miércoles, 2 de agosto de 2017

La muerte de un burócrata: Vivir

La muerte de un burócrata: Vivir, de Akira Kurosawa.
Akira Kurosawa: Ikiru, Japón, Toho, 1952. 143 min. 




«La muerte de un burócrata» es el título de una comedia cubana del año 1966 dirigida por Tomás Gutiérrez Alea que discurre sobre las vicisitudes del recientemente instaurado régimen socialista. Se trata de un pintoresco y mordaz retrato del crónico anquilosamiento que vivía la maquinaria pública, a consecuencia de un régimen estatista como el que se inició con Castro. Sin embargo, y a pesar de lo que digan los dogmáticos seguidores del credo liberal, la ruina en el manejo de los negocios del estado por la inercia e ineficiencia de los servidores públicos –también conocida como burocracia–  no será patrimonio exclusivo de los gobiernos de tinte comunista. El drama también se vivió –y se vive– en democracia. Así pues, más de una década antes, en las antípodas caribeñas un genio del cine estaba rodando un film que develaba en todo su esplendor la inmensa tragedia causada por la mediocridad y pequeñez de aquellos sujetos que detrás de ventanillas rigen nuestras vidas. Hablamos de «Vivir» (1952), de Akira Kurosawa; película que bien podía ostentar un nombre como su par cubana.

Luego de la post-guerra –y como haría Rossellini y De Sica en Italia, o Truffaut en Francia–  Kurosawa retrataría con descarnado lirismo las condiciones sociales y espirituales en que había quedado su país –Japón– luego del año 45’.  En cintas como «El ángel ebrio» (1948)  – del que ya hemos hablado en otra ocasión–, «Crónica de un ser vivo» (1955) y «Los canallas duermen en paz» (1960), entre otras, habría de describir la profunda crisis moral en que estaba sumido el pueblo nipón luego de la derrota, poniendo ante nuestros ojos cuadros tierna y dolorosamente bellos que daban cuenta de la corrupción, pobreza, delincuencia y el trauma psíquico en el que se veían envueltos. En «Vivir», Kurosawa nos acercaría a esa otra lacra de una sociedad decadente: la burocracia. En la cinta asistimos a una tragedia humana que se materializa en la miseria de espíritu, indiferencia e inercia, que había hecho nido en las almas de muchos de los alguna vez eficientes y devotos funcionarios japoneses, quienes luego del conflicto sólo procuraban salvar sus mezquinas prebendas en una sociedad cada vez más precaria.

Sin embargo, y a diferencia del tono cínico de Gutiérrez Alea, Kurosawa apuesta por el hombre y nos plantea la «redención» de uno de estos burócratas, que como último –y único– servicio público, se enfrenta heroicamente en contra de esa maquinaria deshumanizante y deshumanizada, que reduciendo las expectativas y anhelos de los ciudadanos a estadísticas y formularios, aniquilaban al resto de magnanimidad que quedaba en la función pública. Takashi Shimura, gran protagonista de los fimes de Kurosawa junto con Toshiro Mifune, daría vida en el film a Kanji Watanabe, un funcionario de un ayuntamiento de Tokio quien dará –literalmente– la vida por hacer realidad un pedido de los vecinos de un suburbio que había pasado por manos de varios encargados y, finalmente resultó archivado entre otros cientos de solicitudes.

Con la maestría que lo caracteriza, Kurosawa apela a una magnífica cinematografía para dar vida a este drama. Sin embargo, y como también es usual en él, el gran director japonés bebería de la tradición de los grandes clásicos de la literatura para hacer realidad sus obras. Como lo hará luego con «Trono de Sangre» (1957), o «Ran» (1985), adaptaciones de «Macbeth» y de «El Rey Lear», respectivamente; y en la misma línea de las recreaciones que realizó del «Idiota» (1952) de Dostoievski, o de «Los bajos fondos» (1957) de Máximo Gorki; «Vivir» es una adaptación libre de «La muerte de Iván Ilich» la obra maestra de Tolstoi, que se reactualizaba en la versión de Kurosawa en el crítico contexto del Japón de los 50’. En él pues, lo mejor de la tradición occidental y oriental se entrelaza para emerger un arte verdaderamente universal.


Ikiru, resulta pues, una obra importante en repertorio de Kurosawa, si bien no es una de sus obras más conocidas, como las serán las de las sagas de samuráis. Sin embargo, resulta importantísima acercarse a ella para iniciarse en su cine y, asimismo, reconstruir la historia de Japón después del desastre bélico. Un trauma que aún palpita en la idiosincrasia de aquel gran pueblo del este, y que se puede leer en el conflicto que procede de la particular apertura, muchas veces trunca, que pretende hacia el occidente.