Arqueología del deseo: Los zapatos rojos, de Michael
Powell
Michael Powell y Emeric
Pressburger: The red shoes, Reino
Unido, 1948. 136 min.
Si «Conocer, es conocer las
causas» como decía Aristóteles, algunos artefactos artísticos serán más
adecuados que otros para examinar la condición humana. El cine, expresión por
excelencia de nuestro tiempo, reactualizará aquellas obras que han conseguido
el epítome de “clásicas” por reflejar más nítidamente aquello que es el ser
humano, siempre, y para siempre. «Los
zapatos rojos», una magistral cinta británica del año 48’ es un hermoso
ejemplo de la actualidad de ciertos relatos.
Quizás, antes de dormir,
muchos de nosotros hemos escuchado alguna de esas historias que ya no se
cuentan más a los niños, tal vez por contener “finales no tan felices”, y que
en la actualidad son convenientemente edulcorados por Disney –muy al gusto del espíritu burgués de la comodidad,
imperante en nuestros tiempos– ya desde hace un buen tiempo. Relatos como los
de Hans Christian Andersen en los que el acento moralizante se bebía con la
leche materna, evidenciando un mundo que trasciende las fronteras de la
autosatisfacción. Un cuento en particular –Los zapatos rojos– ha venido
cautivando la imaginación de grandes y pequeños (especialmente de los primeros)
por décadas. En la breve historia –cuya lectura, más rica que la aquí expuesta,
se recomienda– una niña abandonará a su anciana benefactora por hacer lo
imposible por hacerse de un hermoso par de zapatos de baile. Luego de bailar
con ellos se percatará que los pies ya no le respondían, obedeciendo únicamente
a los zapatos mágicos que le ordenaban danzar para siempre. Exhausta y abatida,
será expulsada del cementerio donde se sepultaba a su benefactora, por no poder
contener su alegre baile sobre las tumbas mientras se celebraban las exequias.
Sola y abandonada, la niña rogará a un verdugo que le ampute sus dos piernas
para, al fin, conseguir algo de paz. Inválida, pero serena, se dedicará a las
más humildes tareas del hogar hasta la redención final que le llegará con la
muerte.
Hablamos de un verdadero
“Pequeño tratado del deseo” digno de Epicuro y del más renombrado de los
estoicos. Uno que lo describe como una fuente infinita e insaciable (los
zapatos rojos), que desatada por una vanidad (la de la niña) que no pudo ser
contenida por las convenciones sociales (las recomendaciones de su ama), y que
tan sólo traerá dolor y ruina (a quien lo ejerce y a los demás) y que sólo
podrá sujeto al ser removido de cuajo con todo el dolor que eso implica («el
verdugo»). Amén de estas líneas muchos detalles de la historia –como aquel que
presenta a los mutilados pies de la niña danzando en la puerta de la Iglesia, como
representación del remordimiento– nos
brindarán un exquisito panorama de lo que es el hombre en esencia, más allá de
las culturas y los tiempos.
Una obra clásica no concluye
nunca, sólo se continúa reescribiendo hasta el cansancio. Así pues, en la
post-guerra, la hermosa –e implacable– historia de los zapatos rojos será traducida
a los tiempos modernos. En el film, Victoria Page (Moira Shearer), una
bailarina de ballet amateur atraerá la atención del más grande productor de
ballet del momento: Boris Lermontov (Anton Walbrook). El azar y su dedicación
absoluta a la danza harán que Lermontov apueste por ella. Su debut como prima ballerina será en una obra muy
especial: “Los zapatos rojos”: los viejos zapatos de Andersen, pues, se
trastocarán en escarlatas zapatillas de ballet en la cinta. Luego, e
inevitablemente, llegará la tragedia. Victoria deberá decidir entre entregarse
totalmente a su deseo –el ballet– o al amor y el matrimonio con un joven
compositor.
«The red shoes» es una
extraordinaria película, ganadora del Oscar a mejor música y a mejor dirección
artística, y que contó con la participación de dos –también extraordinarios–
bailarines en roles secundarios, los rusos Ludmilla Tcherina y Leonide Massine.
Indiscutiblemente, las secuencias de baile serán las más memorables y
reforzarán el juego de espejos de la
película, es decir el diálogo entre la historia de Andersen y la de Michael
Powell, su director. Una delicia para el oído, la vista y el intelecto. Luego
de disfrutarla valdría la pena hacer un pequeño contrapunto con la reciente
ganadora del Oscar «El cisne negro» (2010).