«No hay
nadie como él»: Petrarca sobre Dante[1].
Para Platón, la amistad es la forma más excelsa
de amor entre los hombres. Nace de la admiración, es decir de la contemplación
y complacencia en las virtudes del Otro, aquellas que si bien son limitadas en cualquier
ser humano, remiten al Bien absoluto: objeto final de nuestra inteligencia. La
amistad también implica, como lo definió con maestría el santo cardenal John
Henry Newman, un cor a cor loquitor: un diálogo constante y sublime
entre los corazones. Este diálogo, tan caro entre los grandes sabios de la
antigüedad, se prolongó más allá del tiempo y espacio en la Edad Media, y se
cultivó in absentia mediante la ficción literaria en esta época. El
fruto más grande de este diálogo entre las almas más sublimes de todas las
edades será la Comedia dantesca; composición mediante la cual el gran
Dante Alighieri perpetuó una amistad imposible con sus grandes referentes,
comenzando por Virgilio.
La admiración y la búsqueda de referentes
clásicos será, pues, el sello del llamado Renacimiento Italiano de los ss. XV y
XVI; movimiento que tuvo como precursores a los grandes toscanos: Dante
Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Bocaccio. El legado literario de estas
tres cumbres de la literatura universal es, a la vez, una seguidilla de
homenajes y un diálogo fecundo con su tradición y con los maestros que los
precedieron. No obstante, su admiración no estuvo dirigida únicamente a esas
mentes extintas y separadas de ellos por siglos de historia. No, los tres
grandes italianos reconocieron, agradecieron y cultivaron una fecunda amistad con
sus contemporáneos, y también entre ellos. Sus obras, cartas y encuentros dan
testimonio de ello. Estas breves líneas, escritas en homenaje al gran Dante por
los 700 años de su muerte, versarán sobre la relación que mantuvo Petrarca con
el gran poeta florentino.
Dante y Petrarca, una vieja historia.
Francesco Petrarca nació en Arezzo en 1304,
casi 40 años después de Dante, sin embargo, casi desde su nacimiento estuvo
ligado a él. El padre de Petrarca, Pietro de Parenzo –apodado Petracco–, fue un
notario florentino amigo de Dante y güelfo blanco como él. A ambos los uniría
la amistad y el infortunio político. Al igual que Dante, a Petracco le
esperaría el destierro en Arezzo por parte de los güelfos negros. Es allí donde
nacería Petrarca y viviría brevemente, para luego trasladarse a Aviñón cuando
su padre alcanzó un cargo de funcionario papal. Será en la cosmopolita Aviñón
–la “Babilonia” de su época, tal como Petrarca la llamó– en la que él conoció a
su amada Laura, musa absoluta de su pluma. No obstante su condición de aretino
y de la infancia y juventud vivida en Aviñón, Petrarca siempre se consideró un
florentino como Dante. Ello a pesar que recién conoció aquella ciudad en sus
años adultos, en 1348, y vivió desligado de las conjuras políticas de las
comunas italianas que obsesionaron a Dante y a su padre. Así pues, el
cosmopolita Petrarca (tan cosmopolita como la Aviñón que criticaba tan
ácidamente) hizo de Florencia un lugar mítico de origen, su espacio simbólico
de identidad.
A diferencia de la intensa relación con
Bocaccio, quien a decir de Billanovich se consideró su más grande admirador y
mayor discípulo, y que cultivó desde 1350 hasta el fin de sus días, Petrarca conoció
a Dante fundamentalmente por la memoria familiar y sus lecturas. Solo lo vio
por única vez en 1311, en Pisa, cuando su padre deambulaba por la Italia
meridional luego de su exilio. Este evento ha sido reseñado ampliamente por G.
Indizio (2012). Para esa época Dante había cambiado su posición política.
Progresivamente se había aproximado al partido imperial después de la ascensión
de Enrique VII de Luxemburgo al trono. Apartándose de los güelfos blancos,
Dante se integró a los Gibelinos que antes combatió. Sus nuevas ideas más
próximas al emperador, pero defendiendo la independencia de la Iglesia, fueron
recogidas en su texto De Monarchia. Dante, que soñaba con la
restauración del Imperio Romano, fue a Pisa (bastión gibelino en Toscana) a dar
encuentro a Enrique, quien había iniciado una expedición a Italia para restaurar
la autoridad imperial. En ese año la familia de Petrarca había mudado su
domicilio de Arezzo a Pisa. Sería allí, según testimonio del propio Petrarca a
Bocaccio, que vio por primera y única vez al gran florentino, cuando tenía 7
años y medio.
