miércoles, 20 de noviembre de 2013

Lista: Las 10 mejores películas latinoamericanas de la historia.





Una lista por definición es odiosa, y si se trata de gustos y pareceres lo es doblemente. Sin embargo, con ánimo ilustrativo y motivador me atrevo a ensayar una pequeña relación de películas que, en mi particular juicio, constituyen clásicos del cine latinoamericano; filmes de los que quizás ya me he ocupado y que, a Dios gracias, ya están a la mano en nuestros informales y queridos puestos de DVD’s. Sin más allí les va la lista en orden cronológico:

1. LOS OLVIDADOS (Luis Buñuel, 1950 – México): El film con el que el cine latinoamericano aprende a hacer cine de autor y a mirar su realidad más desgarrada y deslumbrante. Todo esto de la mano de uno de los grandes del cine. (Ver Trailer)

2. MACARIO (Roberto Gavaldón, 1960 – México): La compleja vida y psicología del indígena mexicano se presenta con toda intensidad. Delirio surrealista a la vez que delicioso cuadro de ancestrales tradiciones. (Ver Película Completa

3. ÁNIMAS TRUJANO (Ismael Rodríguez, 1961 – México): Un film que permite la exégesis moral. Soberbia actuación de Toshiro Mifune que evidencia la complejidad de un extraño personaje arrastrado por su difícil entorno. Película que pregona ante el mundo lo particular de la identidad en estos confines del mundo. (Ver Fragmento)

4. DIOS Y EL DIABLO EN LA TIERRA DEL SOL (Glauber Rocha, 1964 - Brasil): Film de culto. Frenética historia donde la poesía, presente en los diálogos como en las imágenes, dará cuenta de una tierra de bandidos y santones, de aquellos que vagan por las estériles tierras del nordeste brasilero dejándonos un sabor de novísimo cantar de gesta en cada una de sus aventuras. (Ver Trailer)   

5. PEDRO PÁRAMO (Carlos Velo, 1967 – México): Basada en la obra maestra de Rulfo y con guión de Carlos Fuentes, esta película se adentra con éxito en el inconsciente mexicano y latinoamericano. Recreación dolorosa y magnífica de nuestros más profundos sueños y más sombrías pesadillas. (Ver Fragmento

6. MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO (Tomás Gutiérrez Alea, 1968 – Cuba): Para muchos, la mejor película realizada en el continente. Gutiérrez Alea reflexiona sobre la condición humana en el contexto de una recientemente conquistada Revolución Cubana. A pesar de lo denso y rico de su contenido, el film discurrirá ágil y excitante, en contrapunto con la sensual cultura cubana. (Ver Trailer)

7. PIXOTE (Héctor Babenco, 1981 – Brasil): Retrato fiel de un país violento, de un continente violento. En él se expone la odisea de un grupo de muchachos marginales que, aprendiendo a ser hombres en un contexto hostil y cruel abandonan su inocencia a un precio muy alto. Dolorosamente hermosa. (Ver Película Completa

8. LA HISTORIA OFICIAL (Luís Puenzo, 1985 – Argentina): En el contexto de las desapariciones forzadas en la Argentina de la dictadura, esta gran película ganadora del Oscar sobresale por su asombroso manejo de la tensión y de la intriga. Sobria, precisa, en ella lo estrictamente necesario nos brinda un espectáculo totalizador. (Ver Trailer)

9. HISTORIAS MÍNIMAS (Carlos Sorín, 2002 – Argentina): Lo menos es más. Fresca, amena, cercana. En historias mínimas se ensaya con acierto un nuevo modo de narrar en el continente. La épica y el desconsuelo de nuestras naciones darán paso a las historias tiernamente íntimas. (Ver Trailer

10. EL SECRETO DE SUS OJOS (Juan José Campanella, 2009 – Argentina): Oscar a la mejor película extranjera en 2009. Gran despliegue de medios para narrar una extraordinaria historia, donde lo humano palpita en cada cuadro. Cierra un ciclo en este extremo del orbe y consagra a nuestro cine como uno que ha adquirido una bien merecida mayoría de edad. (Ver Trailer)



martes, 12 de noviembre de 2013

Médico de campaña: El ángel ebrio.

Médico de campaña: El ángel ebrio, de Akira Kurosawa
Akira Kurosawa: Yoidore tenshi. Toho. Japón. 1948. 108 min.



Siempre hemos asociado neorrealismo a Italia. Y es que formalmente, ese admirable movimiento nació en tierra latina, bajo los auspicio de directores como De Sica o Rossellini. Sin embargo ningún estilo cinematográfico de envergadura tiene partida de nacimiento. Así pues, también en remotos lugares se gestaron películas que cumplían formalmente con los cánones de esta escuela: locaciones abiertas, cero decorado, actores preferentemente aficionados; aprovechando al máximo los  pocos recursos materiales que están a la mano buscando siempre resaltar la fotografía y el guión. Bajo estos cánones se filmaría Los olvidados (1950) en México y Pather Panchali (1955) en la India. Pero, en esta oportunidad, otra película nos merece especial atención: rodada –al igual que sus pares italianos– en la inmediata post-guerra, y recreando la crítica situación social que atravesaba el Japón de aquel entonces, El ángel ebrio (1948), primera película “de autor” del renombrado Akira Kurosawa, es una magnífica obra del séptimo arte, además de constituir una ácida denuncia social y un fiel testimonio de las duras condiciones que se vivían en los barrios marginas de Tokio, luego de la derrota en 1945.

“El ángel ebrio” aborda el drama del doctor Sanada, alguna vez un promisorio cirujano quien, arrastrado por un ambiente envilecido y deformado, se convierte en un sombrío médico de arrabal adicto al alcohol. Sanada, quien paradójicamente encarna la imagen del progreso y la ciencia y en un territorio oscuro, lanza una cruzada por la rehabilitación de su entorno curando la tuberculosis que arrasa con sus pacientes, a la vez que impulsa a estos a una vida más austera y moral. Luego de una reyerta llega a sus manos Matsunaga, el jefe de la mafia del lugar interpretado por un jovencísimo Toshiro Mifune. Envuelto en la alienación –representada por los cabarets y bares donde se bailan los ritmos occidentales y que Matsunaga regenta– él personificará a su vez al Japón de post- guerra, sumido en una profunda corrupción moral, crisis económica y –habiéndose abandonado cualquier tipo de patriotismo después del desastre bélico– virtualmente sometido a los paradigmas y modelos occidentales. Matsunaga y las periferias de la capital nipona surcadas por el hambre la enfermedad y la suciedad, devendrán en objeto de las preocupaciones de Sanada, quien luchando contra sus propios vicios procurará el restablecimiento de la condición humana (sin distinción entre lo biológico y lo moral) de sus habitantes. Insuperables resultan las imágenes suscitadas por Kurosawa, al presentar este bajo mundo circundando una inmunda laguna, colector de todos los desagües y depósito de basura, y que a la vez constituye el centro del drama y donde se sumergen todas las esperanzas e ilusiones de los personajes.   

