domingo, 19 de diciembre de 2010

Gritos y susurros: Dioses

Gritos y susurros: Dioses

Josué Méndez: Dioses, Chukallaki Producciones. 91 min. 2008.



Antes de comentar brevemente un filme que se exhibe desde hace algunas semanas en salas locales, el lector deberá disculpar mi osadía; titular esta humilde reseña de una – también humilde - película nacional con el nombre de una obra maestra de Ingmar Bergman es ciertamente un sacrilegio entre los cinéfilos. Y es que los modelos a seguir siempre estarán allí, no importando si las cintas que se ruedan bajo su acicate tienen algún grado de acierto. Sobre esto último podemos citar los desafortunados ejemplos de Una sombra al frente (2007) de Augusto Tamayo, quien emulando frustradamente al recientemente fallecido Michelangelo Antonioni no logró captar el angustiante mutismo y la desazón existencial propia sus personajes; en su película Diego Bertie aparece, más bien como un fantoche acartonado, de cuya inexpresividad no se interpreta ninguna hondura de pensamiento.

Hay sin embargo, ejemplos algo más exitosos, como la película que nos toca comentar. Me referí a Gritos y susurros (1972) por una simple razón, el enfoque que pretende dar Josué Méndez a su película – que retrata justamente un mundo de “gritos y susurros” – es el de la incomunicación y el aislamiento. Él mismo Méndez, en diversas entrevistas, declaró que una de las cosas que más le impresionaron en su acercamiento a la élite limeña fue su ambiente claustrofóbico. Podemos observar que a lo largo de la cinta todas las tomas se realizan en ambientes cerrados, excepto en la cual el protagonista “descubre” a Lima, observándola en toda su amplitud desde un barrio popular; este plano abierto, evidentemente extraño a la mayoría de escenas de la película, pretende – y hasta logra – recalcar aquella contradicción entre las clases sociales que integran una ciudad - sus hábitos y desdichas - por medio de la relación con el espacio en que habitan.

A pesar de - en líneas generales - conseguir plasmar dicho ambiente hermético, algunos errores desbaratan la posibilidad de un mejor resultado. La elección de la música es uno de ellos: lo más recomendable para reforzar el tono de la película sería haber prescindido de ella; es más, el uso de – la impersonal – música electrónica en algunas escenas habría realzado el contexto. Pero la dispar variedad de temas que se escuchan, solo sirven para estropear cualquier intento de lograr una obra consistente; echando mano a manoseadas melodías dramáticas para acentuar escenas que no se sostienen por si mismas y añadiendo con calzador la impertinente – pero por ello no menos bella – Tonada de luna llena cantada por Caetano Veloso, Josué Méndez no alcanza los méritos de su anterior película Días de Santiago (2004) y aún se le puede catalogar como un director inmaduro.

Sobre la forma en que la película ha abordado la temática – asunto tratado en exceso por la crítica, aún en desmedro de la cuestión técnica - es evidente que errores y carencias en el guión generan situaciones o personajes estereotipados – o mejor dicho: grotescamente estereotipados -. Y es que la perfección formal de una obra de arte es la única manera de sostener su propio discurso, ya sea políticamente correcto o incorrecto. Es aquí donde los susurros, tan delicados como los de los filmes de Bergman, a fuerza de discretos se conviertan en gritos. ¿Logra Dioses captar la realidad de una clase social en el país?: ciertamente esa no es su pretensión; sin embargo una cinta políticamente incorrecta como Madeinusa (2006), alcanza un mejor desempeño en cuanto obra cinematográfica, sin por ello dejar de tener un mensaje erróneo y sesgado.

Vayan pues al cine, disfruten en la medida de lo posible esta película y – por el bien del cine peruano – no sean condescendientes con la cinta a pesar de ser un fruto del esfuerzo en situaciones adversas y de la buena voluntad.

(II: “Palmas fraternales y revolucionarias”).

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