Dice el inmortal samba de Cartola: “En Mangueira, cuando muere un poeta
todos lloran”. Haciendo eco de esta frase, es tiempo de luto en nuestra tierra
pues el pasado sábado 10 de agosto ha fallecido uno de los más grandes cultores de la
poesía en el Perú: Carlos German Belli.
Perteneciente a la generación del 50, Belli ha sido una de las figuras más
lúcidas de la literatura nacional. Con una voz inconfundible –a la vez
vanguardista que tradicional– encarnó en el contexto peruano la poesía más
universal de las letras españolas. Celebrado en todo el mundo –fue propuesto
para el premio Nobel y ganador de sendos premios– y admirado en los círculos
más selectos de conocedores –el propio Mario Vargas Llosa lo ha elogiado desde
sus inicios–, es poco conocido y, menos aún, imitado en el Perú; país donde la
poesía fácil, prosaica y efectista ha sentado sus reales desde hace un par de
décadas, por el influjo de una tendencia “conversacional” que aupó varias
mediocridades. Todo lo contrario ocurre con Belli. En su verso se aprecia toda
la riqueza de un amplio dominio de la mejor poesía, desde el dolce stil
nuovo hasta los timbres gongoristas del barroco. No obstante, como los
grandes maestros renacentistas, Belli no buscó el remedo. Hizo suya la Belleza
atesorada por los siglos, reeditándola de manera muy personal e innovadora.
Toda una paradójica novedad en tiempos en los que se celebra cualquier
disparate rupturista.
Por otro lado, el estilo de Belli, tan firme, hermoso y depurado como una
columna griega, es eco de una personalidad semejante: tan sencilla como
profunda, y fundamentalmente humana. La obra de Carlos German Belli emerge de
un contrapunto entre la más honda reflexión por la mísera condición humana
–especialmente la inscrita en el Perú– y sus propias tragedias personales. El dolor por el hermano enfermo y postrado,
la oscura vida de funcionario público que le tocó vivir y la prematura muerte
de una de sus hijas fue el germen de uno de los más conmovedores testimonios de
empatía universal. Alegato contra el triste destino humano sólo comparable a
los vertidos por el inmortal Vallejo.
No obstante, la contemplación del sufrimiento metafísico en Belli –tan bien
adecuado a las formas y registros clásicos utilizados para expresarlo– solo es
posible de ser entendida en clave de esperanza, concepto que ilumina su obra.
Justamente, uno de sus últimos textos se dirige a ella: Salve, Spes! En
este poemario se consagra con piedad cristiana a la alegoría de la Esperanza;
al fuego de la diosa pagana Spes que personificará la implacable y acogedora
confianza humana en el porvenir ultraterreno.
A la esperanza también consagramos el alma del buen don Carlos Germán, ya
que confiamos que goza de los deleites intelectuales en el empíreo que tanto
anheló. “El ansia de saberlo todo” será por fin satisfecha, ya “lejos del
terrenal cepo” al que estaba atado. Una “hada cibernética” cual arcángel
arcabucero de su amado Perú lo introducirá a la morada donde su alma, un
verdadero pozo de humanidad, se colmará finalmente de Belleza. (Lo afirmo, y lo
afirmo bien, por haber compartido con él algunas inolvidables horas en la
estancia terrestre). Eso sí, está demás decirlo, la inmortalidad literaria le
está asegurada; aunque a él solo le cabe la celeste.
“En Mangeira, cuando muere un poeta todos lloran” dice el samba, reitero.
Hoy lloramos y a la vez cantamos con y por la poesía de Carlos Germán
Belli.
El ansia de saberlo todo
Este seso
que vergonzoso va
rodando por la esférica corteza.
que ni una vez siquiera
ascender pudo a la celeste bóveda,
ahora desde la corporal cárcel
mira con infinita envidia siempre
el don alado ajeno.
lejos como la luz de las estrellas;
y aunque ya poco tiempo por delante.
a lo menos alguna vez volar
entre aquellas montañas empinadas
de antiguos libros de la ciencia humana.
y saber qué es un triángulo equilátero:
pues la caducidad
en el vientre se esconde de un gusano.
mientras éste vacila
si carcome los libros finalmente,
o bien al lector lerdo sin remedio.
