Soldado
que huye, sirve para otra guerra: La Gran Guerra, de Mario Monicelli
Mario Monicelli: La
grande guerra. Cyrk, Dino de Laurentis Productions, Italia, 1959. 135 min.
“Soldado que huye, sirve para otra guerra” es
un famoso dicho italiano que ha forjado la fama de los militares de ese país,
en las finales confrontaciones del siglo XX. Despreocupado, soñador,
profundamente arraigado a la vida, el italiano en armas ha sido retratado por
el cine como un gran hombre, pero como un pésimo soldado. Siguiendo esta línea, películas recientes
como “Mediterráneo” (1991) y la que
nos ocupa “La Gran Guerra” (1959)
habrán dado cuenta de la vida de sus combatientes en las dos últimas guerras
mundiales, conjugando diestramente en ellas
humor y tragedia; película en la que tres íconos del cine popular de
postguerra –Alberto Sordi, Vittorio Gassman, Silvana Mangano– serán los
artífices de un film ameno y fresco, a la vez que un bello retrato del alma
humana.
Giovanni
Busacca (Gassman) es un campesino milanés de espíritu libertario, que buscará
la ayuda de un recluta romano, Oreste Jacovacci (Sordi) para evitar ser
enrolado en el ejército a finales de la Primera Guerra Mundial. Luego de ser
continuamente engañado por Jacovacci –en una serie de memorables secuencias cómicas–
y de vivir las penurias de la disciplina militar y el sacrificio en las
trincheras, Busacca trabará una peculiar amistad con su rival, viviendo ambos
situaciones únicas de cara al peligro. Mientras tanto terminaría involucrándose
con Constantina (Mangano), una prostituta “de campaña” con la que viviría
relación amorosa repleta de desatino y comedia; romance en el que también
florecerá la ternura en la persona del bebé de Constantina, quien lejos de su
madre será atendido por Busacca. Rodada
en el contexto de la Batalla del Piave, la última y casi definitiva ofensiva
germana en el norte de Italia, “La Grande Guerra” recrea aquellos difíciles –y
gloriosos– episodios en el que la nación italiana pudo frenar el avance alemán
a unos pocos kilómetros de Venecia.
La muerte, el dolor y el compañerismo forjarán
a estos dos anti-héroes –cobardes y juerguistas, insubordinados y
aprovechadores– quienes por otra parte darán testimonio de sacrificio y
patriotismo despojado de cualquier artilugio lírico. Así pues, hasta las
miserias del día a día del soldado –las salidas, el rancho, los ejercicios
militares– serán ilustrados con intenso realismo en todo su dolor y grandeza.
Al ritmo de las populares canciones de los Bersaglieri y los Alpini, célebres
divisiones del ejército italiano, todo el drama de un pueblo se dejará sentir
en cada uno de los personajes –simpáticos estereotipos– que lo representan en
el drama.
Gracias a una vistosa fotografía, una
excepcional dirección, y sobre todo, un divertido a la vez que reflexivo guión
–adaptado para el gusto popular sin sacrificar la calidad–, La Gran Guerra se
convierte en un ejemplo de aquellos films “de masas” que poseen todos los
atributos de una cinta compleja y de trascendencia. En suma, por estas dos
características deberá considerarse como un clásico del cine bélico. Película
conmovedora y divertida, retrato fiel de un pueblo y de su particular vocación
de valentía.
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