sin embargo, ha tenido su correlato en occidente: Cicerón señalará al respecto en su “De las Leyes” que el fin último del Estado es la salud –también traducida como salvación– de sus habitantes (“Salus populi suprema lex esto”). 

Entendemos, entonces, que la antigüedad nos tiene dos lecciones. La primera nos habla de una noción “integral” en un ser humano. El hombre no es una reducción biológica –como nos tiene acostumbrado a pensar los científicos; el verdadero médico no verá a sus pacientes como un cúmulo de tendones y nervios, sino como un ser con anhelos y expectativas que vive en un bien definido medio que lo oprime o lo libera. El seudo-progreso de los pueblos mediante la especialización se verá, entonces, duramente cuestionado por estos criterios. La segunda lección está referida a la “autoridad”. Esta luego, no será entendida  únicamente como un árbitro pasivo de las controversias humanas o un garante de derechos, sino como un ente activo cuya única función es facilitar el desarrollo pleno del hombre, lo que antiguamente se conocía como “salvación”. Estaríamos pues, frente a un gobierno que defina lo nocivo y lo positivo para luego procurar o evitar estos elementos, según corresponda, a la población; un buen gobierno entonces no debe limitarse únicamente a garantizar una mal llamada libertad que vaya incluso contra los propios ciudadanos. Lecciones pues, que la cultura tradicional –oriental y occidental– sigue enseñándonos y que nosotros, los modernos, tenemos pendiente.

     

martes, 5 de noviembre de 2013

La genealogía de la pasión: Medea

La genealogía de la pasión: Medea, de Pier Paolo Pasolini
Pier Paolo Pasolini: Medea. Films Number One, Janus Films, Planfilm, San Marco Finanziera. Italia. 1970. 118 min.



Para el peruano promedio, la noción de “tragedia griega” es un concepto extraño e ininteligible, sin embargo –y sorprendentemente para él– podemos decir que su conocimiento del tema será mayor del que pueda admitir. Así pues, los 2 500 años que nos separan de Sófocles y Eurípides no significaran mucho para quien convive con los avatares e infortunios de Edipos, Electras y Medeas contemporáneos. Y es que todos los días, luego de dar un vistazo a los programas noticiosos en T.V. o a las portadas de un “diario chicha”, aquellos violentos episodios que consagrara tiempo ha la literatura clásica, cobrarán vida  esta vez con algunos giros locales: así pues la madre que inmola a sus hijos entregándolos al fuego para así hacer sufrir a una pareja infiel, no vestirá en nuestros días sandalias y túnica, y muy a la manera moderna utilizará esta vez un eficaz veneno para ratas; y el hijo que asesinará a su padre por el poder no habitará la lejana Corinto, sino más bien –en nuestros tiempos– heredará un también cruel imperio del narcotráfico. En fin, como dice el Eclesiastés: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

Federico Nietzsche, heterodoxo estudioso de la tragedia griega, sostendrá una particular aunque verosímil teoría al respecto. Esta manifestación dramática tendría su origen, según él, en las fiestas religiosas celebradas en honor a Baco: festividades en las que sus sacerdotisas –las bacantes– se someterán a excesos (de alcohol y sexo) para culminar en la mutilación ritual de sus cuerpos: toda una puesta en escena de la autodestrucción. Y en esto radica la  esencia de la tragedia, en una delirante –e incesante– consagración a las pasiones desbordadas. En las obras maestras de la Grecia Clásica, todos los personajes labrarán un destino infeliz a causa de las decisiones irracionales que tomarán, inspiradas en las pasiones que los dominan; arrebatos que nacerán por designio de los dioses según los dramaturgos helénicos.        

Resulta ocioso, por tanto, resaltar la importancia que tendrá en nuestro medio el análisis y la discusión de la tragedia, ya que ella permitirá echar un vistazo a nuestras más oscuras pasiones para así dominarlas. En un país como el nuestro, en el que lo más primario domina a sus habitantes (la gastronomía, un eufemismo para la vulgar comida; la bebida, que si es alcohólica es mejor, y el espectáculo fácil que linda en la absoluta estupidez), los ciudadanos resultarán  ensimismados en una realidad únicamente instintiva y visceral que devendrá en una vida guiada por la pasión y el desenfreno. Las palabras de Medea ante la catástrofe por ella provocada –“Ahora no soy nada y me dejan sola; a menudo he observado que éste es mi destino: no ser nada“– resonarán luego en boca de los miles de desdichados que tratarán así de justificar los crímenes que les dan unas horas de efímera –y desventurada– fama.  
  
Por otro lado, nada resultará mejor que zambullirse en las páginas de este interesante drama bajo el patrocinio de un también trágico director italiano: Pier Paolo Pasolini. Una vida consagrada al arte pero signada por la desventura, que acabó en una muerte espantosa –asesinado y desfigurado– a manos de su amante homosexual. La vocación esteticista que nutre los filmes de Pasolini marcará también su versión de Medea, muy superior a todas las otras que se han rodado.

Protagonizada por la también famosa cantante lírica griega, María Callas, en este film se ensaya una versión muy auténtica y original de la obra de Eurípides, sin traicionar la esencia de aquel trascendental texto.  En la cinta, más que privilegiarse los diálogos del drama, la trama se presentará en lenguaje puramente cinematográfico: el vestuario, la interpretación, pero sobre todo, la fotografía hilarán la historia presentando un corpus compacto y lleno de significado. Se hace, pues, imposible dejar de entender el alma humana a cabalidad sin echar una ojeada a esta obra monumental, tanto del cine como de la literatura.