Odi et amo, de la admiración a la crítica.
Como lo señalan M. Feo y P. Trovato, la
relación de Petrarca frente a Dante fue compleja y no estuvo exenta de crítica,
e incluso de cierta envidia.
Petrarca fue escueto en sus halagos hacia
Dante, sin embargo, reconoció al gran florentino entre su círculo íntimo,
llamándolo de «Guía de nuestro idioma vulgar»[2]. En una carta
dirigida a Bocaccio en 1359, testimonió su veneración de esta manera:
«Nunca
admiraremos y alabaremos lo bastante a este hombre, a quien la injusticia de
sus conciudadanos, ni la pobreza, ni las enemistades personales, ni el amor a
su esposa, ni el camino hacia sus hijos fueron capaces de apartarle del camino
que él se había trazado, mientras tantos otros de espíritu elevado suelen tener
un carácter tan voluble que un simple murmullo es capaz de disuadirlos de su
propósito más firme e íntimo. Y esto, precisamente, les suele ocurrir a los que
utilizan la pluma, a esos que, además de los pensamientos y las palabras,
cuidan también la estructura de las frases, y por tanto necesitan más que otros
calma y tranquilidad… Créeme: el estilo y
el ingenium de este hombre me fascinan, y todo cuanto se diga de él es
poco. A todos cuanto me han pedido pidiéndome una respuesta correcta, les he
dicho simplemente: no hay nadie como él. Dante destaca sobre todo por su poesía
en lenguaje popular, y raya mucho más alto que en sus composiciones en latín,
ya sean en verso o prosa».
Por otra parte, y en medio de su obsesiva búsqueda
de la perfección formal, Petrarca no escatimó críticas a los cultores del estilnovismo
y a Dante en particular. A diferencia de la devoción profesada a los referentes
clásicos, especialmente Cicerón, Petrarca se haría famoso por los prejuicios que
mantenía contra la cultura de su propia época, a la que no escatimará censuras.
En una de sus cartas sentencia: «Entre muchas cosas, me dedique
especialmente al conocimiento del mundo antiguo, ya que esta edad presente
nunca me gustó, hasta el punto que, si el amor a los míos no me lo impidiera,
siempre hubiera deseado nacer en cualquier época y olvidar esta»[3]. Entre las críticas realizadas a sus
contemporáneos abundarán las que se refieren a las inexactitudes y mistificaciones
de la historia antigua que Petrarca buscaba erradicar mediante su erudición
filológica. Dante será blanco de esos reproches al cuestionar, por ejemplo, su
interpretación tradicional de Dido, de quien Petrarca rechaza su mítico enlace
con Eneas.
Más allá de la renovación en la forma que
desencadenó Petrarca, específicamente él se desligará cada vez más de la
perspectiva teológica y teológica de Dante, como lo mencionó con acierto G. Cappelli.
Entrambos se puede situar la ruptura entre un humanismo incipiente y
progresivamente desligado del cristianismo, y de una cultura medieval que desde
el s. XII redescubre lo clásico, y que tiene en la Comedia de Dante su ápice. Un distanciamiento del paradigma
cristiano, a instancias del encumbramiento de los autores paganos, diferenciará
pues a Petrarca de un Dante que concilió con acierto tradiciones clásicas a la
estructura y visión cristiana del mundo. Esto se verificará en los tópicos,
enfatizándose en Petrarca los mundanos y en especial los amorosos, por encima
de los teológicos, a pesar de no desecharlos del todo. En una obra en
particular denota esta crisis de paradigma que diferencia a Dante y su joven
admirador: los Triumphi de Petrarca.
Dante, omnipresente en los Triunfos de
Petrarca.
