martes, 29 de julio de 2014

De cuando la patronal le hizo el amor al proletariado: La Califa

De cuando la patronal le hizo el amor al proletariado: La Califa, de Alberto Bevilacqua
Alberto bevilacqua: La Califfa. Fair Film - Labrador Films - Les Films Corona. Italia. 1970. 112 min.



“De cuando la patronal le hizo el amor al proletariado”. Esta sugerente –aunque extensa– frase puede resumir un film igual de provocador, distinguido fruto de su época.

Era la convulsa Italia de los años 70’ y la pugna ideológica rebasaba las fronteras políticas y hacía de diferentes ámbitos su campo de batalla: el pedagógico, el académico, el eclesiástico, y por supuesto el artístico. El cine –arte de masas– sería pues el medio favorito para que los artistas políticamente comprometidos buscaran “desalienar las superestructuras” bajo los dictados de Gramsci. Es así que en una época caótica, en un país caótico, las más heterodoxas facciones de la izquierda esbozarán un discurso singular, uno que tratará de desbordar los férreos linderos del pensamiento comunista tradicional, para relacionar los dogmas del viejo Marx con doctrinas más sugestivas y de plena moda como serían el psicoanálisis, el existencialismo, o el estructuralismo. Freud enardecerá luego las frías relaciones entre el opresor y el oprimido, entre la mercancía y el consumidor, entre la patronal y el asalariado: las disputas de alcoba alcanzarían categoría de lucha de clases. En suma, hablamos de una singular época.

“La Califa” será el apelativo de una hermosa obrera y peculiar viuda de un luchador social. “La Califa”, mujer liberada y sin complejos, sexualiza su entorno más cercano conquistando las “conciencias burguesas” mediante la efervescencia de la libido. Su natural gracia y naturalidad harán de ella el portavoz y cabeza de sus compañeros de labor en la fábrica, a la vez que se aproximará cada vez más a Doberdó, el implacable dueño de la mayoría de las fábricas de la ciudad. Es en este punto en que la película abandona el sustrato objetivo que había mantenido para sumergirse en el sueño, haciendo de “La Califa” ser etéreo que cual Virgilio de izquierdas encamina a Doberdó –su enemigo natural– por la senda de la redención clasista. Muy al estilo del “visitante” protagonista de Teorema (1968) de Pasolini, “La Califa” despercudirá, ya sea mediante un exuberante ejercicio del sexo o indagando en los orígenes y traumas más ocultos de su prosélito, la mentalidad burguesa de Doberdó haciendo de él un buen padre, esposo y patrón.

“La Califa” resulta pues un interesantísimo testimonio de aquel discurso predominante en los 70’, uno que atribuía todos los males de este mundo –económicos, sociales y morales– a la represión sexual y a la explotación al trabajador; variables poderosa e indisolublemente entrelazadas según esta peculiar hipótesis. Apelando así a una suerte de estadio primordial –que recuerda mucho al buen salvaje de Rousseau– Bevilacqua pregona con su film como la verdadera inocencia exuda un erotismo incontenible.

De otro lado, y más allá de la insólita tesis que sostiene el film –y que hace de esta una cinta digna de verse– en el plano cinematográfico “La Califa” se muestra como una producción mediocre. Su linealidad escénica y pobreza de vistas dan cuenta de eso. Las actuaciones –entre las que resaltan la de Ugo Tognazzi como Doberdó– y los diálogos salvarán al film. Digna de mención es la participación de Romy Schneider haciendo las veces de “La Califa”; quién sin hacer gala de una actuación meritoria su sola presencia –desbordante de belleza y garbo– procura consistencia a toda la cinta. Lo más sobresaliente y que a la vez permite redondear toda la producción será la fabulosa música de Ennio Morricone, que nos regala en este film unas de sus mejores y más recordadas bandas sonoras.       


A pesar de resultar un tanto extraña para el tiempo y el lugar que nos ha tocado vivir, la obra de Bevilaqcua se deja apreciar y disfrutar, no sin dejarnos sonreír por la propuesta –tan impúdicamente ingenua– que exhibe.      

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