lunes, 24 de enero de 2011

La palabra en la penumbra: El escritor oculto.

La palabra en la penumbra: El escritor oculto, Roman Polanski

The ghost writer: Roman Polanski. Summit International, R.P. Films. 2010. 128 min.



Polanski continúa sorprendiéndonos con sus filmes, narrando esta vez la historia de un escritor que –como él– vive a la sombra. Basado en el libro de Robert Harris, The ghost writer alude a un escritor, quien contratado por alguien que quiere redactar su autobiografía, precisa de un profesional para mejorar su prosa y encaminar el libro. Es así que, mediante un magnífico juego de palabras, Ewan Macgregor se convierte en el fantasma de Adam Lang (Pierce Brosnan), ex Primer Ministro británico, acusado de crímenes de lesa humanidad en el contexto de la guerra contra el terrorismo.

Además de su clara vocación de denuncia (las similitudes con Blair son evidentes), asistimos a la proyección de un film que se presenta como un gran acierto formal. La gama de colores fríos que maneja la fotografía, el escenario, y los geométricos volúmenes de la construcción donde se desarrolla la película, marcan una primera distancia entre espectador y trama, la misma que existe entre nosotros –simples mortales– y los círculos de poder político; distancia que se diluirá peligrosamente mientras acompañamos al fantasma. Resaltamos, también, el particular ritmo con el que Polanski desarrolla la trama; aquel que in crescendo permite que los personajes vayan develándose progresivamente, involucrándonos con sus particulares caracteres. Las locaciones –las mismas que utiliza en Cul-de-sac (1966)– por su parte, enfatizan la aparente austeridad narrativa del film, y dotan de un apropiado ambiente para una intriga política que posee la necesaria dosis de suspenso y acción.

La teoría de la conspiración y la descripción de las altas esferas políticas y económicas es moneda corriente en el cine actual, sin embargo cómo Polanski presenta a estas en The ghost writer es particular. El colofón democrático que normalmente acompaña a estos filmes (JFK, 1991; The good shepard, 2006), que muestra como –finalmente– los ciudadanos comunes y corrientes podrán introducirse en las altas esferas de poder y las desarticularán tarde o temprano para provecho del sistema político, es inexistente en la película. El final es triste, justo y necesario, deo gratia.

En la soledad del poder una voz clama –nuevamente– “mi reino por un caballo”, pero esta vez para sustraerse del anodino juego de dominación que implica la política, y regocijarse contemplando un soberbio animal.

(IIII Palmas fraternales)

domingo, 16 de enero de 2011

Amor Líquido: Loco por ella

Amor líquido: Loco por ella, Will Speck

The switch: Josh Gordon y Will Speck. Bona Fide Productions. 2010. 101 min.


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Kassie (Jennifer Aniston) resuelve que es tiempo de tener un hijo a pesar de no contar con pareja. Liberada de toda imposición “natural y machista” apela a la tecnología para inseminarse artificialmente, y así, en su afán de completar puntualmente el schedule que ha hecho de su vida, hace cómplice de la –penosa– farsa a su mejor amigo Wally (Jason Bateman), un neurótico analista de finanzas quien a su vez es incapaz de expresar el amor que siente por ella. Finalmente la cinta encuentra su nudo cuando este, en el colmo de la frustración, reemplaza con su semen al que estaba destinado a convertirse en materia prima de maternidad. De esta siniestra manera el amor se torna en líquido.

Mas allá de la película en sí, que –como ya habrá advertido el lector- constituye una de las más deficientes muestras del empalagoso genero conocido por todos como comedia romántica, quisiera detenerme en un concepto que –de forma muy deportiva- se posaba en los labios de los protagonistas: conexión amorosa. Tal como lo señala el filosofo polaco Zigmunt Bauman en su libro Amor Líquido (2003) la noción de relación amorosa (e incluso el mismo término) ha sido relegado por el de conexión. Este alude a que el frenético ritmo de consumo/producción de la sociedad de mercado ha degenerado nuestros vínculos personales al tratar al otro, ya sea amante o prójimo, como una mercancía más de la que puedes desprenderte, desechar, desconectar con cierta facilidad. «Vivir juntos –por ejemplo—adquiere el atractivo del que carecen los vínculos de afinidad. Sus intenciones son modestas, no se hacen promesas, y las declaraciones, cuando existen, no son solemnes, ni están acompañadas por música de cuerda ni manos enlazadas. Casi nunca hay una congregación como testigo y tampoco ningún plenipotenciario del cielo para consagrar la unión. Uno pide menos, se conforma con menos y, por lo tanto, hay una hipoteca menor para pagar, y el plazo del pago es menos desalentador»[1]. La relación amorosa se acaba al hacer un click en el skype, convirtiéndose así en frágil conexión.

Finalmente rescatamos la actuación de Jeff Goldblum quien, en medio de soporíferos clichés, logró más de una vez arrancarnos una sonrisa. Y con una frase de Bauman, tan obvia que es necesario repetirla hasta al cansancio, concluimos: «Antes… antes se amaba mucho mejor».

(I Palmas fraternales)



[1] BAUMAN, Zygmunt. (2005) Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de Cultura Económica, Madrid. P. 48