martes, 26 de febrero de 2013

Una epopeya (musicalmente) revolucionaria: Los miserables


Una epopeya (musicalmente) revolucionaria: Los miserables, de Tom Hopper.
Tom Hopper: Les Misérables, Working Title Films. EEUU.  158 min. 2012.



“Dios es una alucinación sonora” dijo alguna vez Emil Cioran, en 2012 Tom Hopper rindió tributo a la diosa razón llevando a la pantalla la versión musical de la obra maestra de Víctor Hugo.

La música –tal como lo señaló Slavoj Zizek en su The Pervert’s Guide to Cinema (2006)– siempre será el arte tramposo por excelencia, y el musical el género preferido de Josip Stalin. La mágica sucesión de escalas y arpegios darán vida y emoción tanto a las más sublimes como a las más viles pasiones humanas, rodearán con su áurea luminosa las escenas más ruines y las más elevadas, para finalmente empoderar con su hálito sagrado las ideas más equivocadas y perversas como las más nobles y verdaderas; y es que nadie puede negar que La Varsoviana y Cara al Sol son hermosas melodías.

Así pues, en Les Misérables contemplaremos –una vez más– el sacrificio de Fantine y la desesperanza de Jean Valjean, el cinismo de los Thénardier y la angustia de Éponine. Realidades doblemente dolorosas por ser –amén de reales– actuales, que sin embargo se subliman y llegan a transfigurarse en felices –¿en un Tabor pitagórico?– gracias a la música. Finalmente –y tal como aconteció con Suetonio y su Vida escandalosa de los doce césares– se terminará validando mediante misteriosos mecanismos estéticos, lo que se pretendía denunciar. Quizás el romanticismo de Hugo hizo lo propio, y su pequeñita versión sonora tan sólo es tributaria de esa particular vocación.

De aquella obra maestra se discurrirá (es deber) en otras páginas, aludiendo quizás al Espíritu de la Ley encarnado en Javert, quién por asumir “el símbolo” (sic. Lacán)  a plenitud, luego de soportar la primera grieta de humanidad en carne propia, será empujado necesariamente a la muerte, develándose así una verdadera relación de amo y esclavo con Valjean; o quizás de las paradojas morales de los revolucionarios de la comuna, quienes – como aún hoy– pretendían representar a un pueblo del que no procedían y que no comprendían, un pueblo que finalmente les dio las espaldas. Pero como ya se dijo, eso será otra historia.
               

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