lunes, 29 de diciembre de 2025

Un mito, mil verdades: Nace un Imperio, de Enrique Zavala

Un mito, mil verdades: Nace un Imperio, de Enrique Zavala 

Enrique Zavala (2025) Nace un imperio. La historia de los incas contra los chancas. Lima: EY.





Recuerdo la primera vez que escuché el mito fundacional del Imperio incaico. Fue en primer grado de primaria, una época propicia para la imaginación. Abonada por las historias fantásticas sobre el Tahuantinsuyo, aquella imaginación infantil, empapada de un orgullo nacional tan característico de esa edad, produjo impresiones imborrables que se convirtieron en los cimientos de lo que uno aspira, respeta y ama. Así pues, los mitos, pilares de la identidad, constituyen verdades densas que echan raíces profundas en el alma. Con “Nace un Imperio”, la nueva publicación de Enrique Zavala, nos remontamos una vez más a ese territorio maravilloso, arraigado en la memoria personal y colectiva, que es la base de lo que somos.

“Nace un Imperio” (2025) es un reportaje histórico editado por EY. Con el estilo que lo caracteriza y en la senda de obras anteriores como “Juanita, la niña de los 500 años” (2021) “Chinkanas del Cuzco” (2023) y “1600, la erupción colosal del Huaynaputina” (2024), Enrique Zavala se introduce en los escondrijos históricos como un reportero de guerra a prueba de balas. Con un rigor científico que no empaña el arte de desentramar un misterio mediante la narración de un relato, Zavala nos remonta a la fundación del Imperio Incaico y las gestas del gran Pachacutec contra los chancas.

Para ello, el autor recurre a un vasto abanico de fuentes: desde las crónicas de conquistadores como Pedro Cieza de León, pasando por cronistas oficiales y eclesiásticos como Sarmiento de Gamboa y Bernabé Cobo, hasta cronistas indígenas como Guamán Poma de Ayala y Pachacuti Yamqui Salcamaygua, sin olvidar a los mestizos como el Inca Garcilaso de la Vega. También cede la voz a estudiosos contemporáneos como María Rostworowski y Waldemar Espinoza Soriano. Entre este babel de perspectivas que tratan de entresacar la verdad histórica de la leyenda, Zavala intenta –con éxito– elaborar un relato coherente y sólido que trate de iluminar al lector sobre este punto culmen de la historia del Perú.

El lector de "Nace un Imperio" se sumergirá en las intrigas palaciegas quechuas, conocerá las tácticas de la guerra precolombina, recreará las batallas épicas que dieron origen al imperio y comprenderá los complejos rituales religiosos que sostenían la ideología andina. Zavala nos ofrece una visión integral y entretenida que debería ser de consulta obligada para escolares y estudiantes universitarios. Sin embargo, más allá de estos aciertos “Nace un Imperio” nos ofrece algo más: el texto nos invita a reflexionar sobre la trascendencia del mito y a esbozar argumentos alternativos a partir de éste.

Luego de revisar sus páginas, el relato de Zavala me sugirió una serie de interrogantes o de versiones alternativas que me atrevo a enumerar. En primer lugar, la gesta de Pachacutec (ca. 1400-1471) me sugirió cierto paralelismo con otra figura histórica fundamental: Shaka Zulu (1787-1828). Así como Shaka consolidó su imperio al transformar la guerra tradicional del sur de África –simbólica, estacional y tendiente al compromiso– en una guerra total y de conquista, el éxito de Pachacutec pudo deberse a un cambio similar en la concepción del conflicto. El relato mítico que opone la cautela del inca Wiracocha ante los chancas al ánimo de confrontación de su hijo, el futuro Pachacutec, bien podría simbolizar este quiebre.

Así pues, la necesidad de responder a una estrategia militar directa –inusitada en el mundo andino– habría empujado a Pachacutec a una reorganización estatal y militar basada en un sistema de alianzas, recompensas y prebendas, sentando así las bases del Tahuantinsuyo.