La temática del “drama médico” en Kurosawa está siempre presente. Años más tarde, en 1965, su film Barba Roja nos introducirá a la vida de un médico rural a inicios del S. XIX, que comprometido con el bienestar integral su comunidad desafiará a los estamentos de poder y a la conciencia de los que lo rodean. Al igual que en “El ángel ebrio”, Kurosawa postulará la idea de la salud como un problema social, que hunde sus más profundas raíces en la moral. Estamos pues ante una noción confuciana que, sin embargo, ha tenido su correlato en occidente: Cicerón señalará al respecto en su “De las Leyes” que el fin último del Estado es la salud –también traducida como salvación– de sus habitantes (“Salus populi suprema lex esto”). 

Entendemos, entonces, que la antigüedad nos tiene dos lecciones. La primera nos habla de una noción “integral” en un ser humano. El hombre no es una reducción biológica –como nos tiene acostumbrado a pensar los científicos; el verdadero médico no verá a sus pacientes como un cúmulo de tendones y nervios, sino como un ser con anhelos y expectativas que vive en un bien definido medio que lo oprime o lo libera. El seudo-progreso de los pueblos mediante la especialización se verá, entonces, duramente cuestionado por estos criterios. La segunda lección está referida a la “autoridad”. Esta luego, no será entendida  únicamente como un árbitro pasivo de las controversias humanas o un garante de derechos, sino como un ente activo cuya única función es facilitar el desarrollo pleno del hombre, lo que antiguamente se conocía como “salvación”. Estaríamos pues, frente a un gobierno que defina lo nocivo y lo positivo para luego procurar o evitar estos elementos, según corresponda, a la población; un buen gobierno entonces no debe limitarse únicamente a garantizar una mal llamada libertad que vaya incluso contra los propios ciudadanos. Lecciones pues, que la cultura tradicional –oriental y occidental– sigue enseñándonos y que nosotros, los modernos, tenemos pendiente.

     

martes, 5 de noviembre de 2013

La genealogía de la pasión: Medea

La genealogía de la pasión: Medea, de Pier Paolo Pasolini
Pier Paolo Pasolini: Medea. Films Number One, Janus Films, Planfilm, San Marco Finanziera. Italia. 1970. 118 min.



Para el peruano promedio, la noción de “tragedia griega” es un concepto extraño e ininteligible, sin embargo –y sorprendentemente para él– podemos decir que su conocimiento del tema será mayor del que pueda admitir. Así pues, los 2 500 años que nos separan de Sófocles y Eurípides no significaran mucho para quien convive con los avatares e infortunios de Edipos, Electras y Medeas contemporáneos. Y es que todos los días, luego de dar un vistazo a los programas noticiosos en T.V. o a las portadas de un “diario chicha”, aquellos violentos episodios que consagrara tiempo ha la literatura clásica, cobrarán vida  esta vez con algunos giros locales: así pues la madre que inmola a sus hijos entregándolos al fuego para así hacer sufrir a una pareja infiel, no vestirá en nuestros días sandalias y túnica, y muy a la manera moderna utilizará esta vez un eficaz veneno para ratas; y el hijo que asesinará a su padre por el poder no habitará la lejana Corinto, sino más bien –en nuestros tiempos– heredará un también cruel imperio del narcotráfico. En fin, como dice el Eclesiastés: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

Federico Nietzsche, heterodoxo estudioso de la tragedia griega, sostendrá una particular aunque verosímil teoría al respecto. Esta manifestación dramática tendría su origen, según él, en las fiestas religiosas celebradas en honor a Baco: festividades en las que sus sacerdotisas –las bacantes– se someterán a excesos (de alcohol y sexo) para culminar en la mutilación ritual de sus cuerpos: toda una puesta en escena de la autodestrucción. Y en esto radica la  esencia de la tragedia, en una delirante –e incesante– consagración a las pasiones desbordadas. En las obras maestras de la Grecia Clásica, todos los personajes labrarán un destino infeliz a causa de las decisiones irracionales que tomarán, inspiradas en las pasiones que los dominan; arrebatos que nacerán por designio de los dioses según los dramaturgos helénicos.        

Resulta ocioso, por tanto, resaltar la importancia que tendrá en nuestro medio el análisis y la discusión de la tragedia, ya que ella permitirá echar un vistazo a nuestras más oscuras pasiones para así dominarlas. En un país como el nuestro, en el que lo más primario domina a sus habitantes (la gastronomía, un eufemismo para la vulgar comida; la bebida, que si es alcohólica es mejor, y el espectáculo fácil que linda en la absoluta estupidez), los ciudadanos resultarán  ensimismados en una realidad únicamente instintiva y visceral que devendrá en una vida guiada por la pasión y el desenfreno. Las palabras de Medea ante la catástrofe por ella provocada –“Ahora no soy nada y me dejan sola; a menudo he observado que éste es mi destino: no ser nada“– resonarán luego en boca de los miles de desdichados que tratarán así de justificar los crímenes que les dan unas horas de efímera –y desventurada– fama.  
  
Por otro lado, nada resultará mejor que zambullirse en las páginas de este interesante drama bajo el patrocinio de un también trágico director italiano: Pier Paolo Pasolini. Una vida consagrada al arte pero signada por la desventura, que acabó en una muerte espantosa –asesinado y desfigurado– a manos de su amante homosexual. La vocación esteticista que nutre los filmes de Pasolini marcará también su versión de Medea, muy superior a todas las otras que se han rodado.

Protagonizada por la también famosa cantante lírica griega, María Callas, en este film se ensaya una versión muy auténtica y original de la obra de Eurípides, sin traicionar la esencia de aquel trascendental texto.  En la cinta, más que privilegiarse los diálogos del drama, la trama se presentará en lenguaje puramente cinematográfico: el vestuario, la interpretación, pero sobre todo, la fotografía hilarán la historia presentando un corpus compacto y lleno de significado. Se hace, pues, imposible dejar de entender el alma humana a cabalidad sin echar una ojeada a esta obra monumental, tanto del cine como de la literatura.


miércoles, 30 de octubre de 2013

La falsa crítica: Elisium.

