De cuando la
patronal le hizo el amor al proletariado: La Califa, de Alberto Bevilacqua
Alberto bevilacqua: La Califfa. Fair
Film - Labrador Films - Les Films Corona. Italia. 1970. 112 min.
“De cuando la patronal le hizo el amor al proletariado”. Esta sugerente
–aunque extensa– frase puede resumir un film igual de provocador, distinguido fruto
de su época.
Era la convulsa Italia de los años 70’ y la pugna ideológica rebasaba las
fronteras políticas y hacía de diferentes ámbitos su campo de batalla: el pedagógico,
el académico, el eclesiástico, y por supuesto el artístico. El cine –arte de
masas– sería pues el medio favorito para que los artistas políticamente
comprometidos buscaran “desalienar las superestructuras” bajo los dictados de Gramsci.
Es así que en una época caótica, en un país caótico, las más heterodoxas
facciones de la izquierda esbozarán un discurso singular, uno que tratará de
desbordar los férreos linderos del pensamiento comunista tradicional, para
relacionar los dogmas del viejo Marx con doctrinas más sugestivas y de plena
moda como serían el psicoanálisis, el existencialismo, o el estructuralismo.
Freud enardecerá luego las frías relaciones entre el opresor y el oprimido,
entre la mercancía y el consumidor, entre la patronal y el asalariado: las
disputas de alcoba alcanzarían categoría de lucha de clases. En suma, hablamos
de una singular época.
“La Califa” será el apelativo de una hermosa obrera y peculiar viuda de
un luchador social. “La Califa”, mujer liberada y sin complejos, sexualiza su
entorno más cercano conquistando las “conciencias burguesas” mediante la
efervescencia de la libido. Su natural gracia y naturalidad harán de ella el
portavoz y cabeza de sus compañeros de labor en la fábrica, a la vez que se
aproximará cada vez más a Doberdó, el implacable dueño de la mayoría de las
fábricas de la ciudad. Es en este punto en que la película abandona el sustrato
objetivo que había mantenido para sumergirse en el sueño, haciendo de “La
Califa” ser etéreo que cual Virgilio de izquierdas encamina a Doberdó –su
enemigo natural– por la senda de la redención clasista. Muy al estilo del
“visitante” protagonista de Teorema
(1968) de Pasolini, “La Califa” despercudirá, ya sea mediante un exuberante
ejercicio del sexo o indagando en los orígenes y traumas más ocultos de su
prosélito, la mentalidad burguesa de Doberdó haciendo de él un buen padre,
esposo y patrón.
“La Califa” resulta pues un interesantísimo testimonio de aquel discurso
predominante en los 70’, uno que atribuía todos los males de este mundo
–económicos, sociales y morales– a la represión sexual y a la explotación al
trabajador; variables poderosa e indisolublemente entrelazadas según esta
peculiar hipótesis. Apelando así a una suerte de estadio primordial –que
recuerda mucho al buen salvaje de Rousseau– Bevilacqua pregona con su film como
la verdadera inocencia exuda un erotismo incontenible.
De otro lado, y más allá de la insólita tesis que sostiene el film –y que
hace de esta una cinta digna de verse– en el plano cinematográfico “La Califa”
se muestra como una producción mediocre. Su linealidad escénica y pobreza de
vistas dan cuenta de eso. Las actuaciones –entre las que resaltan la de Ugo
Tognazzi como Doberdó– y los diálogos salvarán al film. Digna de mención es la
participación de Romy Schneider haciendo las veces de “La Califa”; quién sin
hacer gala de una actuación meritoria su sola presencia –desbordante de belleza
y garbo– procura consistencia a toda la cinta. Lo más sobresaliente y que a la
vez permite redondear toda la producción será la fabulosa música de Ennio
Morricone, que nos regala en este film unas de sus mejores y más recordadas
bandas sonoras.
A pesar de resultar un tanto extraña para el tiempo y el lugar que nos ha
tocado vivir, la obra de Bevilaqcua se deja apreciar y disfrutar, no sin
dejarnos sonreír por la propuesta –tan impúdicamente ingenua– que exhibe.