Como señalan algunos especialistas, la potencia chanca no constituía una amenaza abrumadora; ambos pueblos eran, hacia 1400, cacicazgos que pugnaban por el liderazgo de confederaciones defensivas inestables, en un juego de sometimientos y vasallajes tras enfrentamientos más simbólicos que reales. Esto cambió cuando Cusi Yupanqui (Pachacutec) decidió romper con esa lógica y emprender una guerra total contra los invasores chancas, desafiando a su padre, quien se aferraba a las tradiciones.

Aquí surge otro punto de interpretación. Existe discordancia entre las crónicas respecto a las figuras de Wiracocha (homónimo del principal dios andino) y Pachacutec, hasta el punto de confundirse ambos personajes en la leyenda. La supuesta oposición entre ambos, presente en la mayoría de los relatos, podría ser más simbólica que real. Podría interpretarse que Wiracocha, el dios supremo encarnado en el anciano inca, no otorgó su beneplácito a Pachacutec hasta que él no reunió todos los elementos para asegurarse las bases de un imperio. 

Esto se vislumbra en otros pasajes míticos. El primero de ello alude a la victoria de Pachacutec gracias a los pururaucas, un pueblo extraordinario que “salió de las piedras” por obra de Wiracocha. Es probable que los pururaucas fueran, en realidad, contingentes de pueblos vecinos que, apostados en los cerros aledaños al Cuzco, esperaban el desenlace del conflicto. Una vez que Pachacutec, empleando tácticas agresivas y poco convencionales (como la destrucción de la momia del fundador chanca, Uscovilca), se impuso contra todo pronóstico, estos pueblos se unieron a él para sellar la victoria. Los relatos recalcan que el imperio se forjó con el acrecentamiento del poder simbólico cuzqueño y su posterior liderazgo sobre los grupos circundantes.

Asimismo, las crónicas señalan que Pachacutec, para ganarse el favor de su padre y ser proclamado inca, remodeló el Cuzco y lo convirtió en un centro de poder sagrado con la construcción de Sacsayhuamán y la ampliación del Inticancha. Su entronización final solo fue posible por la presión de los orejones y, crucialmente, de los curacas locales, a quienes sujetó mediante un sistema de prebendas. Solo cuando todas las bases del imperio estuvieron puestas, el inca/dios Wiracocha lo reconoció como gobernante legítimo. Se debió ganar y consolidar el favor de los reyezuelos colindantes, sujetarlos por castigos y premios, ejercer una política basada en la entrega de bienes explotando los principios de reciprocidad, erigiendo en el Cuzco una ciudad –un eje de poder simbólico religioso– donde antes existía un mero poblado, y sentar la base de una burocracia que aseguraba la inteligencia y el aseguramiento de la lealtad de los aliados (Tucuyricus y Torricos), las comunicaciones (Chasquis) y el almacenamiento y la contabilidad (Quipucamayoc).  

La última forma de legitimación de la élite cuzqueña fue su entronque mítico con la prestigiosa cultura panandina anterior: Tiwanaku. Así, consolidaron la tradición de que sus fundadores, Manco Cápac y Mama Ocllo, eran “refugiados” tiahuanacos que se asentaron en el Cuzco tras la invasión aymara. Este recurso tiene un paralelo en Mesoamérica, donde los mexicas se decían descendientes de Quetzalcóatl, el mítico rey de Tula.

Más allá de estas consideraciones, y como se puede advertir por ellas, el texto de Zavala resulta un material valioso –por ordenado, integral y claro– para entender el surgimiento del imperio inca y, desde él, empeñarse en un fértil intercambio de opiniones. Lo dificultoso que resulta el tema, nos exige un debate quizás inacabable, pero totalmente necesario. Lo invito a leer y profundizar. El texto es de acceso disponible en la página de EY: https://www.ey.com/es_pe/insights/growth/la-historia-en-ey/nace-imperio-historia-incas-contra-chancas

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