La falsa crítica: Elisium, de Neill Blomkamp
Neill Blomkamp: Elisium. Media Rights Capital, TriStar Pictures. EEUU. 97 min. 2013.




Es el año 2154. La tierra está contaminada y sometida a la sobrepoblación. Lo que actualmente conocemos como la costa este norteamericana ha sido invadida por migrantes mexicanos y está compuesta por extensas favelas controladas por mafias de latinos. Por otro lado, los antiguos habitantes de los Estados Unidos han creado una estación espacial llamada “Elisium”, donde la calidad de vida es tan alta que los habitantes han llegado a poseer una expectativa de vida que linda con la eternidad. En este universo de tan fuertes contrastes se reviven los temores que se ciernen sobre el gran país del norte: la migración, la presión poblacionaria, la escasez de recursos.

Elisium (2013) es pues una de aquellas pocas películas de Ciencia Ficción en donde el peso de la realidad –y de la actualidad– se deja sentir e impregna todo su contenido más allá de la fantasía futurista. Símiles muy bien planteados pueblan la cinta: los balseros cubanos atravesarán ya no las peligrosas aguas del pacífico, sino los confines siderales expuestos, esos sí, a los controles migratorios de siempre, ahora planteados en clave tecnológica; el problema de una sistema penitenciario y de salud colapsado, será retratado en la persona de un autómata programado que atenderá –con la distancia de un robot- en las ventanillas de los servicios públicos, una imagen que revela la hipocresía del tratamiento burocrático actual, aquel que en su hermetismo nos muestra una faceta francamente cruel. Estos sucesos, pues, más que a las odiseas del espacio nos recordarán a los actuales torbellinos políticos que se ciernen sobre la administración Obama. Elisium devendrá pues, más en una crónica que un ejercicio de la imaginación.  

Visualmente interesante, verosímil, entretenida, Elisium se presenta como una de las películas más atractivas de la cartelera local, en la segunda mitad del año. Las efectivas actuaciones de Matt Damon y de Jodie Foster (conocida activista de izquierda) realzan la película y la llevan a límites muy aceptables; de otro lado, el planteamiento de los escenarios será lo más interesante en el film: las locaciones, el decorado y el vestuario serán trabajados minuciosamente y conseguirán evocar con detalle lo que el guión plantea. Sin embargo en este punto, el guión, es donde convendría detenernos un poco más.

La estructura discursiva de la película es muy simple: “debemos maximizar y ampliar el rango de las libertades y de los derechos que se obtienen por el ejercicio de la ciudadanía”, viejo credo liberal. Sabemos que bajo ese esquema la solución a los problemas es muy simple: dar más derechos a más personas. Es en esa línea que se agrupan los nuevos grupos de presión social: minorías sociales excluidas, grupos feministas, animalistas, homosexuales. Sin embargo bajo este modelo, y tal como ocurre en el film, nunca se cuestiona la estructura –productiva, ideológica, moral– de la sociedad, eso no se discute a fin de cuentas. El dilema se reducirá a ampliar, simplemente, el alcance de las prebendas, frente a los sectores que buscan reducir su impacto a fin de salvaguardar su nivel de vida. ¿Replantear el sistema extractivo?, eso no se menciona; ¿establecer arquetipos morales y de convivencia?, ni hablar… ¿establecer un modelo de ciudadano, desde el punto de vista integral?, nada de eso. Lo que importa es salvaguardar la “libertad” (léase la oportunidad de hacer lo que a uno le da la gana con su conciencia), ampliando la brecha de beneficios materiales que a uno le tocan por formar parte de la sociedad. Esto es un cuento viejo, ya lo dijo Thomas Hobbes a inicios del 1600.

En ese gran agujero discursivo radica el verdadero discurso del film; éste busca legitimar un sistema productor de desigualdad en esencia, al plantear –sin fundamento alguno, y sólo basándose en la posibilidad mítica- expandir los límites del “bienestar” a las poblaciones vulnerables. ¿Cómo? eso no se menciona ni se debe mencionar… allí radica la verdadera cuestión del asunto. Elisium será, por tanto, una de las innumerables películas norteamericanas que buscando criticar al sistema lo único que logran (deliberadamente o no) es reforzar sus estructuras mediante un fabuloso aparato ideológico y de propaganda como es el cine. En suma, hablamos de una cinta enteramente conservadora, que esparciendo un vacía esperanza, propaga el último de los grandes males cual Pandora moderna.       


            

jueves, 24 de octubre de 2013

El alma popular: Ánimas Trujano

El alma popular: Ánimas Trujano, de Ismael Rodríguez
Ismael Rodríguez: Ánimas Trujano. Ars, UNA. México. 1961. 100 min.



La religiosidad popular, ese singular fenómeno sincrético que forma parte del imaginario popular de nuestro pueblo, ha venido –y viene– cautivando a un sinnúmero de teólogos, científicos sociales y artistas de todas partes del mundo. Las expresiones de piedad en Latinoamérica, afirmadas esencialmente sobre una base de exuberancia y colorido, proyectarán a la vez ante nosotros una sentida espiritualidad, desconcertante las más de las veces. Una buena cantidad de novelas y cuentos –muchos de ellos clásicos de nuestra literatura–  abordarán, aunque de forma tangencial, estas prácticas acentuando quizás su exotismo; pocos sin embargo, serán  aquellos libros en los que las costumbres religiosas de este confín de orbe ocupen un sitial preponderante en el relato. En el cine –novel arte– el tema pasará desapercibido o se incorporará únicamente, en la humilde industria cinematográfica latinoamericana, como un simple agregado más del escenario, o un apéndice superficial del guión.  Sin embargo existe una excepción, nos referimos al film de 1961, Ánimas Trujano.

Considerado un clásico del cine mexicano, Ánimas Trujano abordará a partir del drama de un campesino indígena mexicano la complejidad de las celebraciones religiosas en el México de inicios de siglo. Dirigida por Ismael Rodríguez, y protagonizada por el reconocido actor japonés Toshiro Mifune, (ya célebre por sus colaboraciones con Akira Kurosawa en Rashomón (1951), Los siete samuráis (1945) y Yojimbo (1961), entre otras) la cinta penetrará en la psicología del humilde campesino mexicano, quien sumido en la pobreza y el alcoholismo y ávido del reconocimiento social hará lo imposible –y lo ilícito– para conseguir el dinero que le permitirá acceder a la mayordomía de una fiesta patronal. La actuación de Mifune, teatral por excelencia, acentuará la angustia y la desolación que provocará en nosotros la figura de Ánimas Trujano, un ser inocentemente culpable sumido en la ignorancia y el envilecimiento.