Allá hacia
el éter el entendimiento
sobre las altas nubes venturoso,
emprende raudo vuelo
como un ave que de onda en onda sube
las alturas del firmamento intrépida,
hasta observar la cúspide invisible
que emerge de los reinos
del terrena) planeta misterioso.
y enterarse de todo de una vez:
cuál es la fuente y cuál es el Leleo,
y en que punto del universo azul
la inalcanzable ninfa será hallada
(aún no vista por la mente obtusa);
y antes de oír atónito
el ruin ruido del río tenebroso,
por último saber
si el amor que acá empieza en cuerpo y alma.
en tal estado seguirá en la muerte.
Quizás es
mucho codiciadas alas,
tras vivir como inmóvil topo abajo,
que basta ser la rama
por el suelo reptando con sigilo,
y los cimientos descubrir del orbe.
donde el trébol es un vestigio extraño
que crece solitario;
y el tronco de la mente ya madure;
como la planta que por vez primera
prende en el Edén y perdura siempre,
y sea el tallo del saber erecto
penetrando la carne de la vida.
y el soplo que lo anima sin cesar,
bríos incandescentes
del deleite que ayer esquivo fuera,
saturando hondamente
los días que aun faltan discurrir.
leyendo y copulando como nunca.
Entonces
he aquí un arbolado cráneo
y largas ramas que se multiplican
por las extremidades,
al soplo de los vientos transparentes,
en varias direcciones al instante.
como si subsanaran lo perdido;
que los bienes huidizos
asidos serán por los verdes miembros,
entretejiendo el cuerpo y alma y mundo
en perfecta guirnalda hasta la muerte,
y ciñendo por último la vida
en el disfrute de la carne frágil
y del eterno espíritu voraz.
entre el suelo y los ciclos,
en un girar continuo (y viceversa),
que a lo menos haber
desde ahora un atisbo luminoso
de dónde, porqué acá y adonde vamos.
Mas las
extremidades no de planta,
sino aquellos tentáculos de pulpo.
día y noche afilados
por el mental tridente poderoso
y empecinado en el correr del tiempo
por entrar en el reino de los mares;
y fiero osar entonces
contra el ultraje del arcano acuático.
que sus ricos tesoros los reserva
para los primogénitos del hado;
y mediante los vividos tentáculos
sacar las ricas prendas de los antros.
por mil mantas de erizos encubiertas;
y la frente adornar
de la invisible ninfa inteligible,
con agrisadas perlas,
tan recónditas como refulgentes,
y no con ovas por el mar echadas.
Pues
tentacularmente por entero,
para entrar en el insondable océano.
y saber con certeza
si principio y final de todo sea,
cuando el río acarrea las cenizas
al valle submarino inexpugnable:
y dejar ya la obtusa
escafandra al pie del acantilado,
por artificial y perecedera.
que nunca ha descendido hasta los fondos,
en donde bulto de color rojísimo,
como un arbusto en llamas bajo el agua.
o enigmático émulo sin par
del sumo don sanguíneo,
que tal es el coral resplandeciente,
cuya encendida copa
no solo raíz, del terrenal árbol.
mas espejo también de ardiente amor.
Estas alas
y ramas y tentáculos
con sentimiento abrazan a la vez
el aire, fuego y agua,
en vela y aun durmiendo día a día.
al obrar y pensar avaricioso,
con talante tal por lo menos antes
del fin inoportuno.
que asi pieza por pieza escudriñar
en alegre ejercicio de continuo
de un confín a otro en círculo cerrado
en tu usanza mejor del intelecto,
con persistencia tal que el gran misterio
se revela en la palma de la mano.
anticipadamente,
al penetrar el trifurcado espíritu,
mañana, tarde, noche,
la esférica corteza, el seno acuático.
y del cielo la bóveda celeste.
Canción,
si bien en las postrimerías.
y hasta ahora jamás
ni diestra pluma ni ilustrado el numen,
que le procrean en el vasto mundo;
mas de tu padre cuán diferente eres,
y menester no tienes
ni de alas ni tentáculos ni ramas,
que acá te basta honrar
la infelice memoria del perito
en la más pura nada. Sea así.
De Canciones y otros poemas (1982)