“Tratado
lunático”: La Voz de la Luna, de Federico Felinni.
Federico Fellini: La Voce della Luna, C.G. Group Tiger
Cinematografica, C.G. Group Tiger Cinematografica-Cinemax, Cinemax, RAI. Italia.
120. min. 1989.
En 1989 Federico
Fellini, uno de los más grandes directores de todos los tiempos, nos regalaría
su última película, protagonizada por el consagrado Paolo Villaggo y por el
novel Roberto Benigni. Libre interpretación de Il poema dei Lunatici de Enanno Cavazzoni, “La voz de la Luna” está
escrita en la particular clave felliniana de sus últimas obras, tales como Intervista (1987), Ginger y Fred (1986)
y La Ciudad de las Mujeres (1980), en las que explora –poetizando–
sus más íntimas obsesiones y miedos, plasmando en registro onírico de gran derroche
visual aquellos cotidianos calvarios que lo aquejaban en la última etapa de la
vida, a la vez que abordaba –una vez más– sus tópicos fundamentales: el circo,
la música, las mujeres y, finalmente: la locura. Sin embargo la película con la
que comparte una especial relación es Y
la nave va (1983), obra culmen del género fellinniano, cuyo particular
estilo se inició veinte años antes con 8
y ½ (1963). Películas análogas ya sea por la particular sobriedad visual que
comparten, la profundidad metafísica de los diálogos y los temas que en ella se
abordan, o quizás, simplemente, por aquella suave melancolía que nos ha cogido
el alma, al tiempo que se apaga el proyector.
En la cinta contemplamos
la vida de dos lunáticos: Ivo Salvini (Benigni) y el prefecto Gonella
(Villaggio), quienes nos hacen parte de sus desvaríos y temores, como una
especie de débil registro de desconsuelos matizados por un genial humor. Poco a
poco, los inverosímiles y bellos pasajes que se presentan ante nosotros nos
permiten reconstruir –tal como un rompecabezas cuyas piezas surgen entre el
sueño y la realidad–sus historias (su niñez y enfermedad) y las historias de
sus compañeros de sanatorio y sus celadores, de sus parientes y doctores. La Voz de la Luna aparecerá ante nosotros como
un delicado fresco de humanidad, pleno de melancolía, humor y sueños. Un film,
que sin ser una de las obras cúlmenes del maestro romano, es un precioso film con
el que Fellini se despide de este mundo legándonos más de dos lustros de
pasión, alegría y –sobre todo– sueños.
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