Profunda, intensa. Esta película pasará a la historia, finalmente, por retratar con fidelidad y vigor parte importante de la idiosincrasia latinoamericana, de sus luces y sus sombras.     

miércoles, 2 de octubre de 2013

¡Kachkaniraqmi!: Sigo Siendo.

¡Kachkaniraqmi!: Sigo Siendo, de Javier Corcuera
Javier Corcuera: Sigo Siendo. Nakuy S.A.C. Perú. 2013. 110 min.



El Perú es un país cuya identidad está en cuestión. Por ser un conglomerado de naciones, razas, lenguas, el asunto de la identidad se encuentra en permanente debate, reelaborándose constantemente los criterios que conforman la peruanidad. Intereses políticos, coyunturas económicas, y particulares formas de ver al mundo han planteado “soluciones” sobre este asunto buscando definir de una vez por todas “lo que somos”. Más allá de estos esfuerzos –fructíferos y bien intencionados algunos, mediocres y dañinos los más– considero que la riqueza del debate radica justamente en el constante replanteamiento que se pueda hacer, para finalmente, con paciencia y trabajo, arribar a nociones más sólidas e integrales.

El cine en el Perú también ha prestado una particular ayuda sobre este tema; muchas cintas han abordado el asunto identitario desde diferentes ópticas y otras también -afortunadamente- han propuesto más “grietas discursivas” y vetas de interrogantes que “soluciones” forzadas y simplonas. Es en este contexto que Javier Corcuera nos presenta su film “Sigo Siendo” (2013): Una rica y bien planteada exploración de la identidad nacional y de su evolución en los últimos años, esta vez a propósito de las expresiones musicales de nuestro país. Cinta apostada en las antípodas de films que –como su contemporánea “Asu mare” (2013) – buscan explicar la compleja trama de la identidad con clichés tan profundos como un plato de sopa y desde una mediocre –y por ello, ciertamente peligrosa– visión igualitaria; películas que definen “la identidad” desde una posición reductiva, centralista y hegemónica –la capitalina– que como apisonadora pretende forzar un nuevo modelo de peruano muy al gusto el auge económico y del modelo financiero.

Afortunadamente nada de esto ocurre con “Sigo siendo”. Partiendo desde la complejidad del asunto y sus componentes (que se expresa en términos visuales y verbales en el film), al abordar a la identidad la cinta nos muestra un panorama exuberante aunque complicado, lleno de interrogantes y cuestiones no resueltas. He aquí su logro discursivo: la autenticidad que consigue expresar mediante mecanismo que, respetuosamente, presenta el fenómeno “desde adentro”, cediendo la voz a los mismos protagonistas y resaltando únicamente –mediante pura técnica cinematográfica– la belleza que fluye de esa confusa y a veces, dolorosa realidad.

Además de lo ya dicho merece una mención especial la cuidada fotografía de la película, desarrollada cuidadosamente y buscando resaltar –con éxito– la belleza que emerge de las expresiones culturales de nuestro país; ésta, al igual que la película, invita más a la reflexión y a la escucha de las diferentes posiciones que a una elaboración rápida y accidental de respuestas definitivas. Nos deja pues en la dulce intemperie y con la necesidad de rumiar más la maravillosa gama de expresiones que conforman el ser mismo de un pueblo. Justamente, quizás, en esto residirá  su éxito para la crítica y su fracaso en taquilla (“Sigo siendo” sólo ha permanecido una semana en salas, frente al mes y pico que permaneció en cartelera la mentada “Asu mare”). ¿Estaremos acostumbrándonos los peruanos a no esforzarnos por pensar –y repensar– sobre lo que nos constituye como tales? ¿O, fieles a las pervertidas prácticas democráticas que imperan en nuestro país solemos, únicamente, plegarnos a aquellas “respuestas” y “soluciones” más fáciles y acomodadas a nuestros intereses para así salvarnos el angustiante vacío de la incertidumbre?


Gran acierto el de Javier Corcuera, joven realizador peruano quien, en medio de una serie de producciones nacionales que dejan mucho que desear, busca insuflar nuevos aires de buen cine en las salas nacionales. Gran acierto y gran película pues, que como muchas de aquellos clásicos universales del séptimo arte terminará, soberbiamente, con una amplia toma del mar.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Elogio de la propaganda: Z

Elogio de la propaganda: Z, de Constantin Costa-Gavras
Constantin Costa-Gavras: Z. Office National pour le Commerce et l'Industrie Cinématographique, Reggane Films, Valoria Films. Francia, Argelia. 1969. 128 min.



¿Existen los films “políticos”? Encontramos aristas de denuncia en muchas cintas –ya sean notables o no– rodadas a la fecha. Películas clásicas, como El nacimiento de una nación (1915), Ladrón de bicicletas (1948), o Matar a un ruiseñor (1962), han buscado hacernos tomar conciencia de atroces circunstancias históricas, o injustas coyunturas para determinados sectores sociales o hasta para pueblos enteros. De otro lado, muchos realizadores han dedicado toda su vida y pasión a producir esta clase de cintas: Gillo Pontecorvo, los hermanos Taviani, Elio Petro en Italia; Robert Moore en los EEUU y André Wajda en Polonia; y ya más cerca a nuestra realidad, Fernando Solanas en Argentina. Sin embargo, si queremos entender la quintaesencia de un film “político- ideológico” debemos acudir a uno de los realizadores que con más acierto han desarrollado este tema. Nos referimos naturalmente al director griego Constantin Costa-Gavras.

Cintas como Estado de sitio (1973), film en el que se dará cuenta de la represión desplegada por el gobierno militar en Uruguay –metáfora de una convulsionada Latinoamérica en los años 70’-80’; Desaparecido (1982), que aborda la desaparición de Charles Horman, activista político norteamericano ejecutado extrajudicialmente por el gobierno de Augusto Pinochet, en complicidad con su propia embajada; y la polémica Amén (2002), que desarrollará el tema del holocausto nazi y la ambigua reacción que tuvo la Iglesia Católica a propósito de este desastre. Sin embargo, será uno de sus primeros films –y aquel que le daría renombre internacional– el que será considerado como su obra maestra: Z (1969).

