Dios es
una alucinación sonora: Todas las mañanas del mundo, de Alain Corneau
Alain Corneau: Tous
les matins du monde. Bac Films, Francia, 1991. 114 min.
Si los pitagóricos creían en la música de las
esferas celestes y Emil Cioran decía que Dios era una alucinación sonora, sólo
una película podría resumir todas las pretensiones metafísicas del oficio de
Euterpe: “Todas las mañanas del mundo”
(1991), de Alain Corneau. Una hermosa pieza del séptimo arte que se adentra en
la vida de Monsieur de Sainte-Colombe y de su célebre discípulo Marin Marais,
ambos eximios músicos franceses del periodo barroco.
A pesar que de Sainte-Colombe se desconoce
prácticamente todo –excepto que fue el viologambista más importante de su época
y el introductor de la “séptima cuerda” en dicho instrumento– Corneau lo
presentará como un jansenista alejado de las seducciones del mundo y sumido en
su arte. Luego de la muerte de su esposa, su melancólica condición se agravaría
hasta la misantropía. Instalado en una covacha a las afueras de sus posesiones,
y abandonando por completo a sus dos hijas, dedicaría todas las mañanas del
mundo a componer música capaz de “resucitar a los muertos” a fin de ver a su
amada esposa. Tiempo después, un joven ejecutor de viola da gamba –Marin
Marais– enterado de su renombre, buscaría luego convertirse en discípulo del
huraño compositor. Él lo rechazaría luego de trabar con él una curiosa relación,
forjada en ardorosas disputas y extasiadas –a la vez que extasiantes– charlas
sobre la naturaleza misma de la música y la belleza. A pesar de todo, años
después y en la cima de su fama, Marin reconocería en el viejo Sainte-Colombe a
su único maestro, a pesar que no le fuera enseñado por él ni una sola técnica,
ni acaso una nota para engalanar su instrumento.
El malogrado amor no podrá sustraerse a la
trama. La hija mayor de Sainte-Colombe, también dotada viologambista, se
ocupará de entrenar a Marais secretamente. Ella ocultaría su amor a su
discípulo, quién le prometería corresponderle a su tiempo. El desenlace es
obvio: él la abandona por convertirse en músico de la corte del Rey Sol, y ella
opta por una solución definitiva. La tragedia y el patetismo solo serán
atenuados –a la vez que sublimados– por la belleza de la música que envuelve el
film, y que todos los protagonistas persiguen desesperadamente cada uno de
particular manera.
La cinta es protagonizada por Gerard Depardieu
en el papel del viejo Marin Marais, y por su hijo Guillaume Depardieu (desaparecido
tempranamente en un accidente de motocicleta) encarnando al joven discípulo. La
notable dirección de Corneau, célebre en ese entonces por “Nocturne Indien” (1989) y “Fort
Saganne” (1984), amalgamará magistralmente una deliciosa fotografía que
recuerda lo mejor del barroco pictórico por sus tonalidades y claroscuros, con
la soberbia banda sonora ejecutada por el catalán Jordi Savall. Así pues, uno
de los más grandes intérpretes de un género para iniciados, hará el deleite de
todos los espectadores ejecutando el repertorio de Sainte-Colombe, Marais,
Couperin y Lully, en instrumentos hoy casi extintos como el clave, laúd, fagot,
flauta, y –claro está– la viola de gamba.
Amén de todo lo antes dicho, y más allá de la
armoniosa conjunción de todos sus detalles, una sola es la característica que
hace notable a este film: el guión. Los deliciosos diálogos que tendrán lugar ante
nosotros sólo podrán sobrecogernos. Y más allá de lo incomprensibles y oscuros
que parezcan, ellos constituirán coloquios precisos para una época de
claroscuros y de cavilaciones de aire místico como los del Siglo XVII. La
poesía, luego, empapará todas las secuencias haciendo de cada uno de parlamentos
piezas de alto valor lírico, con la justa dosis de hermetismo que les
corresponde.
Junto con
la clásica “Amadeus” (1984) de
Milos Forman, “Amada Inmortal” (1994) e “Impromptu” (1991), Todas las mañanas
constituye una de las más recordadas cintas del drama biográfico en el ámbito
musical; películas que abordarán la vida de Sainte-Colombe, Mozart, Beethoven y
Chopin, respectivamente. Una película excepcional, fundamental para todos los
amantes de la música selecta y para los que no lo son. Perla rara y deslumbrante, atractiva en su
disparidad, tal y como entendía Severo
Sarduy al origen mismo de la palabra “barroco”.
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