El cine a través de los ojos del cine: Django, de
Quentin Tarantino.
Quentin Tarantino: Django
Unchained. Band Apart. EEUU. 166 min. 2012.
Una mentira que merece ser verdad
La
tarea de cualquier buen cinéfilo es experimentar lo que ocurre en la pantalla
como una realidad auténtica, y si vamos más allá, transformar la realidad
–aquella que paticoja se proclama como verdadera– en una más llevadera. ¿Profesión
de fe a los demiurgos de la ficción?: quizás. Lo cierto es que para Quentin
Tarantino (un verdadero fiel de la “religión del celuloide” desde cuando era un
simple empleado en un video rent) transformar
el mundo tal y como lo conocemos, reescribiendo la historia desde sus muy
particulares ficciones, se ha convertido en un verdadero apostolado del séptimo
arte.
Sin dejar de lado su
particular gusto por el gore y los
films “serie B” que tanto han
influenciado a su cinematografía, en sus últimas películas Tarantino aborda dos
situaciones bien definidas, más allá de ello, aborda dos tragedias que
ensombrecen la faz de la humanidad: el nazismo y la esclavitud. Frente a ambas,
el pragmático e inocente despachante de la tienda de videos propone una
solución alternativa, un final feliz como aquellos de los que se ha nutrido tantas
veces frente a la pantalla.
Al final de la Primera Guerra Mundial, con los
ojos de Europa puestos en los EEUU, la opinión común que se tenía de los
americanos –aquellos jóvenes corajudos e inexpertos que acaban de llegar a las
costas europeas para determinar con su participación el destino del Viejo
Continente– era de gente tosca de
maneras, primaria y vital, cuya naturalidad y frescura despertaban la
admiración y no pocas veces la envidia de unos europeos agobiados por el peso
de su refinamiento y tradición. Es así que aquella llaneza, sencillez que
muchas veces raya en la ingenuidad encuentra su mejor correlato en Tarantino,
un cineasta genuinamente americano, ya que ha sabido llevar más allá de sus
posibilidades al género arquetípico de los Estados Unidos: El Western;
manteniendo así plenamente viva una tradición y una forma de ver al mundo. Siguiendo
esta línea verá la luz Bastardos sin
gloria (2009) una épica del oeste traslada como por arte de Tarantino a la
mismísima Segunda Guerra Mundial, confrontación que por otra parte será
felizmente resuelta en una sala de cine. De igual manera en Django Unchained (2012) Tarantino
golpeará la médula misma de la esclavitud con su particular héroe, un esclavo
liberto por un dentista caza recompensas, quien –como diría el propio Calvin
Candie (Leonardo DiCaprio) en el film– se convertirá en “un negro en cien mil”,
aquel que es capaz es desafiar tan salvaje institución.
El cine dentro del cine
De otro lado, un buen director no puede ser
más que un mejor cinéfilo, es decir aquel que aprende con pasión de las grandes
películas, de los grandes maestros. Tarantino, quien jamás piso una escuela de
cine, no podía ser la excepción. La intertextualidad en sus películas –léase:
alusiones a sus predecesores– es menos que corriente, es realmente excepcional
tanto como por su prolijidad como por su particular factura. En Django –como en
muchas de sus anteriores películas–las alusiones se convierten en verdaderos
homenajes: Ya desde el inicio disfrutamos de un inicio típico de “Spaguetti Western”, con las amplias
tomas del desierto norteamericano que tanto gustaban a Leone, cuyas películas
–como Django Unchained– eran coronadas por la formidable música de Ennio
Morricone. Todo eso y más (los rótulos sesenteros, los acercamientos
inesperados y hasta chocantes, y la posterior aparición de una leyenda de ese
género –Franco Nero– como artista invitado) confirmarán que lo único que
pretende Tarantino es dialogar con los grandes del séptimo arte, aquellos que
en muy subjetiva clave lo movieron a hacer cine. Esto sin duda da una clara
muestra de la calidad de film con el que nos topamos, uno que –como las grandes
obras maestras– está movido únicamente por la humilde ilusión de encaramarse en
los hombros de los mejores.
Pero Tarantino va más allá. Ocupándonos únicamente de sus dos últimas
películas, y más allá del buen trabajo realizado con Django, ya en Unglorius Batards (2009) el muchacho de Knoxville
se cobra una revancha con uno de sus más grandes mentores e influencia
indiscutible en todas sus películas. Si Sergio Leone reformó el Western
sacándolo de la pira lugares comunes en que se consumía luego de su periodo de
gloria gracias a John Ford y compañía, también –es justo reconocerlo–
italianizó de manera sarcástica los arquetipos norteamericanos, llegando a
reconstruir en The good, the bad and the
ugly (1966) ni más ni menos que un escenario de la Segunda Guerra Mundial
(acordémonos de los campos de concentración, las ingeniosas torturas, los
asedios formidables en posiciones inexistentes de la Guerra de Secesión que se
pretende ficcionar). Tarantino tuvo pues, hace algunos años, la oportunidad de
cobrarse esa “deuda”, y si Leone hizo de un Western un film bélico de la
Segunda Guerra Mundial, él hizo de éste un Western, con “pieles rojas judíos”
que le quitaban el cuero cabelludo a los nazis y todo. Nada mejor para un
maestro que ser superado por su travieso alumno.