La letra “Z”, en griego antiguo significa: “aún está vivo”, proclama dirigida contra el gobierno militar griego de los años 60’, culpado del asesinato del dirigente pacifista Grigoris Lambrakis (interpretado en el film por Yves Montand). La película discurrirá en el contexto político de la Grecia de ese tiempo, y en especial, en el entramado delictivo desplegado por altas autoridades del ejército y la policía para acallar y ejecutar extrajudicialmente a los opositores. Film delicioso, en el que se combina con acierto el suspenso y la incertidumbre, con un refinado humor negro. Destacan en el film las soberbias actuaciones de Jean Louis Trintignant (quien caracteriza en el film a Christos Sartzetakis, el juez de instrucción que develará la conspiración a pesar de las amenazas que se cernían sobre su cabeza), y de Irene Papas como la esposa de Lambrakis. 

En el puñado de películas dirigidas por el griego, y más allá de la parcializada visión del mundo que pretendan revelar (no olvidemos que Costa-Gavras  es un activo militante comunista, que incluso participó –de muy joven- en la resistencia partisana que se libró en su país contra la ocupación nazi), resulta francamente encomiable, tanto el vigor y la consistencia que se advierten en cada una de sus obras, como la pericia desplegada en ellas con el único objetivo de hacernos compartir el dolor y la angustia que emanan de las causas por él defendidas. Sobrias, emotivas, sutilmente trabajadas. Costa-Gavras posee un estupendo manejo de la técnica del thriller, administrando los tiempos y el ritmo, dosificando la intensidad de la trama hasta llevarnos a un verdadero paroxismo.


Se hace fundamental revisar la obra del gran maestro griego del cine político, más allá de nuestras creencias o posiciones ideológicas. Una gran lección de cine “comprometido” nos espera, una muestra de propaganda de la mejor calidad.    

martes, 10 de septiembre de 2013

Un nuevo y polémico mundo: 1492: La conquista del paraíso

Un nuevo y polémico mundo: 1492: La conquista del paraíso, de Ridley Scott
Ridley Scott: 1942: Conquest of paradise. Cyrk, Légende Films, Paramount, Percy Main Productions, Francia, España Reino Unido, 1992. 142 min.



El 8 de octubre es para nosotros, los americanos, motivo de celebración de una polémica fecha. Aquel día, un nuevo mundo fue descubierto, y desde ese momento la civilización, con sus bondades y defectos, hizo su tienda en los paradisiacos confines del orbe. ¿Inicio de una aculturación forzada, o epopeya de la fe y del mundo occidental? ¿Fecha funesta o favorable? El debate da para largo. Lo que sí sabemos es que la figura de aquella odisea también permanecerá envuelta en la controversia: elogiado y escarnecido correrá igual suerte a la travesía que dio a luz.

En 1992 todo el mundo hispano celebró –cada cual a su manera– los 500 años del descubrimiento de América. Exposiciones, libros, seminarios, simposios. Nada era poco para celebrar los cinco siglos de presencia europea en nuestro continente. Es en esta coyuntura que el director inglés Ridley Scott, célebre por films como: Alien (1979) y Blade Runner (1982), rodaría una película en la que daría cuenta de su particular perspectiva del protagonista de esta historia: Cristóbal Colón.

1942: La conquista del paraíso (1992) es una súper producción protagonizada por, nada menos que, Gerard Depardieu, Armand Assante y Sigourney Weaver. Filmada en Costa Rica, hará gala de una soberbia cinematografía, bellísimos y cuidados paisajes que serán el escenario ideal para la recreación de este viaje legendario. Junto a los bellos colores del Mar Caribe y de la selva mesoamericana, apreciaremos el esplendor y riqueza en la corte española, gracias a una refinada escenografía, vestuario y maquillaje. La obra nos sumergirá, pues, a fuerza de bellos matices, detalles y colores, en la Europa de a finales del S. XV. Mención aparte merece la música de Vangelis –recordado compositor de grandes bandas sonoras, como la de Charriots of fire (1981)– quien, a propósito de la música eclesiástica de aquel siglo, desarrollará melodías de fuerte impronta épica, que se acomodarán a la perfección al film.

Más allá de todo lo dicho, “1492” da más para hablar: la obra de Scott no será, pues, una obra neutra. Si observamos con detalle, caeremos en la cuenta que en toda la cinta se sostendrá la particular visión, que de este hecho, corresponde al mundo anglo. Según la visión del director, Colón será luego un humanista revolucionario, ferviente cuestionador del poder de la Iglesia Católica y del Sistema Nobiliario. El intrépido y muchas veces inescrupuloso mercader genovés se asemejará, según el director, más a uno de aquellos colonos, que perseguidos por su fe, años más tarde emigrarían de la Inglaterra anglicana a un mundo de mayor “libertad”, que a un navegante de la época.

Luchador de las causas de los indígenas, entusiasta cultor de la ciencia, impulsivo paladín de la igualdad; el Colón de Scott no se asemejará en nada a aquel “Cristophoro”: santo heraldo de Cristo a este lado del globo, al que aludirá León Bloy en su El descubridor; ni a aquel astuto marinero, que –tal como leeremos en sus cartas– se encontraba más preocupado por los títulos y las riquezas, y que, inclusive, llegaría a aconsejar a la colonia la reducción a la esclavitud de los naturales de las regiones descubiertas, en vista de la escases de oro en sus tierras. Este Colón “moderno” –en todo el sentido de la palabra– será pues un descubridor muy a la medida de los paradigmas anglosajones, y se adecuará luego, muy bien a sus intereses históricos y especial idiosincrasia.


“1942”, en suma, constituirá una bella cinta; aquellas productos del séptimo arte en las que el deleite visual alcanzará un elevado esplendor. Por otro lado, no deja de ser un film fecundo (como sujeto de análisis, más que para la asimilación irresponsable) en tanto discurso; ella pues nos aproximará más a los prejuicios y ideales contemporáneos, que aquellos que acompañaban al hombre de hace  cinco siglos. Imperdible.

martes, 3 de septiembre de 2013

Todos están muertos: Pedro Páramo.

Todos están muertos: Pedro Páramo, de Carlos Velo
Carlos Velo: Pedro Páramo. Clasa Films Mundiales, Producciones Barbachano Ponce, México, 1967. 110 min.



“Vine a Comala  porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Así inicia una de las más importantes novelas escritas en nuestro idioma, y quizás una de las más significativas del Siglo XX. Esta obra, la única novela de Juan Rulfo, le valió –y con justa razón– ser considerado como uno de los más grandes escritores de Latinoamérica. Vanguardista, costumbrista, universal. La historia de Comala y Juan Preciado ha cautivado a lectores de todas partes del orbe, haciendo de la convulsionada vida social mexicana de inicios de siglo un ficción de ámbito universal.  