Los Triunfos son, después del Cancionero,
la obra más importante del poeta aretino. Fueron compuestos al final de su vida, cerca
de 1374. En él se expresa la doctrina moral y política de Petrarca, luego de
consagrar su vida a la reflexión de la mano de Platón, San Agustín y
especialmente Cicerón. En este vasto poema épico se presentan linealmente –no
en círculos concéntricos, como hiciera Dante al describir Infierno, Cielo y
Purgatorio– la superación alegórica de seis elementos en triunfo. Así pues, el
triunfo del amor pasional o Triumphi cupidinis, que llevó a la locura,
asesinato y muerte de célebres prosélitos como Marco Antonio y Cleopatra,
Aquiles y Medea, y hasta apresó en sus redes al propio Júpiter; es
superado por el triunfo de la castidad (Triumphi pudicitie) encarnado
por Hipólito, Penélope y Lucrecia, por ejemplo. La castidad será a la
vez es vencida por la muerte en triunfo (Triumphi mortis), que con su
danza macabra a todos lleva a la tumba; y que a su vez será superada por la
fama que lleva a la inmortalidad (Triumphi fame). Finalmente, el tiempo
–que provoca el olvido– vencerá a la Fama (Triumphi temporis). Este
poderoso elemento solo será vencido por la Eternidad, (Triumphis
eternitatis), es decir de la conquista del cielo y el conocimiento de Dios.
Como ha podido advertir cualquiera que esté
familiarizado con la divina Comedia, los Triunfos de Petrarca se
inspiran y adeudan mucho a la inmortal obra de Dante. De hecho, Petrarca, a
pesar de las ya comentadas distancias y la superación que pretende frente a su
maestro, homenajea a Dante con sus Triunfos. A pesar de lo dicho,
Petrarca –en un absceso de envidia, según algunos– siempre disimuló su
conocimiento de la obra de Dante, quizás para no reconocer del todo una deuda
tan grande.
La primera influencia de Dante en los Triunfos
de Petrarca será formal. El aretino utilizará en su obra el metro dantesco por
excelencia: el terceto encadenado. La plasticidad y consistencia que brindará
este tipo de verso harán posible que toda la majestuosa estructura verbal de
los Triunfos, alcance su sólida brillantez. Sin embargo, este no es el
primer y más importante préstamo. Petrarca estructura su épica teniendo como
base a la Comedia dantesca. Así pues, toda la acción narrativa de los Triunfos
tiene semejanza a la utilizada por Dante en su Comedia. La estructura de
apurados diálogos con espectrales personajes de los Triunfos tiene un
fuerte sabor de la inmortal obra del Dante.
Si nos atenemos tan solo a la introducción que
hace Dante de la acción en su texto, veremos cómo se hace manifiesta la
influencia. La revelación mística de sus tres pecados simbolizados en una
pantera, un león y una loba con que Dante inicia su obra (No podría explicar
como allí entrara / tan somnoliento como estaba en el instante / en el que el
cierto camino abandonara ), tiene un eco claro en los Triunfos. Como
en la obra de Dante, ésta presenta a un Petrarca en duermevela, ya no in
terzza parte de sua vita…, pero más bien cansado de llorar sobre la
hierba / vencido, una gran luz vi, por el sueño / con mucho dolor dentro y
placer breve. En él, se realiza de manera análoga una transición de la
realidad a un estadio sobrenatural, en medio de un transitar vital errado y
sumergido en el dolor.
Asimismo, si el épico viaje de Dante tuvo como
fin encontrar a su amada Beatriz, Petrarca situará a la virtud de Laura como el
motor de todo su texto; siendo ella la que triunfará sobre la pasión sexual, sobre la
muerte gracias a su fama, y finalmente frente al olvido al haber logrado con su
puro amor la Eternidad. La figura del guía se repetirá también en sus Triunfos
y, a la manera de Virgilio, Petrarca será acompañado por su amigo Senuccio dal
Bene, quien esclavo del amor sensual lo iniciará en los secretos de los
sucesivos cortejos.
Finalmente, muchos pasajes son claramente
análogos a secuencias de la Comedia. Podemos citar la estrecha similitud
que guarda el diálogo que Petrarca sostiene con Masinisa y Sofonisba (TC, II),
trágicas figuras amorosas del contexto de las guerras púnicas, y la célebre
plática que sostuvo Dante con Paolo y Francesca de Rímini en el círculo de la lujuria.
Las diferencias, por otro lado, radican en la
ya mentada visión del mundo que separa a Dante y Petrarca (y que luego
distanciará la Cristiandad y la Modernidad). Éstas se hacen patentes en el
cielo propuesto por Petrarca, uno de orden más bien estilístico que teológico.
