La inocencia y el sacrificio en la Navidad: Marcelino Pan y Vino, de Ladislao Wajda
Ladislao Wajda (1954) Marcelino Pan y vino. Chamartín. España. 90 min.
Transcurrieron tan solo un par de
días de haber conocido a mi amigo Fernando, cuando él me confesó –con firmeza a
la vez que con ingenua alegría– que poseía un excelente seguro de vida. Es así
cómo advertí que Fernando era verdaderamente un católico. Digo esto,
remitiéndome a san Pablo, al sostener que todo buen cristiano está atravesado
por dos profundas y encontradas preocupaciones: permanecer en la tierra para el
bien de los suyos, y partir confiadamente al encuentro del Señor. Esta paradoja
–una de tantas que ocupan la vida del cristiano– es abordada por un hermosa
película, otrora un clásico navideño que debiera rescatarse. Nos referimos a
«Marcelino, pan y vino» (1954), producción española dirigida por el húngaro
Ladislao Wajda.
La película
La cinta, basada en la novela
homónima de José María Sánchez Silva, a la vez recrea una vieja historia perpetuada
por la tradición oral europea y retomada por los hermanos Grimm. Ésta inicia en
un pueblo castellano en ruinas después de la invasión napoleónica (algo que
aludirá a las ruinas que otra ofensiva anticlerical, la Guerra Civil, habían
dejado recientemente en España). Allí, unos frailes franciscanos levantarían de
los escombros un convento. Tiempo después en sus puertas sería abandonado un
huérfano al que llamarían Marcelino y al que criarían con especial celo y
cuidado. Marcelino viviría una infancia típica entre el cariño de los
religiosos, sin embargo el anhelo por ver a su madre lo llevaría a experimentar
la melancolía. En una de sus travesuras encontraría la imagen de un crucificado
en un desván, con quien iniciaría una amistad. Ante sus ojos de niño el Señor
se manifestaba cariñoso y sufriente. Marcelino, apiadado por Él, robaría comida
y trataría de confortarlo con todo lo que estaba a su alcance. Jesús, agradecido le prometió darle un regalo,
Marcelino escogió ir al cielo para ver a su mamá.
Marcelino, pan y vino rápidamente se convirtió en un éxito de
taquilla y a la fecha es una de las películas más exitosas del cine español.
Las excelentes actuaciones, su guion y la soberbia dirección artística de Wajda
la hacen una pieza de sencilla pero penetrante belleza. Tal como la novela de
Sánchez Silva, es clara y austera pero rezuma en ella una profunda ternura.
Algo digno de ser resaltado en tiempos en que lo empalagoso y sensiblero usurpa
tal nombre. Además de varios premios españoles –y a pesar de su particular temática–
la cinta fue elogiada y premiada en los festivales de Berlín y Cannes.
¿Una película navideña?
Como lo manifestó S.S. Benedicto
XVI en 2006 «En la atmósfera de la alegría de la Navidad, no parece fuera de
lugar la referencia al martirio de san Esteban (26 de diciembre). En efecto,
sobre el pesebre de Belén ya reposa la sombra de la Cruz». «Ahora lo vemos en
pañales en el pesebre; después de su crucifixión, será nuevamente envuelto con
vendas y colocado en un sepulcro –dirá el Santo Padre, en 2007–. No es
casualidad que la iconografía navideña represente a veces al Niño divino recién
nacido recostado en un pequeño sarcófago, para indicar que el Redentor nace
para morir, nace para dar su vida como rescate por todos». El Papa Francisco lo
señaló de manera más contundente en 2013: la fiesta del primer mártir se
fijaría apropiadamente un día después de las fiestas «para disolver una imagen
dulzona y de cuento de hadas de la Navidad, que es ajena al Evangelio».
Más allá de lo dicho por los
pontífices, y lamentablemente, la Navidad actualmente hace eco a la cultura
dominante. Salvo en contados hogares, ella es una fiesta de consumo, de tinte
infantil y de sacralización bobalicona de la alegría (gozo muchas veces forzado,
como comentamos en un artículo publicado en enero de éste año). Y es por ello
que en estos tiempos proponer a Marcelino,
pan y vino como una «película de navidad» puede considerarse chocante o
extravagante. De hecho ésta película –en otros tiempos tan vista por grandes y
chicos, y convertida en un clásico del cine católico– hoy puede ser estimada
como «inapropiada» para los niños al tocar el tema –tan profundo como
misterioso– del sacrificio de los inocentes. Es decir, de aquellas incontables víctimas
que se suman a la ofrenda por excelencia del inocente por excelencia: la Pasión
de Jesucristo.
Un clásico… a pesar de todo.
Sin embargo, como ya se ha dicho,
años atrás esta película era constitutiva de una cultura católica hispana muy
arraigada. Incluso se da el caso de intelectuales «progresistas» que, luego de
despotricar contra el «catolicismo franquista» de los 50’, admiten la
admiración que profesaron –y que en parte aún profesan– a Marcelino, pan y vino. Cinta que marcó la educación sentimental de
su infancia y película a la que, muy convenientemente, excluyen del sambenito
de pertenecer al índice de películas de «propaganda oficial».
Uno de esos intelectuales, periodista
español, declararía que siendo niño y habiéndose perdido en las montañas cerca
a su pueblo, recordando pasajes de la película se representó y adquirió
conciencia de su segura y pronta muerte. Más allá de atemorizarle, con profunda
seriedad y algo de curiosidad por el más allá, se dispuso a vivirla tal como lo
hiciera Marcelino. Afortunadamente, un lugareño lo encontraría y salvaría del
peligro. Esta anécdota ilustra como una particular conciencia de la muerte –de
índole cristiana– había germinado en los niños españoles. Una visión que, lejos
de complacerse en lo macabro o reprimir nuestro natural rechazo al deceso, lograba
cierta fortaleza ante lo inevitable y se abría a la esperanza.
A pesar de los años, el éxito de
la película le ha valido tres cuatro nuevas
versiones, aunque la original es indiscutiblemente superior a sus
posteriores adaptaciones. La primera
será la italiana Marcellino pane e vino (1991),
del director Luigi Comencini. En el 2000 se rodaría una versión animada y el
2001 se estrenó una miniserie española bajo el mismo título. Finalmente, a
finales del 2010, se grabó en México una versión de la cinta ambientada en la
Revolución Mexicana. Veámosla, con ojos de niño, en familia y junto al pesebre
de casa.
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