Cincuentaidós años después de su publicación Carlos Velo lanzaría la primera versión cinematográfica de la novela, y a pesar que se suele decir que ninguna adaptación en el cine puede estar a la altura del  libro que busca recrear (en especial si se trata de una obra maestra como esta), nos atrevemos a señalar que este film constituye una honrosa excepción –junto a la Muerte en Venecia (1971) de Visconti o Lolita (1962) de Kubrick, según los entendidos.    

Con la participación de Ignacio López Tarso –extraordinario actor mexicano y protagonista de clásicas cintas como Macario (1960) y Nazarín (1958)– y guión del consagrado escritor mexicano Carlos Fuentes, Pedro Páramo (1967) nos sumerge en la vida y desgracias de los habitantes de Comala, aquel pueblo maldito –y a estas alturas inmortal–, que sufrirá el hambre, la explotación y la guerra en los convulsos tiempos de la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera.  México entero es retratado por Rulfo, y nuevamente por Fuentes y Velo, en sus desolados confines; el hondo sentir de una nación –sus sueños y pesadillas– se verá materializado en esta bellísima historia; ilusión onírica que lindará con el mito, nunca exenta del espanto y la desilusión.   
  

Obra destacada del periodo de oro del cine mexicano, este film  -si bien emerge de la sustancia misma de la obra de Rulfo- poseerá un fulgor propio, siendo por sí misma una obra elogiable. Suelen pasarla en cualquiera de los dos canales de cine mexicano que transmiten en el cable, quizás oculta en una programación acaparada por los consabidos dramones y films de charros pendencieros; cintas que, por otra parte, para muchos constituirán el arquetipo del cine producido al sur del Río Grande.  Recomendada incluso para quienes ya han leído el libro.  

jueves, 8 de agosto de 2013

El gran fantasma rojo: Adiós a mí concubina

El gran fantasma rojo: Adiós a mí concubina, de Chen Kaige
Chen Kaige: Adiós a mí concubina, Beijing Film Studio, China Film Co-Production Corporation, Maverick Picture Company, Tomson Films, China, 1993. 154 min.



Hace 48 años, un día como hoy doce de agosto, el Comité Central del Partido Comunista Chino se reunirá en pleno para tratar lo que, años más tarde se conocería como la Gran Revolución Cultural Proletaria, o como se la conoce más comúnmente: La Revolución Cultural China. En esta histórica cita se dio paso, entonces, a lo que se conocerá como una de las campañas ideológicas más radicales en toda la historia de la humanidad, tan sólo comparables quizás con las emprendidas por Pol Pot en Camboya. Encabezada por el mítico líder de la revolución china, Mao Tse Tung, una maniobra inicialmente política en contra del ala más conservadora del partido –más conocida como la “Banda de los Cuatro”, encabezada por Deng Xiaoping– hubo de tornarse en un descomunal movimiento liberado por amplias bases populares y, sobre todo, juveniles; un movimiento que escapó incluso del control de los dirigentes que la iniciaron. Así pues, lo que pretendía ser la afirmación de la ortodoxia proletaria y campesina, se convirtió en una sangrienta cacería de brujas que no sólo cobró víctimas entre los más grandes líderes e intelectuales comunistas, sino –lo que es aún más doloroso- atacó, buscando anular con furia desenfrenada, la tradición milenaria de ese gran país. Grandes turbas de los llamados “guardias rojos”, fanáticos jóvenes del entorno de Mao asaltaron grandes monumentos históricos, entre los que se cuentan cientos de templos budistas y taoístas, la propia tumba de Confucio y los antiguos palacios imperiales; la destrucción de numerosas obras de arte y antiquísimos manuscritos, a la par de la campaña de “Culto a la Personalidad” que Mao hacía de su persona en este período, evidencia una verdadera “edad oscura” en pleno siglo XX, completamente análoga a las leyendas negras que, al respecto, cubren la fama de la Edad Media europea.    

Veintiocho años después en 1993, un prolífico realizador chino: Chen Kaige, daría cuenta de parte de este infausto capítulo en la historia de su país, y quizás del mundo. Adiós a mí concubina (1993) presentará la historia de dos pequeños huérfanos que fueron acogidos en casa de un maestro de arte dramático chino, lugar conocido como la “Ópera de Pekín”. Según los tradicionales cánones de este arte –muy parecidos, por otra parte, a los occidentales- las mujeres no podían dedicarse a la actuación lo que implicaba, de otro lado, que alguno de los personajes masculinos debía travestirse –y en muchas ocasiones trastocar totalmente su personalidad- para ejecutar fielmente su representación. Es en ese escenario que surge la amistad entre Xiaolou y Dieyi, una relación que se hará intensa producto de la férrea disciplina de la academia y el desamparo emocional al que fueron sometidos; relación que también, muchas veces, cambiará de tenor y se complejizará debido a la metamorfosis de Dieyi, encargado en los roles femeninos. Esta singular obra, sin embargo, no pretende acusar las tradiciones –en particular las artísticas– del gran país amarillo. Todo lo contrario. A pesar de lo incomprensible que pudieran ser sus prácticas y usos, Kaige rescata la tradición elevando al plano de lo sublime la técnica y maestría de la Ópera China, cuyos fragmentos gozaremos en franco asombro. Muy diferente será la consideración hecha por el film sobre la Revolución Cultural, suceso que marcará –por mucho tiempo– la desaparición de la Ópera tradicional (y por ende, la degradación social de todos sus cultores).


Es digna de destacar en el film, además de la soberbia actuación de los protagonistas Leslie Cheung y Zhang Fengyi, la espléndida puesta en escena: el decorado, el vestuario y el maquillaje son verdaderamente exquisitos. Se filtrará pues, por la pantalla, una herencia cultural muy rica cuyo  parangón encontraremos en las magníficas –aunque parciales- representaciones teatrales. El ritmo y el curso de secuencias imprimirán un particular, además de preciso, dinamismo a todo el film. Mención aparte merece la decisión política del director al elegir la trama; un bello guión que, valientemente, atañerá una época difícil –y aún no superada– de la historia reciente en China. Kaige resulta, pues, portavoz de lo que se conoce en China como la “quinta generación” de directores, núcleo cinematográfico que con mirada crítica y en consonancia con un pueblo en constante evolución, valora y reinterpreta su pasado. Sólo como curiosidad podemos nombrar –el acucioso lector entenderá el porqué, luego de echar un vistazo– a la mediocre película australiana El último bailarín de Mao (2009) como la antítesis de esta producción.           

martes, 23 de julio de 2013

¡Chist!: El gran silencio

¡Chist!: El gran silencio, de Philip Gröning
Philip Gröning: Der Grosse Still, Zeitgeist Films, Alemania/Suiza/Francia/RU, 2005. 162 min.



