El
malestar de la cultura: Ocho y medio, de Federico Fellini.
Federico Fellini: Otto e mezzo, Cinerez, Italia, 1963, 135 min.
Dando inicio a
una pequeña serie de “las 100 mejores películas del S. XX”, presentamos en
primer lugar –y sin orden de preferencia- a la obra maestra de Federico
Fellini: 8 y ½.
No sin razón se
dice que Fellini –junto con Antonioni y Pasolini- constituyen el punto cumbre
del cine italiano de post-guerra. La senda trazada por Visconti y De Sica, que
discurrirá por las amarguras de un país arruinado por la catástrofe de la
Segunda Guerra Mundial, poco a poco toma nuevos rumbos a medida que la
situación política y económica se estabiliza. Luego de los desgarrados retratos
que ofrecieron Ladrón de bicicletas (1948)
y Roma, ciudad abierta (1945), algunos
realizadores se concentrarán en otros matices, apartándose de la propuesta
inicial del primer Neorrealismo. Así pues algunos directores buscarán graficar
el alma popular italiana remontándose a sus orígenes; otros ahondarán el tema
político desde una visión abiertamente partidaria –Giuliano Montaldo, Elio
Petri y los hermanos Taviani-; sin embargo un grupo de innovadores buscarán
reflejar en sus obras un sentimiento –que si bien fue usual en Italia luego de
la estabilización política y económica– es enteramente universal.
El tedio, ese
particular sinsabor producto del descreimiento y del confort, que tan bien indagó
Schopenahuer y que define de pies a
cabeza a una clase media consolidada monetariamente, pero a la vez padece el
desencanto propio del fin de las ideologías. Así pues en los 70tas, “El existir
precede al ser” pregonaban los Sartre y los Heidegger mientras que el rock resonaba
pavorosamente en los oídos de una gente que no deseaba cuestionarse. Una
multitud cuya filosofía entera respondía a “hacerse una vida cada día”. Es ahí
que irrumpirá Federico Felinni, denunciando sutilmente –lleno de humor y
fantasía- ese mundo vacuo e inconsistente (que hasta ahora sufrimos), a la vez
que se denunciará a sí mismo como parte de ese gentío extraviado, enumerando sus
miedos y dudas, describiendo escrupulosamente su doloroso oscilar entre el anhelo
de un pasado bucólico y la chirriante sofisticación de la modernidad.
Felinni,
finalmente cuestionará –cual digno hijo de un tiempo de descreimiento– su
condición de artista y la propia naturaleza del arte. Ocho y medio es pues un
sugerente título que responde a ese particular momento en la historia de un
director en que, luego de haber filmado ocho películas y un corto, atravesaba
por una total crisis creativa y existencial. Indagando en su pasado y en la
relación con sus padres; cuestionando sus creencias y reelaborando su visión
del mundo; confrontado su ideal estético con el amor que profesaba a su esposa,
a la vez que se arrojaba a los brazos de su amante, la vida misma de Guido
Anselmo –alter ego de Fellini- se tornará una obra de arte, una obra maestra de
las mayores proporciones. “El gran mentiroso de Rimini”, se saldrá una vez más
con la suya y –como debe hacer todo buen arte- trocará en belleza la más triste
de las condiciones.
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