Dos
películas, dos revolucionarios, un genocidio: «El Tren de Lenin», de Damiano Damiani y «Stalin»
de Ivan Passer.
Damiano Damiani (1988) Il treno di Lenin. RAI, ZDF, TVE. 3hs. 118 min.
Ivan Passer (1992) Stalin. HBO, MTV, Novofilm. EEUU. 166 min.
Entre los círculos de izquierda,
por lo menos desde los años 60’, se planteó y difundió un binomio muy útil en
términos propagandísticos: Lenin «bueno» / Stalin «malo». Frente a los horrores
–inocultables ya– que había causado el régimen soviético (como el genocidio
ucraniano y los asesinatos políticos que costaron la vida de más de cuatro
millones de personas) siempre se tendió a endilgar la responsabilidad a Stalin,
demonizándolo; a la vez que se creaba una imagen de un Lenin piadoso que había
sido engañado e instrumentalizado por el «monstruo georgiano». Los que
sostienen esta tesis se basan, esencialmente, en el «testamento» de Lenin: documento
escrito por el líder comunista en sus últimos meses, y en el que
progresivamente –porque el texto tiene múltiples adendas– se denuncia la
personalidad cruel y tiránica de Stalin. Es en base de estos textos, y echando
mano a una gran dosis de libre interpretación, es que se filmaron las únicas
dos películas que versan de la vida de estos dos líderes: El tren de Lenin (1988) y Stalin
(1992).
Las dos películas
La primera cinta, dedicada a
Vladimir Ilich Ulianov, es una miniserie para televisión rodada en Italia.
Coproducción ítalo franco alemana, es dirigida por el afamado director Damiano
Damiani. Sólo por la tendencia del su realizador –Damiani era militante
comunista comprometido– podemos sospechar el tratamiento que hace de Lenin. A
pesar de reflejar su carácter iracundo e intolerante, el tratamiento que se
hace de esta figura es complaciente hasta lindar con lo épico. Son dignas de
destacar, sin embargo, las escenas que ilustran el debate ideológico de los bolcheviques
mientras se dirigían de Alemania a Rusia, en vísperas de la Revolución de
Octubre. Remarcables será además la actuación de Ben Kingsley y la música de
Nicola Piovani.
La cinta dedicada a Stalin,
también es una miniserie para televisión producida por HBO y dirigida por Ivan
Passer. La película, si bien pretende dar una imagen más fidedigna de éste
personaje, termina caricaturizándolo. A pesar de la estupenda actuación de
Robert Duvall, quien encarna al dictador, el guión presenta a un Stalin grotesco
y plano. Sin embargo, en dónde reside su mayor equívoco es en su descripción de
su relación con Lenin; haciendo de éste último una víctima de la crueldad
asesina de su sucesor.
La verdad histórica
Sin embargo, más allá de las
películas antes mencionadas, la historiografía seria nos da una versión
totalmente diferente de estos hechos. Jean Meyer, por ejemplo, afirma que
Stalin fue el aprendiz más aprovechado de Lenin, y que sus atroces políticas de
los años 30’ fueron simplemente la implantación de modelo leninista a toda
regla: violencia que había iniciado Lenin en su «guerra contra los campesinos»
y la implantación del «comunismo de guerra» de 1918. Paul Johnson, por su
parte, refiere cómo Stalin fue la «creación» de un Lenin incapaz de aceptar
ninguna idea que no fuera la suya. En su ambición de concentrar todo el poder
en el partido, para luego acapararlo mediante una cúpula sometida a él, delegó
a Stalin las tareas de super-comisario político para crear su maquinaria
burocrática y del terror. Refiere el historiador británico: «Lo que agradaba a
Lenin con respecto a Stalin era, sin duda, su enorme capacidad para soportar
las tareas tediosas tras un escritorio […] En este sentido, Stalin manifestaba
un apetito insaciable y, como parecía que no poesía ideas propias o más bien
que adoptaba las de Lenin tan pronto le eran explicadas, éste le fue dando cada
vez más trabajos e injerencia en el poder a esta paciente y entusiasta bestia
de carga». «Koba», tal como llamaba Lenin a su discípulo amado, parece haber
seguido incondicionalmente la voluntad de su maestro aún después de su muerte,
y a pesar del breve distanciamiento que con él tuviera al final de su vida; cuando
Lenin observaba que el imperio que había erigido con sus manos se le escapaba
de las manos para pasar a la de Stalin, por su partida inminente e irrevocable.
Sin embargo, el ruido mediático…
Así pues, resulta penoso
percatarse como algunos intelectuales y artistas –en especial productores y
directores de cine– siguen repitiendo medias verdades que esconden vergüenza.
Así es como se «normaliza» a los asesinos, creando falsos binomios y
estableciendo inútiles comparaciones. El más claro ejemplo se da cuando se pretende
exculpar la barbarie comunista haciendo del fascismo su supuesto némesis. Esto,
a pesar que el fascismo no es más que un estilo de socialismo, un nacionalsocialismo
para ser más exactos (para ello baste recordar los orígenes socialistas de
Mussolini, los elogios que Lenin le hiciera, y los otros tantos que recibiera
Hitler de parte de Stalin). Cierta izquierda utiliza esa etiqueta para estigmatizar
a sus enemigos. Sin embargo, no cabe ninguna comparación entre dos males, solo
la condena. Ya Churchill lo decía en 1917: «pretender legalizar el comunismo
sería como legalizar la sodomía». Lamentablemente en estos tiempos todos los males
están legalizados.
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