Se lee en el capítulo diecinueve del Primer libro de los Reyes: “Se dispuso a pasar por la montaña el Señor Dios. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas; pero no estaba el Señor Dios en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba el Señor Dios en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba el Señor Dios en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. [Allí Dios se encontraba presente]”.

Este fragmento puede resumir a la perfección “El Gran Silencio” (2005), documental del realizador alemán Philip Gröning sobre la Gran Cartuja, el mayor de los monasterios fundados por San Bruno en 1084 en Grenoble, Francia; antiquísima orden religiosa, famosa por instaurar –además de los votos e pobreza, castidad y obediencia– un cuarto compromiso especial: el voto de silencio perpetuo. “El Gran Silencio” (2005), buscará dar cuenta de un ideal de vida totalmente ajeno a nuestro ruidoso mundo, incomprensible incluso para los propios productores del film. Según ellos aseguran, en el año de 1984, luego de haber planificado cuidadosamente el film, manifestaron a los religiosos su deseo de rodar; toda lo que obtuvieron por respuesta fue que debían esperar. Quince años después, ya cuando el proyecto parecía haber caído en el olvido, el director recibió una peculiar llamada. Era el abad, habían tomado una decisión: querían rodar la película.    

La película, con ritmo pausado y grave, buscará introducirnos en la vida cotidiana de los cartujos. Conoceremos sus costumbres diarias, su lento transitar –siempre en sigilo-  por los centenarios pasillos de la hermosa abadía. Compartiremos su trabajo diario en los campos cercanos, enmarcados por un espléndido paisaje alpino; en la sastrería; en la cocina y en taller de confección de zapatos. Asistiremos a sus ceremonias religiosas, incluso a la incorporación de nuevos miembros a la Orden. Finalmente, el domingo, luego del almuerzo, escucharemos por primera vez sus quedas y calmadas voces, rompiendo la serenidad en el día de descanso, en el día del Señor.

El film, no es pues, en suma, un documental corriente. Uno de esos arrogantes trabajos de investigación en los que “expertos” y presuntuosos conductores describen la vida de una comunidad, de un grupo, desde un sitial de superioridad: ya sea como quien explora a una tribu de salvajes, o analiza un insecto desde el microscopio. Nada de eso. Estamos frente a un documental que tiene el gran mérito, además de muchos otros, de hacerse uno con el espacio y el tiempo que refleja, fundiéndose –respetuosamente- en la mirada que pretende recrear. Muestras de ello serán sus preciosas tomas, aquellas que con gran detalle y planificado gesto buscan reflejar en sus aparentes desenfoques o sombras el ambiente que se vive y el espíritu que habita en aquel lugar; recinto en donde, hace más de nueve siglos pervive nada menos que la Gran Cartuja de Grenoble. La ausencia de una voz todopoderosa, quizás la de un entrometido conocedor explicando todo lo que pasa, dará paso más bien a la pausa y el recogimiento, en la cinta. Las amplias vistas del paisaje que acompaña el monasterio, darán paso a primerísimos planos que nos sumergirán en la intimidad del claustro. Una muestra de cine de la mejor calidad. El arte no será, pues, una mímesis cualquiera; mediante el trabajo de las formas hará surgir “universales” de los particulares que refleja con maestría.


Toda una experiencia, no exenta de aspereza y dificultad. Ver esta película no resultará –como diríamos en buen cristiano– asistir a un común espectáculo. Sabemos que disfrutar una gran película implica sacrificar una parte de lo que somos para, finalmente, crecer un poco más.   

martes, 25 de junio de 2013

Entre las sombras del espíritu: La Pasión de Juana de Arco.

Entre las sombras del espíritu: La Pasión de Juana de Arco, de Carl T. Dreyer
Carl T. Dreyer: La Passion de Jeanne d´Arc, Societé Generale des Filmes, 114 min. 1928.



La estética del poder

             A principios del S. XVII una nueva concepción de la belleza se delinea en los cenáculos artísticos europeos; la nueva corriente responde a los acontecimientos inmediatos: el clima ideológico en el orbe reacciona contra las viejas estructuras – tanto políticas, como de pensamiento – volviendo los ojos al hombre, quien reclama su total señorío frente a todo lo que le rodea. El Renacimiento reivindica a una humanidad asfixiada entre los humores de la metafísica otorgándole la completa capacidad de regirse a sí misma, de aprehender mediante sus frágiles sentidos todo el universo natural y consagrar a la razón como la medida de todas las cosas; esto mediante la vuelta de la tradición pagana y asumiendo aquellos valores resumidos en el viejo lema de los juegos olímpicos: Citius, altius, fortius.

            Sin embargo, y por encima de las – cíclicas – ansias del ser humano por decretar el imperio total de la razón, la avalancha de lo irracional siempre se hubo de desbordar por los márgenes de la historia. Justamente, la máxima expresión del inconsciente, se definirá como el Barroco. Definido como la estética del poder, haciendo alusión al impulso y patrocinio que brindó la Iglesia Católica a este movimiento y su uso en favor de la Evangelización del Nuevo Mundo y la reacción a la Reforma Luterana, el Barroco fue el vehículo más idóneo para representar el universo alegórico y la complejidad doctrinaria de la Iglesia. El tenebrismo, las recargadas ornamentaciones y la ruptura de la fluidez en espacio – arquitectónico – se mostraron como eficaces intentos en el afán de generar en la feligresía la plena conciencia del dolor, sacrificio, majestad y de la vida ultraterrena.

La pasión por el encuadre

            En 1981, el encargado de limpieza de una institución mental en Oslo encuentra en un armario clausurado una copia del primer negativo no censurado de La Passion de Jeanne d’Arc, cuyo único original había sido destruido en un incendio. Este extraño suceso constituyó un verdadero milagro cinematográfico, ya que luego del siniestro que hubo de estropear su filme, Dreyer se opuso rotundamente a re-editar la película a partir de las tomas que se salvaron del fuego. Por muchos años circularon entre los círculos cinematográficos más privilegiados escenas incompletas e inconexas tomas de una obra maestra mutilada – víctima de una censura más cruel que la que le impuso el Arzobispo de París luego de su exhibición – hasta que aquel milagro en el psiquiátrico noruego permitió la circulación masiva – una edición impecable ya se puede encontrar en DVD[1] – y la delicia de los cinéfilos.  