A diferencia de la paz perpetua que describe Dante al ilustrar la visión
beatífica en su obra, en la “eternidad” petraquista aún se siente la tensión
amorosa por Laura; aquella que, incidiendo en lo sentimental y subjetivo (a
pesar de él mismo y de las doctrinas de los maestros de la gentilidad) empaña
su tentativa de subordinar su Yo amante a lo Absoluto. Como lo señala Cappelli (2003):
La Beatriz dantesca se funde, se difumina en la
contemplación de la Divinidad que todo lo llena, Petrarca se aferra a la tan
condenable esperanza de que en el cielo se le devolverán las cosas que no
quiere perder en la tierra, y especialmente podrá volver a verla a ella [Laura]: ¡Feliz
la losa que su rostro cubre! / Que, después de volver a su belleza, si fue
dichoso quien a vio en la tierra, / ¿Qué no ha de ser verla allá en el cielo?
(66).
Así pues, en Petrarca, no constatamos un relato
ascensional y místico, como en la Comedia de Dante; en su obra esta
estructura teológica será sustituida por una alegoría moralizada del “sueño” y
el “triunfo” más próxima a los arquetipos clásicos, y con una distancia cada
vez más marcada de los valores cristianos.
Dante como personaje.
En las líneas precedentes se ha hecho una muy
sucinta relación de las correspondencias entre la Comedia de Dante y los
Triunfos de Petrarca. Sin embargo, estas son tan numerosas que no caben
en más que en las extensas y bien documentadas páginas que los investigadores
especializados han escrito al respecto. Más allá de ello, es importante
mencionar que el homenaje de Petrarca a Dante no sólo consistió en utilizar su
obra como modelo de su obra cumbre, sino en hacerlo un personaje principal de
ésta. Como hiciera el florentino con el mantuano Virgilio, Petrarca pone a
Dante y a su amada Beatriz a la cabeza del cortejo de los poetas que cantan al
amor en el capítulo IV de su Trimphis amoris:
Así, mirando a
un lado y al otro lado, / a gente vi por unos verdes campos / que de amor en
romance conversaba: / Venían Dante y Beatriz, Selvaggia / Cino da Pistoia,
Guitton de Arezzo / irritado por no marchar delante;
Este lugar primero no es casual, es una declaración de la superioridad de Alighieri sobre cualquier otro poeta romance; aún más, él será representado detrás de los dos más grandes poetas de la Historia: Homero y Virgilio, a quienes sigue “mano a mano”.
Conclusión
Los propios testimonios del gran aretino nos han
dejado constancia de la intensa relación mantenida con su predecesor: Dante.
Sin poder esconderlo, y más allá de su ánimo renovador y crítico, y una
ocasional envidia por temor a su gigantesca sombra, en Petrarca anidó una
sincera admiración por Alighieri. Su emulación es patente testimonio de ello. Él
fue, en un siglo de decadencia según sus mismas palabras, faro e inspiración.
Es más, Dante devino para el aretino en uno de aquellos modelos universales que
veía en Catulo, Ovidio y Horacio. Algo fuera de todo precedente y que debió
desconcertar al propio Petrarca, adicto de la Roma inmortal, de allí su actitud
ambigua a veces y siempre compleja. Más allá de las complejas personalidades de
ambos, sus ideales y el tiempo que les tocó vivir, es necesario recordar
siempre que entrambos floreció esa amistad sin precedentes que unió
generaciones en la suprema contemplación de la Belleza.
Bibliografía
Indizio, Giuseppe (2012) «Un episodio
della vita di Dante: L'incontro con Francesco Petrarca» En, Italianistica: Rivista di
letteratura italiana,
Vol. 41, No. 3, pp. 71-80
Cappelli, Guido M. (2003) «Introducción», en Francesco Petrarca, Triunfos. Madrid: Cátedra,
pp. 9-74.
[1] Texto leído en la conferencia: “El
secreto de Dante: Homenaje a Dante Alighieri a setecientos años de su muerte
(1321-2021)” organizada por la Biblioteca Mario Vargas Llosa – Arequipa, el 30
de diciembre de 2021.
[2] (Semilis,
IV, 5).
[3] (Posteriate, 6).