El nazismo y el cine:
El Ogro, de Volker Schlöndorff.
Volker Schlöndorff (1996). Der Unhold. Canal+, France 2 Cinéma, Héritage Films, Recorded
Picture Company, Renn Productions, Studio Babelsberg, Universum Film, Westdeutscher
Rundfunk. Alemania, Francia, R.U., 118 min.
Cuando uno piensa en el nazismo
en el cine, inmediatamente vienen a la mente la propaganda nazi de Leni Riefenstahl
o una serie de conmovedoras películas sobre el Holocausto. Cintas como La lista
de Schindler (1993) o La Vida es Bella (1997) constituyen buenos ejemplos de
películas rodadas a propósito de aquel siniestro pasaje de la historia. Sin
embargo, más allá del despliegue esvásticas y cruces gamadas, en ninguna de
éstas obras se puede entrever con claridad las características de una ideología
que desembocó en tan monstruosos frutos. Muchas veces –y a pesar de la calidad
de las películas– nos quedamos con una imagen difusa, ambigua y hasta
caricaturesca de lo que es el nazismo: una banda de trastornados y crueles
sujetos que, en el ápice de la maldad, torturan y exterminan a sus indefensas
víctimas sin razones aparentes. Esto, si bien se corresponde con la verdad
epidérmica del régimen nazi, sólo es la punta (macabra) de un iceberg que la
mayoría desconocen. Así pues, si bien son cientos y hasta miles son los filmes
que de una u otra manera abordan el régimen nazi, son muy pocas las películas
que pueden describir de alguna manera aquel sistema de pensamiento que sirvió
de basamento para el régimen de Hitler y sus esbirros.
Una de ellas es El Ogro (1996),
cinta alemana dirigida por Volker Schlöndorff y –como la mayoría de las
películas de su tipo– es prácticamente desconocida por el gran público. Ésta
trata de la historia de Abel (John Malkovich), un francés con retraso mental
leve, que luego de caer en manos de los alemanes en la guerra se convierte en
devoto servidor de los jerarcas nazis y en reclutador de niños para un campo de
las SS. Esta cinta, oscura a la vez que hermosa, puede describirnos con
maestría muchas de las características del Nacional Socialismo. Cada uno de sus
personajes puede representar una de las doctrinas básicas de éste movimiento.
Adentrémonos en la mente-ícono de sus protagonistas.
El nazismo hecho personaje
El primer prototipo nazi
presentado en El Ogro será el Professor Blattchen. Este médico, además de
atender a la joven guardia de las SS que se forma en el castillo de Kaltenborn,
es un genetista entusiasta de la selección natural y la pureza racial. En uno
de sus muchos diálogos con Abel –a quien trataba con cariño a pesar de su
condición de francés sub-normal– le explicaría que simplemente con medir la
cabeza y los miembros de sus pupilos podía determinar sin lugar a dudas quien
había nacido para convertirse en líder, y quién para ser esclavo como él. Se
basaba en que –y la ciencia nunca falla– aquellas características biológicas
que cientos de años de evolución darwinista y selección de entre los más aptos
habían conformado un tipo «ario» ineludible y positivamente superior que los
demás. Recordemos que estas absurdas teorías, eran muy aceptadas y difundidas
desde el S. XIX ya que –como ocurre en la actualidad con otras ideas
descabelladas, como la evolución de la materia inerte a la viviente, por
ejemplo– eran planteadas como verdades científicas. Recordemos que en nuestro
país y a inicios de siglo, destacados políticos liberales y rectores de la
Universidad de San Marcos como Javier Prado y Alejandro Deustua postulaban
desde sus cátedras que el desarrollo del Perú sólo podría conseguirse con una
inmigración europea que reemplace a la población nativa puesto que ésta estaba
genéticamente condenada a la servidumbre e inferioridad mental.
Voluntad de poder
Por otro lado, el líder del
campo, el Obersturmbannführer Raufeisen,
también trabó relación con Abel, con quien solía monologar. En sus charlas, y
discrepando con el Professor Blattchen, refería con ardor la otra gran
tendencia del pensamiento nazi: el voluntarismo romántico. Raufeisen, siguiendo
esa poderosa escuela germana que va de Goethe hasta Nietzsche, buscaba forjar
la grandeza de la juventud alemana en términos de la «voluntad de poder». Según
él, únicamente el hombre total y plenamente dueño de sí era superior a todo. El
que realizaba su voluntad dejando de lado cualquier repulsión natural al dolor
propio y ajeno, era digno de ser llamado un hombre. Tanto el miedo como la
compasión eran cosas de cobardes en esta visión de un hombre que crea su propia
moral supeditándola a su capacidad transformadora. Es por ello que Raufeisen
sometía a sus pupilos a las más duras experiencias, frente a las cuales algunos
morirían. Según él esto no importaba, porque sólo los más fuertes y aptos, los
que logren sobrevivir porque su voluntad era más fuerte que la calamidad,
serían los únicos dignos de dirigir el rumbo de la humanidad.
Aristocracia y populismo
Finalmente, un último personaje
nos advertiría sobra otra característica fundamental de su pensamiento: su
culto al “pueblo”, es decir a la masa. No olvidemos que los partidos fascistas
–tanto italiano como alemán– nacieron de partidos socialistas en sus
respectivos países. De hecho, la ideología nazi es una versión heterodoxa del
socialismo. No por nada el partido nazi se denominó Partido Nacional Socialista
Obrero Alemán (NASDP). Así se lo haría notar el conde Kaltenborn, antiguo dueño
del castillo en el que se desarrollaba la trama. Como todos los junkers (tal como se les llamaba a los
nobles alemanes) despreciaba a Raufeisen y a todos los nazis. De hecho, los
únicos intentos de asesinar a Hitler fueron planeados y ejecutados por
aristócratas alemanes, especialmente católicos. Ya en el marco de la película,
el conde referiría a Abel burlándose de Raufeisen, y aludiendo al carácter
popular de su organización, que «el SS estaba orgulloso de su uniforme
reluciente y su alto rango… sin embargo, algunos años atrás era un simple
zapatero de pueblo». A pesar de haber parasitado las insignias, los símbolos de
nobleza y cierta apariencia de jerarquía, el nazismo era un movimiento de masas
en el que de la noche a la mañana –y sólo por la adhesión ciega al partido–
cualquier hombre podría lograr un «lugar importante» en la sociedad. He allí el
secreto de su gran éxito en sus primeros años. El nazismo, pues, no destacaba
los antiguos valores tradicionales sino que buscaba una utopía igualitarista y
en la sacralización de la voluntad de unas masas conducidas por un único líder.
Progresismo ineludible
La última característica
fundamental del nazismo será el culto al futuro, el culto al progreso. Al igual
que su ideología hermana –el comunismo– la futura sociedad ideal será el ídolo
al que se le tiene que sacrificar la vida de millones de personas, cualquier
moral y el interés particular. Este Moloch
disfrazado de paraíso igualitario, pacífico e higiénico palpita en toda la
cinta. Ella no tiene un personaje definido, pero al ser la más importante de
sus características está presente en cada escena. Sin embargo, vale la pena
mencionar que otra excelente película de Schlöndorff y ambientada también en el
régimen nazi –El noveno día (2004)– se centra en éste punto.
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