       Sin embargo, no nos ha de sorprender por que esta cinta hubo de esconderse por décadas en un antiguo centro de salud mental, ya que cualquiera que eche un vistazo al filme comprenderá su extraño paradero. Juana de Arco, la santa patrona de Francia es también – según la Iglesia Católica – patrona de “la gente ridiculizada por su piedad”. La pucelle siempre ha sido fuente de las mayores controversias y opiniones contrarias; se dice, por ejemplo, que la Dama de Orleáns consumía ciertas sustancias ricas en hormonas animales para mantenerse en un permanente estado extático y hasta que padecía diversas enfermedades mentales como la esquizofrenia y la paranoia. Es allí donde la cinta de Dreyer  hace su aparición como un fidedigno retrato de la santa[2] sobre todo por su tratamiento formal, tan exacto que hasta podría fungir de un documento científico. La actuación de Renée Jeanne Falconetti es considerada por muchos como la mejor que ha dado hasta ahora la historia del cine, representando sorprendentemente a Juana tanto en sus periodos extáticos, como en los de fragilidad ante la cercanía de su ejecución.  

Conclusión

            Siendo una película muda – considerada por muchos como el culmen de este género – la preocupación de Dreyer se centró en una impecable fotografía y en favorecer al máximo el trabajo de los actores (curiosamente en el reparto figura el famoso poeta Antonin Artaud, quien encarna a un cruel obispo). La técnica de Dreyer – que consiste en el uso constante de close ups – acentúa las realistas actuaciones, dejándonos apreciar todos las matices de cada uno de los personajes. La profundidad en la representación y el acertado guión permiten una interpretación ambigua, múltiple y por lo tanto rica del suceso. El juego de luces y sombras, el austero vestuario y escenografía y el manejo de la cámara en su mayoría en espacios cerrados, reproduce un barroquismo de eficaz factura.

La Passion de Jeanne d’arc en suma una película dura. Imposible pues, sustraerse del patetismo y de las hondas interrogantes que puedan despertar la cinta. Verla significa integrarse a aquella dimensión en la que viven los mártires y ascetas, acoger sus principios – tan reñidos con los del mundo moderno – y no  simplemente parodiarlos como se hizo en algunas películas de corte “místico” – como en The Messenger: The Story of Joan of Arc (1999) – a la manera new age.  





[1]  Edición que, a estas alturas y a Dios gracias, también circula en el mercado paralelo.
[2] El guión de la cinta fue extraído de los manuscritos originales del proceso seguido contra Jeanne d’Àrc  el año de 1431 en Ruán, que terminó condenándola a la hoguera. 

martes, 18 de junio de 2013

Nostalgia: Desembarcos.

Nostalgia: Desembarcos, de Jeanine Meerapfel.
Jeanine Meerapfel: Desembarcos. INCA, Instituto Goethe. Argentina. 1986-89. 74 min.


                         
En la realidad observamos que los seres, sean animados o inanimados, no están compuestos nada más que por forma y materia; una que los constituye y otra que los configura como tales. La forma de cada uno de los entes será su esencia, es decir eso que hace que ellos “sean”, lo que los determina y define. Sin embargo, nos atrevemos a afirmar que existen realidades más complejas –aquellas que exceden a lo particular– que también pueden ser concebidas de ese modo. Es así que a una ciudad, compuesto inagotable de seres de diversa índole, también quizás se le podrá atribuir una esencia.

Muchas veces, luego de mantener una relación con cualquier ciudad –un vínculo que sólo se alcanza con la persistencia y  los años–  logramos tener un concepto amplio de lo que significa un espacio vivo, muchas veces caótico y angustiante, pero siempre tan real como el día a día.  Asimilaremos luego, en el cotidiano convivir con sus calles y avenidas,  la personalidad de una urbe en sus aromas y sonidos, en su luminosidad y su gente. Así pues, advertimos que toda la ciudad –como un único ser – palpita al unísono revelando una existencia particular y una voluntad autónoma.     

De otro lado, a pesar de los incontables esfuerzos realizados, podemos afirmar que existen pocos films que han retratado  con éxito la idiosincrasia de una ciudad. Las más de las veces la conoceremos a través de un sólo individuo, alguien en que se encarna la metrópoli; reflejándonosla a través de sus traumas y manías, en sus aspiraciones y costumbres, mientras recorre –hecho uno con el paisaje- la ciudad que lo posee. Sin embargo, pocas veces se ha logrado con un film de corte casi documental, tocar la médula misma de una localidad. Desembarcos (1986-89) es una excepción. Con esta pequeña obra maestra, Jeanine Meerapfel (directora argentino-alemana), ha logrado presentar ante nosotros un cuadro maravilloso de su segunda ciudad: Buenos Aires; y lo ha hecho simplemente repitiéndonos, en todos los tonos y medios posibles, una sola palabra, aquella que puede definir perfectamente a la Villa fundada por Solis: Nostalgia.

Aunque su título refiere al desarraigo vivido por la gran masa de inmigrantes que llegaron a las costas del Río de la Plata, la cinta aludirá a hechos más recientes. Buenos Aires, a pesar de haber permanecido desde antaño bajo el sino de la tragedia y del desencanto, pivotes sobre los que descansan gran parte de su  folcklore y  literatura, ha atravesado en la actualidad dolorosos eventos, en los que el patetismo rioplatense ha concentrado actualmente su melancolía: la dictadura militar de la década de los 70’, sangriento período que tiño de sangre a toda Argentina y en especial a su capital. Es con ese pretexto con el que Meerafel rueda su film, dejando de lado lo testimonial o histórico para concentrarse en la cinematografía: en las texturas y la imagen; buscando así, con cada acento, plasmar la esencia misma de la nostalgia. La especial relación de la directora con buenos Aires jugará también un rol fundamental en la película. Su retorno a su segunda patria después de un largo período en Alemania, significará para ella vincularse nuevamente con la urbe de su niñez; situación doblemente triste, al haber regresado en momentos en que Argentina acababa de salir de la dictadura y atravesaba duras circunstancias de inestabilidad política.   

Un filme tan hermoso como desconocido en nuestro medio. Sencilla obra que, mediante una cuidada conjunción de tomas, secuencias, guión –amén de la tan porteña música de Astor Piazzolla– alcanza niveles líricos impensables. Finalmente, cuando las luces clareen y el proyector se apague, habrá quedado impresa en nuestra alma la esencia misma de la ciudad de María de los Buenos Aires.