domingo, 19 de diciembre de 2010

La mente baldía: Tarata.

La mente baldía: Tarata.

Fabrizio Aguilar: Luna Llena Films. 100 min. 2009.



Tarata (2009), la última película de Fabrizio Aguilar, nos presenta a una familia limeña de clase media en medio de la coyuntura de la década de los noventa. Luego de Paloma de Papel (2003), Aguilar nos presenta – una vez más – un relato circunscrito en la década de la violencia, esta vez desde una óptica urbana. El film, entre otras cosas, presentaba como curiosidad el debut en la pantalla grande de la presentadora de TV Gisela Valcarcel, representando a una angustiada mujer que lucha por llevar una común vida de clase media, dentro de una cada vez más agobiante realidad de injusticia y dolor.

Nuevamente – y como es casi costumbre – volvemos a avocarnos a temas de aquella época infausta, retratada por la muchas veces sesgada visión de los artistas capitalinos. En el film se persigue desarrollar, sin mucho acierto, los – nuevos – lugares comunes sobre el terrorismo: Una sociedad limeña fragmentada y de espaldas a la realidad andina en general; el total desconocimiento de un fenómeno social que sólo capta la atención de la metrópoli cuando la violencia toca sus puertas; y finalmente un cómplice deseo de la urbe y sus ciudadanos de voltear la cara al terror, escudados en una suerte de caricaturesca frivolidad. Sin embargo la película, por la pobreza en el guión – cuya simpleza linda con una distorsionada visión de los sucesos – y en una actuación deficiente, se erige como una gran caricatura de la década del espanto.

Gisela Valcarcel debuta, personificando de manera lineal y sosa, a la protagonista de la cinta – es decir, al hilo conductor de la misma -, lo que deriva en una interpretación frustrada de un film frustrado. Incluso el talentoso Miguel Iza nos regala una actuación deficiente, ya sea por la escasez de argumento y guión, o por la anodina participación de sus colegas actores (a excepción de Lorena Caravedo y Liliana Trujillo). La participación de Gisela Valcarcel sólo puede responder a un truco publicitario, ya que es inaudito que el pilar en la estructura del filme este a cargo de una amateur tan dada al histrionismo. Esto último se corrobora, también, por el tipo de difusión que los medios – capitalinos y de donde proceden Aguilar y su pequeña constelación de estrellas – han dado a la cinta; estos sin calificar artísticamente a la misma se remiten a consagrar “el éxito” de la misma al vender “50 mil entradas en la primera semana”.

Es lamentable, pues, que además de la habitual falta de medios en materia de producción, el cine nacional esté dando a luz productos tan improvisados y escuetos en materia de imaginación; además de recurrir a los manidos temas sobre la violencia, el mal tratamiento que se puede hacer de ese tópico consagra – para descrédito de algunas bebidas con sabor nacional – que nuestros realizadores provienen de una tierra baldía en asuntos de creatividad.

(I: “Palmas fraternales y revolucionarias”).

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