Eat Pray Love: Ryan Murphy, Columbia Pictures. 133 min. 2010.
“Comer no es suficiente, por eso debemos amar y rezar”. Esta podría ser la conclusión de una película que bien puede definirse como un manifiesto del hedonismo de peor ralea; conclusión diametralmente opuesta a aquella que reza “No sólo de pan vive el hombre…”. Como nos viene acostumbrando la –democrática- recatafila de films norteamericanos de los últimos años, Eat Pray Love nos ofrece una caricatura del mundo no-anglosajón visto con ojos anglosajones, donde se pretende sublimar las mediocres ansiedades del hemisferio austral, haciendo un pastiche de filosofía oriental, “buen vivir italiano”, “verdades universales” y mimos de un latin lover. Una caricatura más obscena que la que pudiera hacer James Bond de los países en donde defiende el libre mercado para orgullo de Su Majestad. Con visos de profundidad altamente irritantes, esta cinta pretende enmarcarse en la serie de películas de viaje de auto-descubrimiento, de las que –a juicio del que escribe- Nocturne Indienne (1989) de Alain Corneau es el mejor ejemplo. Tiene, pues, todos los ingredientes del pastel: mística, religiosidad, escape de la rutina, viaje a la India; sin embargo el resultado deviene en penoso. Asistimos ante la “gran epopeya” de la self-made-woman, que cansada de ganar dinero y de no poder comprometerse con nada en el mundo, desempolva el viejo mito de la libertad, para que, con la chequera llena de guarismos, se lance a buscar “la felicidad”. El fracaso de esta película puede deberse, además de sus altas pretensiones existenciales, en precluir, omitir, negar cualquier alusión a la carencia económica de los personajes principales (apareciendo sólo como afeite exótico de los aborígenes de los lugares visitados), y sobre todo del concepto de muerte. Por lo que cualquier religión o idiosincrasia ocupará - únicamente- un pequeñito lugar en el colorido muestrario en la boutique de la trascendencia (por obra y gracia de la “doctrina de la tolerancia”) y convertirá a Dios en un bufón que aparece en un tronar de dedos.
Resulta así una lástima que el despliegue visual, y las bellas locaciones rodadas se hayan desperdiciado en una película tan mediocre. Para concluir sólo podemos evocar la vieja máxima de Blaise Pascal, que este filme hace tan vigente: “La mayoría de los males les vienen a los hombres por no quedarse en casa”, o cuando salen de ella cuando se topan con semejantes filmes.
(IPalmas fraternales).
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