lunes, 6 de junio de 2011

Dos caras de una misma moneda: Marat/Sade

Dos caras de una misma moneda: Marat/Sade, de Peter Brook

Peter Brook: Marat/Sade, Royal Shakespeare Company, Franco London Films. 115 min. 1966.


Muchos académicos señalan que el cine es el arte más completo por definición; por otro lado algunos puristas consideran que este se mantiene en desventaja –por al menos cientos de años– con respecto a las otras disciplinas artísticas, en especial con su primo hermano: el teatro. Sin embargo atinadas producciones como Marat/Sade sabrán conjugar en delicioso equilibrio estos dos géneros estéticos, derribando así inútiles fronteras en el ámbito de la expresión estética. La cinta nos muestra así una representación dentro de otra, elaboradas elipsis que harán referencias interminables a otros pasajes y situaciones, un firme haz de significados aparentemente contradictorios o incluso inconexos, bocetándose la faz misma de La Historia.

Como alude el título original de la obra, La persecución y el asesinato de Jean-Paul Marat como fue representado por los internos del manicomio de Charenton bajo la dirección del marqués de Sade nos sumerge en el período comprendido entre la Revolución Francesa y el Consulado Napoleónico, y mediante sus personajes más célebres nos hace partícipes de sus paradigmas –muchas veces contradictorios– y aspiraciones, aquellas que conforman la raíz misma de la modernidad y de lo que pretendemos aún hoy como colectividad. Desde el mismo margen de la sociedad tres posiciones doctrinarias se mantienen en permanente diálogo y debate, como un elaborado juego de voces en cualquier aria de opera. Marat enarbolará la voz más radical, hurgando entre los desechos de una carnicería –Francia en la época del terror– una sociedad en la que no impere más rey que la igualdad. Por su parte De Sade optará por una posición más incrédula y decadente, insistiendo en la inutilidad del programa revolucionario y en la desnaturalización del hombre como “hermoso animal libre” por su inserción a la fría maquinaria estatal. Finalmente Napoleón Bonaparte –que terciará el debate de manera tácita– responderá a la imagen de una sociedad cansada de los ideales más radicales y acomodada con el antiguo régimen siempre bajo un barniz revolucionario.

Esta metáfora del mundo moderno, y sus actuales inconsecuencias y desviaciones resulta simplemente magnífica. La representación, vestuario, escenario y guión se relacionan perfectamente entre sí, amén de ser dignos de una obra maestra. Imperdible.

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