martes, 16 de diciembre de 2014

Soldado que huye, sirve para otra guerra: La Gran Guerra

Soldado que huye, sirve para otra guerra: La Gran Guerra, de Mario Monicelli
Mario Monicelli: La grande guerra. Cyrk, Dino de Laurentis Productions, Italia, 1959. 135 min.



“Soldado que huye, sirve para otra guerra” es un famoso dicho italiano que ha forjado la fama de los militares de ese país, en las finales confrontaciones del siglo XX. Despreocupado, soñador, profundamente arraigado a la vida, el italiano en armas ha sido retratado por el cine como un gran hombre, pero como un pésimo soldado.  Siguiendo esta línea, películas recientes como “Mediterráneo” (1991) y la que nos ocupa “La Gran Guerra” (1959) habrán dado cuenta de la vida de sus combatientes en las dos últimas guerras mundiales, conjugando diestramente en ellas  humor y tragedia; película en la que tres íconos del cine popular de postguerra –Alberto Sordi, Vittorio Gassman, Silvana Mangano– serán los artífices de un film ameno y fresco, a la vez que un bello retrato del alma humana.
 Giovanni Busacca (Gassman) es un campesino milanés de espíritu libertario, que buscará la ayuda de un recluta romano, Oreste Jacovacci (Sordi) para evitar ser enrolado en el ejército a finales de la Primera Guerra Mundial. Luego de ser continuamente engañado por Jacovacci –en una serie de memorables secuencias cómicas– y de vivir las penurias de la disciplina militar y el sacrificio en las trincheras, Busacca trabará una peculiar amistad con su rival, viviendo ambos situaciones únicas de cara al peligro. Mientras tanto terminaría involucrándose con Constantina (Mangano), una prostituta “de campaña” con la que viviría relación amorosa repleta de desatino y comedia; romance en el que también florecerá la ternura en la persona del bebé de Constantina, quien lejos de su madre será atendido por Busacca.  Rodada en el contexto de la Batalla del Piave, la última y casi definitiva ofensiva germana en el norte de Italia, “La Grande Guerra” recrea aquellos difíciles –y gloriosos– episodios en el que la nación italiana pudo frenar el avance alemán a unos pocos kilómetros de Venecia.

La muerte, el dolor y el compañerismo forjarán a estos dos anti-héroes –cobardes y juerguistas, insubordinados y aprovechadores– quienes por otra parte darán testimonio de sacrificio y patriotismo despojado de cualquier artilugio lírico. Así pues, hasta las miserias del día a día del soldado –las salidas, el rancho, los ejercicios militares– serán ilustrados con intenso realismo en todo su dolor y grandeza. Al ritmo de las populares canciones de los Bersaglieri y los Alpini, célebres divisiones del ejército italiano, todo el drama de un pueblo se dejará sentir en cada uno de los personajes –simpáticos estereotipos– que lo representan en el drama.


Gracias a una vistosa fotografía, una excepcional dirección, y sobre todo, un divertido a la vez que reflexivo guión –adaptado para el gusto popular sin sacrificar la calidad–, La Gran Guerra se convierte en un ejemplo de aquellos films “de masas” que poseen todos los atributos de una cinta compleja y de trascendencia. En suma, por estas dos características deberá considerarse como un clásico del cine bélico. Película conmovedora y divertida, retrato fiel de un pueblo y de su particular vocación de valentía.

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