La
Alegría no es sólo japonesa: La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata
Isao Takahata: Hotaru
no Haka. Studio Ghibli. Japón. 1988. 93 min.
La
cultura japonesa siempre resultará para nosotros –entenados de occidente– algo
tan extraño como fascinante. Tal vez admirados de su implacable sistema de
organización social y de su noción del honor; o deleitados con su mitología
exótica, su vocación trágica y el carácter lacónico de su gente –que no pocas
veces estuvo también dada a los excesos y a un refinado sadismo–, todo el arte
que nos llega desde esa particular región del orbe constituirá,
definitivamente, un objeto de lujo.
De otro
lado, nuestro imaginario, marcado desde la infancia por los peculiares
paradigmas nipones gracias a los famosísimos animes, tendrá siempre presente la
impronta del lejano país del Sol Naciente. Pero no nos confundamos. Japón no es
sólo alucinantes monstruos y cibernéticos personajes envueltos en surreales y
–en algunas ocasiones– lúbricas tramas. No. Existe otro Japón tan complejo como
el que puede resultar de una tradición milenaria y tantas veces paradójica.
“La tumba de las luciérnagas” (1988) es la
cuarta y más renombrada película de Isao Takahata, célebre co-fundador de Studio
Ghibli, productora que rodaría clásicos de la animación japonesa como “La princesa Mononoke” (1997), la
ganadora del Oscar “El viaje de Chihiro”
(2001), o más recientemente “El castillo ambulante” (2004). Si en películas
como “El viaje de Chihiro”, Miyazaki
y Takahata buscarán adentrarse en el “Ser nacional” del Japón echando mano de
la mitología, con “La tumba de las
luciérnagas” se nos iniciará en un episodio tan doloroso, como concreto: el
Japón de la Segunda Guerra Mundial. Generalmente todas las versiones que sobre
este tema han llegado hasta nosotros –sean históricas o no– han mostrado a un
pueblo japonés fanatizado y cruel, insensible a los rigores de la guerra; una
maniquea visión que resulta manifiestamente falaz. Es así que, por el
contrario, “La tumba de las luciérnagas” dará cuenta de las víctimas y su
sufrimiento en este oscuro contexto.
Seita y
Setsuko son hijos de un oficial de la marina imperial que viven en Kobe.
Evacuados luego que un bombardeo americano incendiara su ciudad, se refugian en
casa de su tía, quien va exigiendo día a día su salida, a pesar del total
desamparo en que viven. Apremiados por la carestía, tratan de sobrellevar su
difícil realidad vendiendo los vestidos de su madre para, con ese dinero,
tratar de recuperar los ahorros que mantenían sus padres en la capital. Seita a
su vez deberá ocultar a su hermana una dura verdad: su madre murió quemada
durante el ataque. A pesar de todo, los niños viven su infancia, supliendo con
su imaginación las angustias de la
necesidad; entre juegos y canciones, pues, buscarán contentarse con los
pequeños –y fundamentales– placeres de la vida.
El film,
al parecer, no busca encontrar culpables de la debacle, o ni siquiera endosar
responsabilidades históricas. Más bien, respetuosamente, pretende escudriñar el
trauma en clave emotiva, para así, mediante la memoria, lograr sanar aquel
pasado preñado de infortunio. Panorama complejo es el que nos propone Takahata. Una trama empapada de verdadera –y
meditada– emoción, en la que los personajes –humanos, demasiado humanos– nos
confrontarán con su discreta melancolía.
Finalmente,
¿cómo es “La tumba de las luciérnagas”?: Triste, creativa, necesaria. Una
parada obligatoria, aunque desconcertante, para los aficionados del Manga y
Anime.
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