martes, 11 de febrero de 2014

Voluptosidad pura: El lobo de Wall Street

Voluptosidad pura: El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese
Martin Scorsese: The wolf of Wall Street. Appian Way, EMJAG Productions, Red Granite, Sikelia Productions. USA. 2013. 179 min.



Viene presentándose en los cines locales la última película de Martin Scorsese: El lobo de Wall Street (2013). El célebre director ítalo-norteamericano, autor de filmes de culto como Calles Peligrosas (1973), Taxi Driver (1976) y Toro Salvaje (1980)  comparte con nosotros su particular visión sobre Norteamérica en la persona de Jordan Belfort, como antes lo había hecho con el desequilibrado taxista Travis Bickle y el boxeador de peso mediano Jake La Motta. Un hombre y –en especial– un particular momento en la historia de los Estados Unidos, será expuesto con descarnada maestría por el consagrado realizador neoyorquino.

El lobo de Wall Street da cuenta de la historia de un joven corredor de bolsa que, sumergido en el delirante ambiente de Wall Street, se en inicia una vida de excesos bajo el amparo del dinero procedente de colosales maniobras de especulación; crónica de un frenético círculo de depravaciones e ilegales actividades financieras  que provocarán en Belfort, y en su pandilla, avaricia y egolatría sin límites. Fenomenal metáfora de un sistema basado única y exclusivamente en el dogma del bienestar económico, las técnicas de liderazgo y superación, y la promesa de un inminente futuro como millonario. Hablamos de la religión de nuestros tiempos: el “emprendurismo”. 

El lobo de Wall Street (2013) es un film ágil, atractivo, pero que sin embargo no alcanza los clímax líricos y cinematográficos de las grandes películas de Scorsese. Se trata de una buena película, entretenida y muy adecuada al espectador actual, pero que muchas veces raya en la linealidad temática de un panfleto. Divierte, atrapa, pero nada más. Más allá de esto, la habilidad con que el muchacho de Flushing presenta la historia es siempre admirable, sobre todo en lo que corresponderá al juego de cámaras desplegado, el ritmo que impone y las secuencias que presenta. Lo mejor de la técnica hollywoodense es puesta en práctica para producir una película efectiva, mas no profunda. Sin embargo, es justo conceder que quizás la propia superficialidad del film forme parte del discurso mismo de la cinta. De otro lado, consideramos digna de resaltar a la actuación de Di Caprio, quien aprovechando la riqueza del personaje que encarna hace que éste evolucione con éxito a lo largo del film.

Como dijimos anteriormente, las películas de Scorsese bien pueden servir como fiel testimonio de la sociedad norteamericana en sus diferentes períodos. Más allá de los logros artísticos de sus anteriores cintas, en ellas encontramos  –además de la denuncia y el duro desconsuelo que transmitían– un dejo de esperanza que iba más allá de lo explícito de la crítica que se evidenciaba en su discurso, y que, finalmente apuntalaba la imagen que Scorsese –y todos los norteamericanos– tenían de su sociedad. Sin embargo ahora –según lo apreciado en El lobo de Wall Street– podemos entrever que para el maduro director cualquier futuro se presenta desalentador. El antihéroe que otrora encontraría el sentido de la humanidad después de una serie de ascensos y caídas, ahora se limitará a chapotear en el lodazal de su cinismo  deleitándose de principio a fin en la futilidad. Su insoportable vacuidad será inundada, eso sí, de una atropellada sucesión de momentáneos éxtasis muy bien reflejados por Scorsese. La vida será pura forma, deleite, desenfreno. Estamos pues ante la expresión de la cultura de la decadencia, un Satiricón norteamericano que es el barroco preludio del fin de una hegemonía. 

Advertimos, por otra parte, que para el heterodoxo cineasta aquel mundo cruel y desenfadado que juzga a la vez que retrata, resultará más tentador de lo que él pueda aceptar. Se hace evidente, pues, la velada admiración que se trasluce detrás de la aparente crítica: lo cautivante de sus personajes más inmorales; las justificaciones a sus actos que reproducen a lo largo del film; y un complaciente final serán claras muestras de aquello. ¿No se esconderá detrás del reproche y la burla, la devoción hacia quienes hacen posible sus producciones con su dinero?

En conclusión, El lobo de Wall Street es, con justicia, una de las favoritas para llevarse el Oscar. Film que no saliendo de lo  convencional –no del todo, por lo menos– presenta un film de autor; en él se advierte, a veces más a veces menos, la mano de su laureado director. Vertiginosa, obscena, atrapante, ella se presenta como una de las mejores opciones en nuestra alicaída escena cinematográfica comercial. ¿Definirla en una frase?: Voluptuosidad pura.
   

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