Un puñado de hombres valientes: Sahara, de
Zoltán Korda.
Zoltán
Korda: Sahara, Columbia Pictures, EEUU,
1943. 97 min.
Imaginemos la arena.
Arena inconmensurable que se extiende en el horizonte. Imaginemos el sol
brillando sobre los despojos de máquinas y hombres. El olor a gasolina
chamuscándose y las breves humaredas destacando en el intenso azul del cielo.
El silencio absoluto tan sólo interrumpido por lejanas y débiles detonaciones y
el rumor de algún motor sobre los aires. Los buitres elevando sus desnudos
cuellos esperando el momento oportuno, mientras sus lívidas patas se posan
seguras sobre lo que alguna vez fue una trinchera. Imaginemos todo eso, pero
sobre todo imaginemos la arena que, lentamente, borrando las cicatrices que las
orugas de los tanques han dejado sobre el suelo, busca emparejar aquel paisaje
milenario como si jamás algún hombre lo hubiera siquiera atravesado. Resonará luego en nosotros alguna frase como «la
última guerra caballeresca» o «el zorro del desierto»; para finalmente evocar así
algunos nombres sepultados en nuestra memoria: «El Alamein», «Tobruk», «Gazala».
La Campaña del Norte
de África, en la Segunda Guerra Mundial, constituye uno de los episodios
militares más apasionantes de la historia. El derroche de ingenio militar de
los más grandes estrategas de las últimas décadas (Erwin Rommel, Bernard
Montgomery), y el heroísmo y total sacrificio de soldados de todos los rincones
del mundo en una confrontación excepcionalmente respetuosa y humanitaria (si se
tiene en cuenta las masacres y los crímenes contra la humanidad que se
cometieron en otros frentes) darán cuenta de aquello. Parece ser que las arenas
de desierto desgastaron en algo la perversa máquina de matar que el
totalitarismo –nazi o soviético– había puesto en funcionamiento, hasta dejarla
quizás convertida en algo parecido a las viejas y solemnes guerras de antaño. La
Campaña de África es también importante porque constituye el punto de quiebre
de la hasta entonces imbatible ofensiva nazi. Desde las primeras derrotas
italianas en Libia que forzaron a Hitler a comprometer a unidades del ejército
alemán que hubieran sido determinantes en el frente oriental, hasta el
repliegue del «Deutsche Afrikakorps», la guerra comenzó a ir cuesta arriba para
los alemanes una vez que sus tropas llegaron al desierto.
Más allá de todo lo
ya dicho, un hecho adicional dotó de singularidad este escenario: las muy
variadas nacionalidades u orígenes de cuantos soldados combatieron y perdieron
la vida en un paraje por el que no lucharía ni el más mísero de los árabes. No
sólo italianos, alemanes y británicos lucharían en tierras libias, a ellos se
les unirían sudafricanos, hindúes, australianos– todos ellos parte del Imperio
Británico, en aquella época; también franceses que combatirían entre sí (los
aliados de los alemanes, procedentes de la tristemente célebre “República de
Vichy”; y aquellos acaudillados por De Gaulle que conformarían la “Francia
Libre”); incluso polacos en el exilio y hasta norteamericanos dejarían sus
cuerpos combatiendo en las primeras acciones de esta nación en la guerra.
Precisamente, Joe
Gunn (Humphrey Bogart), un sargento de la Primera División Mecanizada
Norteamericana será el protagonista de una de las primeras y quizás la mejor
película rodada sobre la legendaria guerra del desierto: «Sahara». Filmada en
1943 –lo que equivale decir a poco más de un año de los sucesos que recrea– la
cinta recrea las peripecias de tres tanquistas yankees, quienes escapando de la
derrota del ejército aliado en Libia, reúnen en su periplo por el desierto un
singular cuerpo de sobrevivientes: varios soldados ingleses, un sudafricano, un
sargento indígena sudanés, un miliciano francés, un prisionero italiano y un
oficial alemán que corre la misma suerte. Enemigos entre sí, diferentes entre
sí; la desconfianza y la rivalidad asomará entre ellos amenazando gravemente la
unión de la peculiar pandilla. Sin embargo, su desesperada búsqueda de agua obligará
a que se lime cualquier aspereza. Así pues, volcados de lleno a la tarea de
sobrevivir a cualquier precio, estarán dispuestos a dejar de lado sus
diferencias por un objetivo mayor. Con el tiempo cuajará entre ellos un clima
de solidaridad y camaradería entrañable, aquella que apela a los más
elementales principios de fraternidad entre los hombres, y que ninguna guerra
llega a sepultar del todo. A pesar del infortunio y el sacrificio, este puñado
de valientes –todos agazapados en el regazo de «Lulubelle», tal como apodaron
al tanque– logrará algo más que la supervivencia.
Este fiel y honesto
testimonio de lo que ahora llamamos «multiculturalidad» es presentado en el
filme de Korda sin la sensiblería que desborda en películas más recientes, en
el que el pathos de la guerra es
sobre explotado, haciendo de los combatientes un manojo de pusilánimes
corroídos por sus interiores angustias. En «Sahara» el lirismo propio de las
emociones y conflictos de los héroes brota humildemente –tal como la tan
ansiada agua en los oasis africanos– sin alterar, y quizás resaltando así, la
gran épica que sirve como marco a la historia. Estimando este filme como muy
recomendable, sobre todo para cuantos amamos el género bélico, hacemos la
necesaria distinción entre la versión de Bogart y el flojo remake de 1995.
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